Eres Mía

Capítulo veintitrés

Tengo miedo Abdel

La sentí escabullirse entre mis brazos para ir al baño, no corre pero camina rápido algo que la hace ver tierna, escucho como vomita y me levanto de la cama para ir a ayudarla. Alzó su cabello agarrándolo como una coleta, pasó mi mano por su espalda acariciándola.

— Todo bien. — asiente, alza su rostro y limpio sus labios con algo de papel.

Baja su rostro y sonrió mirándola, beso su frente ya que es lo único que me deja besar cuando vomita, se levanta lentamente y la resguardo para que no se caiga. Se mira en el espejo con asco antes de echarse agua al rostro.

— ¿Estas bien?.

Asiente nuevamente, la abrazó con fuerza y regresamos a la cama.

— Has encontrado algo de lo…

 La callo besándola, se aleja de mi enojada por lo que hice y se cruza de brazos.

— No.

— Eres mía. — me mira con los ojos entrecerrados, intenta irse pero la detengo porque debe de descansar.

— Lo dejo para otro día, tengo sueño. — me abraza y cierra sus ojos, me quedo sentado acariciando su cabello cuidandola.

Me quedo despierto protegiendo a mi conejita, la acomodo mejor en la cama y observó el alrededor sintiendo algo raro en el ambiente. Beso la frente de mi pequeño encanto y salgo de la cama, observo por la ventana si hay algo mal pero no observo nada solo el destello del sol que comienza a aparecer. Giro mi rostro cuando escucho algo ser tirado y miro a mi conejita que le avienta algo a la puerta la cual ha sido levemente abierta.

Observo su mirada llena de miedo, me mira y trato de calmarla, me meto en la cama siendo recibido por el fuerte abrazo de mi conejita que trata de sentirse protegida por lo que acaba de pasar. Agarro mi celular y aseguro la habitación, acaricio su cabello sabiendo que eso la tranquiliza demasiado, la siento temblar mientras está en mis brazos y trato de que no se altere demasiado.

— Todo estará bien, saldré y mataré a todos. — niega asustada.

— No, quédate aquí.

Agarra mi brazo con fuerza impidiendo que me mueva, un espeso humo comienza a aparecer alrededor nuestro y cubrió su rostro para que ella no respire ese extraño humo, comienza a llorar. La beso para que no tenga miedo y camino hacia la ventana para abrirla y que ese humo no nos afecte.

— Tenemos que salir de aquí, Giovanna. — asiente corriendo a mi lado, gruño por eso y sabiendo que tenemos que bajar por el balcón algo que no quiero por su embarazo.

— Estaremos bien.

Me asegura.

La cargo con precaución tratando de que esté segura y que no se caiga de mis brazos, cierra sus ojos aferrándose a mi lado, bajo con precaución agarrándome de las ramas que cuelgan por algunas zonas de la casa las cuales cubren una madera detrás de ellas.

La dejo en el suelo cuando toco el cesped, me hago a un lado y me convierto en mi gran lobo negro, me recuesto en el suelo para que sea mas facil para Giovanna subir a mi lomo.

Se subió encima mio y se agarra con fuerza aun temblando del miedo, gruño esperando que se tranquilice y comienzo a caminar hacia el bosque siendo un poco lento y observando si no hay alguna trampa. Cuando me aseguro que no hay nada que pueda impedirme el avanzar o algo que pueda hacerle daño a mi bola de pelos corro con gran velocidad como siempre lo hago siendo imposible que alguien me alcance de esa forma.

— Tengo miedo Abdel.

Siento las húmedas lágrimas de mi conejita y me detengo, se baja de mi y se sienta en el suelo cansada por todo lo que ha pasado, su padre está siendo un loco sin sentimientos en este momento.

— Son otra vez esas mismas personas que la otra vez, ¿cierto?. — asiento, la abrazo a mi para darle calor y que no sienta frío. — Ya no quiero esto, quiero ir con esa persona para que vea que yo no soy su hija. Papá y mamá murieron.

Y tu quedaste en coma por semanas hermosa conejita, cuanto quisiera decirle todo lo que sucedió mientras estaba en coma y lo que le pasó a ella mientras sufrió ese cruel accidente que me quitó la respiración por semanas.

Mi pobre conejita sufre demasiado,  hace diferentes pucheros mientras solloza abrazándome con fuerza, sacó la pomada que siempre tengo en mis bolsillos para cuando mi conejita se hace raspones.

Agarró su muñeca y aplico la pomada en esta que se había raspado cuando baje por las plantas, se que se lastimó entre las piernas por mi, la cargo en mis brazos cuidando de que este bien sin ningún daño.

Paso a la cabaña y cierro la puerta por completo y la dejó en el sillón, me aseguro de los moretones que con rapidez se le forman siempre en su piel, la tapo con una manta y me siento abrazándola para que no sobresalte.

— ¿Quieres un baño?. — niega.

— Quiero ir con esa persona para que deje de joderme la vida. — la miro atento por lo que ha dicho y rió por nunca antes haberla escuchado decir esas palabras. Se para enojada yendo a la habitación con un leve puchero en los labios.




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