Eres mía.

Introducción.

 

Introducción.

 

Entro a la cafetería como cada día a las siete de la mañana luego de un exhaustivo entrenamiento de una hora y media. Hago la fila de cinco personas, donde aguardo que sea mi turno de pasar.

Cuando las cinco personas han pasado me encuentro con Liam; el chico que atiende el local. Me regala una sonrisa que hace que sus dientes se vean. Es un chico muy mono que siempre me recibe de la mejor forma cada vez que vengo en las mañanas.

—Que milagro verte por acá, Kania —bromea.

Eso no es para nada nuevo y eso es lo que hace que suelte una pequeña risa.  

—Me regalas lo de siempre —le digo amablemente.

Liam le dice a la chica que se encarga de organizar los pedidos lo que ordene. Aguardo en la fila sin afán alguno.

Tengo que ir a organizar a Milan para ir al jardín infantil, sin embargo, eso es dentro de una hora y mi hermana menor me ayuda con él en las mañanas si acaso me demoro, que en realidad no es que pase mucho; siempre trato de ser la que se encarga de eso para no sentir que estoy dejando mi responsabilidad como su madre a un lado, aunque tenga muchas personas que me ayudan en casa, sé que las decisiones tienen consecuencias.

—Mira acá tienes —me tiende el pedido y me pica el ojo descaradamente—. Kania, ¿qué tal salir mañana?

Me toma por sorpresa su pregunta y no debería ser así cuando hay cierto coqueteo entre nosotros. Además no he visto que Liam mire a otra chica de la misma forma que me mira a mí. Yo soy capaz de ver eso y de reconocer que le intereso de la misma forma que él a mí.

—¿Acá además de ofrecer el servicio de cafetería también el de citas? —pregunta una voz áspera detrás de mí. Siento la presencia de una figura más grande que yo, pero no es eso lo que me preocupa, es el parecido de voz con alguien que conozco—. Si eso pensé —dice ante la falta de respuesta de Liam.

Me aclaro la garganta incomoda y sin tener la intención de reparar quien está metiéndose en lo que no le importa.—Gracias, Liam, hablamos después de eso —le guiño el ojo, molestándolo. Me da una sonrisa apenada; sabe que no es buena idea discutir con los clientes.

Tomo la bolsa de plástico con los panes y la caja de café.

Me doy la vuelta dispuesta a salir del local para irme a casa, pero alguien me toma del brazo haciendo que pare.

—¿Qué?, ¿ya no saludas? —me pregunta.

Se me atasca la respiración en la mitad del proceso. Este hombre no es cualquier persona. No es un simple desconocido y desearía que lo fuera; que simplemente fuera un hombre aguardando en la fila y me dejaría ir.

Pero no… Es el papá de mi hijo, el mismo que me rompió el corazón años atrás.  

 

///

¿Ustedes recuerdan está historia?

Pues volví a retomarla y me encanta. 

Os quiero. 




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