Eres Mia, Enzo de Luca

PRÓLOGO

ENZO.

El sol está en su punto más alto, y el calor del verano hace que el sudor nos resbale por la frente mientras jugamos fútbol

Somos un grupo de amigos inseparables, y el fútbol es nuestra válvula de escape, la universidad está siendo más dura de lo que pensé.

—¡Enzo, pasa! —grita Manuel, uno de mis mejores amigos, mientras corre hacia la portería. Le paso la pelota con precisión, y justo cuando Manuel se dispone a disparar, escucho una voz conocida que me hace voltear la cabeza.

ntonella está caminando hacia la cancha de voleibol con sus amigas. Lleva una camiseta ajustada y unos shorts que resaltan sus largas piernas bronceadas.

Mi corazón se acelera un poco al verla, pero trato de mantener la compostura.

—Hey, Enzo, mira quién viene —dice Pablo, uno de mis compañeros de equipo que babean por ella, con una sonrisa traviesa—. ¡Antonella! Esa chica está buenísima. ¿Porque nunca me la presentas?

Todos mis amigos comienzan a hacer comentarios y bromas sobre ella. Me siento incómodo, pero disimulo.

—¡Basta! Si escucho una palabra más faltandole el respeto os romperé la cara. Es mi… como de mi familia.

—Enzo, esa chica es una diosa. Por lo que sé, rechaza a todos lo que se le acercan, nadie se ha podido acostar con ella, pero contigo ella es diferente. Vamos, Enzo, ¿no te gustaría invitarla a salir? —me pregunta Pablo, dándome un codazo.

Sacudo la cabeza rápidamente y trato de sonar indiferente.

—No me interesa, chicos. Es como de la familia. Además, no creo que sea el tipo de chica que busco —miento, porque sé que si muestro algún interés, todos ellos empezarán a fijarse todavía más en ella.

—La verdad,es que es demasiada lucha para un polvo —dice Manuel pasándome el balón.

Los chicos se ríen y continúan jugando, pero yo no puedo evitar seguir a Antonella con la mirada.

La veo reír y jugar al voleibol con tanta gracia que me deja sin aliento.

Sé que tengo que mantenerme firme y no mostrar lo que realmente siento. No quiero que se convierta en el centro de atención de todos ellos. Prefiero guardarme mis sentimientos y protegerla de ese tipo de interés superficial.

ANTONELLA.

El calor del día hace que ni el aire se remueva, caminamos hacia la cancha de voleibol con las chicas.

Mis amigas y yo hemos decidido echar una partida rápida antes de la fiesta de esta noche.

—Mira, allí están los chicos del equipo de fútbol —dice Carla, señalando hacia donde están jugando Enzo y sus amigos.

Miro de reojo y veo a Enzo pasar la pelota con habilidad. Es el mejor del equipo, además de ser el capitán. Siempre se le ve tan concentrado y seguro de sí mismo en el campo que es imposible que no llame la atención.

Trato de no pensar demasiado en él, pero es difícil. Enzo siempre ha tenido esa capacidad de hacer que mi corazón lata más rápido. Creo que desde que tengo memoria.

Empezamos a jugar al voleibol, y me esfuerzo por mantener la concentración.

De repente, siento varias miradas sobre mí. Volteo y veo a los amigos de Enzo observándonos y riendo.

—Oye, Antonella, ¿por qué no le hablas a Enzo? A ese bombón le gustas —dice Andrea, una de mis amigas, con una sonrisa pícara.

Me río y niego con la cabeza.

—Es como de la familia y no, no es mi tipo —respondo, aunque en mi interior siento una punzada de tristeza.

Me encantaría que Enzo se fijara en mí, como algo más que alguien de la familia, pero siempre parece estar tan distante. Añoro los años en que solo éramos él y yo para todo. Pero de la noche a la mañana, se distanció. Cuando nuestras familias se encuentran para una cena o una salida y estamos solos, alguna vez encuentro al Enzo que añoro, pero cada vez es más distante conmigo. No sé qué le pasa ni qué hice mal, pero me duele.

Seguimos jugando al voleibol, pero mi mente está dividida entre el juego y mis pensamientos sobre Enzo. Lo veo reír con sus amigos y me pregunto si algún día se dará cuenta de lo que siento por él.

ENZO.

La música retumba en la sala mientras las luces parpadean al ritmo del DJ. La fiesta de la universidad está en pleno apogeo. Con una bebida en la mano, paseo por el lugar saludando a amigos y conocidos. De repente, la veo.

Antonella está en una esquina, riendo y coqueteando con uno de mis compañeros del equipo de fútbol. Es alto, de cabello oscuro y una sonrisa encantadora, el típico galán que se lleva bien con todos. Siento una punzada de celos atravesarme el pecho.

Sin pensarlo dos veces, me dirijo hacia ellos, con pasos firmes y decididos. Cuando llego, tomo a Antonella del brazo con suavidad pero con firmeza. Ella me mira sorprendida.

—Nos tenemos que ir —digo, mi voz más seria de lo habitual.

—¿Qué? ¿Por qué? —protesta Antonella, tratando de soltarse—. No puedes venir aquí y...

No la dejo terminar. La beso. Es un beso cargado de urgencia, de emoción contenida. Antonella se queda petrificada, sus ojos abiertos de par en par mientras su corazón late desbocado. Puedo sentir su desconcierto y su sorpresa.

Cuando me aparto, me mira confundida, sus labios aún hormigueando.

—¿Por qué haces esto, Enzo? —pregunta, su voz un susurro lleno de dolor y desconcierto.

—Tú estabas con otra chica también en la fiesta —dice, su voz ganando fuerza mientras me acusa—. Eres un picaflor, ¿por qué no puedo hacer lo mismo?

Trago saliva, sin atreverme a decirle lo que realmente siento. No puedo confesarle que la amo, que la idea de verla con otro me vuelve loco. Así que, en cambio, respondo con dureza:

—No y punto.

La tomo de la mano y la conduzco fuera de la fiesta, mis pasos resonando con rabia contenida. La llevo hasta mi coche y, sin decir una palabra más, la hago subir. Conduzco en silencio, con los nudillos blancos de tanto apretar el volante.

Cuando llegamos a su casa, ella sale del coche de un portazo, sus ojos brillando de furia.




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