Eres Mia, Enzo de Luca

CAPITULO 1

ENZO.

 

Despierto con un sobresalto cuando la puerta de mi habitación se abre de golpe, golpeando la pared con un estruendo que resuena en mis oídos aún adormecidos. Antes de que pueda procesar qué está pasando, veo la figura inconfundible de mi madre, Victoria, parada en el umbral, irradiando furia como un volcán en erupción.

 

—¡Enzo! —exclama. Su voz suena con una mezcla de decepción y rabia—. ¡Otra secretaria ha renunciado!

 

Me siento en la cama, frotándome los ojos para despejar el sueño. Siento un nudo formarse en mi estómago, anticipando el sermón que sé que estoy a punto de recibir.

 

—¿Qué? —logro articular con mi voz ronca por el sueño—. ¿Quién ha renunciado ahora?

 

Victoria avanza hacia mí con pasos firmes y se planta frente a mi cama con los brazos cruzados sobre el pecho. Es una mujer amorosa, pero cuando se enoja, su carácter explosivo es algo que temer, cuando ella habla, hasta mi padre que es un hombre de carácter fuerte se calla.

 

—Sandra —dice con desdén, como si el nombre le quemara la lengua—. ¡La pobre chica dijo que no podía seguir trabajando contigo después de... de...! —Su voz tiembla con indignación—. ¡Después de que te la llevaras a la cama!

 

Suspiro y me paso una mano por el cabello desordenado. Sé que esto iba a pasar eventualmente, pero nunca pensé que sería tan pronto. Sandra ha sido una diversión pasajera, nada serio, al menos para mí.

 

—Mamá, no es tan grave —intento calmarla, pero su mirada furiosa me corta en seco.

 

—¿No es tan grave? —repite con el tono de voz subiendo una octava—. ¡Es la sexta empleada que renuncia por tu culpa, Enzo! ¡La sexta!

 

Intento defenderme, aunque sé que estoy en una posición precaria.

 

—Ellas saben en lo que se meten —digo, intentando sonar razonable—. No les doy falsas esperanzas, les dejo claro que es solo diversión.

 

Victoria toma una almohada de mi cama y, sin previo aviso, me la estampa en la cabeza con una fuerza que no creí que tuviera.

 

—¡Eres un insensible! —espeta—. ¡Un maldito mujeriego! ¿Así es como quieres que te vean? ¿Como un hombre que solo piensa en sí mismo, que usa a las mujeres y luego las desecha?

 

Me quedo en silencio, sintiendo la culpa retorcerse en mi interior. No es la primera vez que escucho esas palabras, pero cada vez que salen de la boca de mi madre, me duelen un poco más.

 

—No era mi intención... —murmuro, pero ella no está para escuchar excusas.

 

—En media hora te quiero ver en la oficina de tu padre —dice con el tono serio en su voz—. Estoy cansada de tu comportamiento, Enzo. Tienes que cambiar. Esto no puede seguir así.

 

La miro a los ojos, viendo la mezcla de amor y decepción en ellos. Sé que, a pesar de todo, ella solo quiere lo mejor para mí. Pero cambiar... eso es más fácil decirlo que hacerlo.

 

—Lo haré, mamá —digo finalmente, aunque no estoy seguro de cuánto de verdad hay en mis palabras.

 

Ella asiente, pero su expresión muestra que no está convencida.

 

—Más te vale —dice, dándome un último golpe con la almohada antes de salir de la habitación—. Media hora, Enzo. No llegues tarde.

 

Me quedo sentado en la cama, escuchando sus pasos alejándose por el pasillo. Siento el peso de sus palabras sobre mis hombros, pero ellas me buscan a mi. Me tocará resistirme a esas bellezas que se me acercan, no solo por ella, sino por mí mismo.

 

Me levanto y me dirijo al baño, dejando que el agua fría de la ducha despeje mis pensamientos. 

 

Mientras me visto, no puedo dejar de pensar en lo que ha dicho mi madre. ¿Realmente me he convertido en alguien tan insensible? ¿Alguien que solo ve a las mujeres como objetos de placer?

 

Miro mi reflejo en el espejo, buscando respuestas en los ojos que me devuelven la mirada.

 

No veo a un monstruo, pero tampoco veo al hombre que quería ser. 

 

Sé que tengo que cambiar, pero no estoy seguro ni de querer, ni de cómo hacerlo.

 

Llego a la oficina de mi padre justo a tiempo, mi madre ya está allí, esperándome con una mirada severa. 

 

Me siento frente a ella, y miro a mi padre que también me mira con decepción.

 

—Enzo —dice finalmente mi padre, su voz es dura pero más suave que la de mi madre—, no sé en qué momento te convertiste en esto, —dice, pero él lo sabe al igual que yo. Fue el día que esa enana desapareció de mi vida para irse a Londres, ese día me di cuenta que el amor es una mierda —pero sé que puedes ser mejor. Quiero que seas feliz, pero no a costa de los demás.

 

—Lo intentaré, papá. —Asiento. —Prometo que lo intentaré.

 

Ella me mira por un largo momento antes de sonreír levemente.

 

—Eso espero, Enzo. Por tu bien y por el de esta empresa, necesito que firmes esto.

 

Ella fija su mirada en mí mientras desliza un documento frente a mí. Tomo el papel sin leerlo, como suelo hacer, y firmo con rapidez, deseando que esta conversación termine lo antes posible. La sonrisa de mi madre se ensancha al ver mi firma, mientras que mi padre niega con la cabeza, mostrando una expresión de desaprobación.

 

—Perfecto —dice mi madre con una voz que mezcla satisfacción y firmeza—. Si vuelves a tener una relación, tanto sexual como sentimental, con alguien de esta empresa, estás despedido, además de que perderás toda herencia por nuestra parte.

 

Mis ojos se agrandan mientras las palabras se asientan en mi mente, un escalofrío recorriendo mi columna vertebral. 

 

—¿Qué mierda...? —logro decir, mi voz apenas un susurro de incredulidad y rabia contenida.

 

—¡Enzo! —exclama mi padre, su voz grave resonando en la habitación, claramente molesto por mi elección de palabras—. Este es un asunto serio, y más te vale tomarlo como tal.




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