Eres mía.

4. Ian.

Capítulo 4. 

 

Volver a esta ciudad no es algo que me tenga feliz. Sin embargo, el cambio de ambiente tan tranquilo del que estaba viviendo constantemente, no es algo de lo cual me pueda quejar. La ciudad en Leeds es estresante por los estudios, por la constante presión que tiene mi familia sobre mí y el que en ocasiones me sienta solo.

Dejando a un lado esas cosas patéticas, me concentro disimuladamente en la mesa al frente de donde estoy, donde puedo ver a Kania con el tipejo ese. Parecen estar hablando algo serio porque, aunque no le puedo ver la cara a ella, al tipo ese sí. Su mirada está en el menú de forma aburrida, y veo como sus labios se mueven sin levantar la vista de la carta. Sintiéndome un poco más tranquilo por eso. Mi acompañante hace acto de presencia.

La punta de su tacón hace eco en el pasillo antes de girar y entrar al lugar.

—Hola, cariño —Me levanto para poder saludarla como es debido. Me da un beso en la comisura del labio, y una pequeña mirada de burla—. A ver, antes de todo necesito saber qué es lo que provocó que Ian Berhane volviera a esta aburrida ciudad.

Antes de contestar me hace una seña hacia la silla, poniendo los ojos en blanco arrastro el objeto y le doy una sonrisa forzada con la señal de que se siente.

—Pensé que te iba a agradar más verte, Mariene —Me siento, y desabrocho el traje casual que tengo puesto—, y pensé que no eras tan chismosa.

—Te equivocas, me encanta el chisme —acepta descaradamente—. Ahora contéstame. Si mal no lo recuerdo pensé que decías que jamás regresarías.

—Ya sabes uno cambia de opinión —doy un sorbo al vino que reposa en mi copa alta—. Si mal no lo recuerdo, habías dicho que harías todo por alguien, pero las cosas no salieron así. ¿O me equivoco? —Me lanza una mala mirada, pero no replica nada más.

Mariene es una vieja amiga, que conocí gracias a Kay y en general de todos los Moore, puesto que hace parte de ellos. Es la única chica que la tiene tan clara. Ella no duda y no mide las cosas. Me gusta eso de ella. Lo determinada que es. Sin embargo, no la puedo ver como algo más que alguien mayor que yo. Es hermosa. Y cualquier hombre con ganas de pasarla bien, lo sabe. Pero hasta ahí llega ella.

El mesero pasa para la mesa en la que está Kania, y cuando voltea la cabeza de medio lado, alcanzo a ver una diminuta sonrisa por parte suya.

Tomo otro sorbo de la copa. Siempre le ha sentado bien sonreír, pero no si es delante de ese tipo.

—¿Qué ha pasado de nuevo en este lugar? —pregunto. Hace rato ordene por nosotros, conozco algo que a ella le encanta comer—. Porque parece que en estos cuatro años no ha pasado nada interesante.

—Déjame pensar —Un brillo en sus ojos aparece y esboza una sonrisa que me hace dudar de la pregunta que le acabo de hacer—. El hijo de Julis está muy grande —golpea la mesa con sus largas uñas.

—¿Qué? Te acabe de preguntar otra cosa. No conozco bien a la famosa para interesarme en su vida.

—Es que… Hablar de Milan me encanta —pone su codo en la mesa y recuesta la cabeza de lado en la palma—. No sé, es tan lindo, inteligente e imperativo. Deberías conocerlo, es un encanto. A veces los niños nos pueden alegrar el día —Frunzo el ceño ante su propuesta. Es la persona menos cariñosa que conozco cuando se trata de niños.

—Todavía no puedo creer que Enge la dejara sola con el niño —digo, recordando lo que me contó Kay hace mucho tiempo.

—Hay hombres que no merecen ser llamados papá. Son unos irresponsables y muy cobardes —Su sonrisa crece más cuando asiento de acuerdo con ella—. No ha pasado nada interesante. A menos que decidas formar el negocio entre los dos y vaya que esto se va a poner interesante.

—No tengo capital para hacer eso —La mesera llega con la cena. Deja primero la comida de Mariene y luego reposa mi plato en la mesa. Miro con aburrimiento el Pulpo de Feria. Estoy tan acostumbrado a ver estos platos, que últimamente los encuentros insípidos—. No todos tenemos un padre dispuesto a invertir en cualquier cosa.

—Es lo mínimo que me pueden dar —sube los hombros, dándole un bocado a su comida—. Y no me hagas quedar como tonta, mis ideas son geniales. Pero para la gente que no tiene el emprendimiento en sus venas, sencillamente no lo ven.

—No seas payasa —siseo. Jadeo ante el dolor que me provoca que me haya clavado la punta de su tacón en la rodilla—¡¿Estás demente?! —le pregunto furioso.

—Deja de tratar a una dama así, idiota —masculla, dando otro bocado a su comida.

Imito su acción porque estoy cansado de hablar con ella. Si no hubiera sido porque necesitaba que alguien hiciera algo por mí, no la hubiese llamado. Noto que el tipo que está con Kania se levanta de la mesa y se queda viéndola fijamente. No sé qué dicen, pero me encantaría tener quien los escuchara para yo saberlo. En el primer piso eso sería pan comido. Porque podría darle dinero a uno de los meseros y listo. Ahora no tengo el control de su conversación.

—¿Qué tanto miras? —pregunta cuando nota mi mirada a otra dirección. Sigue mi mirada y se topa con la espalda de Kania—. Oh, no me joda ese es Stefan.

—¿Lo conoces?

—Por supuesto —aparta la mirada de ellos—. Es un ejecutivo, experto en toda la parte de prensa y si mal no lo recuerdo es el hermano de Liam, es quien se encarga de una cafetería a la que a Kania le encanta ir cada mañana. Creo que no empieza su día sin ir a ese sitio.

—¿Es medio rubio? —Asiente. El dichoso encargado de la cafetería no ha salido de mi mente desde que lo vi. No me gusto ni cinco la manera en que la observo, ni mucho menos el que le propusiera salir con ella. Kania es demasiado para un chico tan insípido y soso. Además de que estoy seguro que sería de esos chicos que la aburren—. Al parecer lo conocí esta mañana.

—¿Quedo algo pendiente entre ustedes? —pregunta, tomando más de su copa y mirándome con mucho interés.




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