ENZO
Llego a la oficina temprano, ansioso por ver a Antonella después de nuestra cena anoche.
Hay algo en su presencia que siempre me ha dado una sensación de calma y emoción al mismo tiempo.
La oficina está tranquila, pero sé que pronto se llenará de la energía habitual del día a día.
Me sumerjo en mi trabajo, tratando de enfocarme en los pendientes, pero mi mente vuelve a Antonella constantemente. Hasta que finalmente, la veo entrar. Esa mujer luce radiante, su cabello brilla bajo la luz de la oficina y lleva un vestido azul que resalta sus ojos.
No puedo evitar sonreír al verla.
Antonella parece concentrada, con una carpeta llena de documentos bajo el brazo. Se dirige a su escritorio y empieza a organizar su día. Pero mi día cambia cuando de repente, Silvio, nuestro cliente griego de padres italianos, entra en la oficina. Es joven, guapo y tiene ese aire de confianza que solo los magnates poseen.
Ellos se conocen al igual que lo conozco yo, nuestros padres conocen a los suyos. Creo que mi padre tuvo alguna que otra palabra en su día, cuando el padre de Silvio “Eduardo” conoció a mi madre. Silvio, siempre ha mirado a Nella diferente y no me gusta.
Se dirige hacia Antonella, y justo en ese momento, tropieza ligeramente, casi como si fuera a propósito.
—Oh, perdón, bella Antonella, ¿estás bien? —dice Silvio, sonriendo de manera encantadora.
—Hola, Silvio. Sí, no te preocupes. Fue un simple tropiezo —responde ella, sonriendo educadamente.
—¿No me digas que eres la asistente de Enzo? —le sonríe coqueto.
—Pues si, ahora tendrás que verme a mí —bromea Nella.
—Sabes, siempre es un placer verte —dice Silvio, con un tono de voz que deja claro su interés más allá de lo profesional—. ¿Tienes unos minutos para hablar sobre el proyecto?
—Claro, vamos a mi oficina —responde Antonella, manteniendo la compostura.
Los veo alejarse y una punzada de celos me atraviesa. No me gusta cómo Silvio la mira, cómo le habla.
Intento enfocarme en mi trabajo, pero es difícil ignorar lo que siento.
Nerea se da cuenta y se acerca a mí con una sonrisa de suficiencia.
—¿Ves eso, Enzo? —dice en voz baja, como si me estuviera contando un secreto—. No puedo creer que Antonella ya esté coqueteando con los clientes. Yo siempre he creído que mezclar relaciones personales con los negocios es una mala idea. Puede arruinar contratos, además que da una mala imagen a la empresa.
Miro a Nerea, sintiendo cómo la irritación crece dentro de mí. No respondo, pero mi mirada debe hablar por sí sola, porque ella parece disfrutar de la tensión que está creando. Nerea siempre ha sido buena para sembrar discordia.
—Nerea… —la advierto.
—Sólo digo que deberías tener cuidado —añade, con un tono de falsa preocupación—. No queremos que los contratos importantes se vean afectados por… sus asuntos personales.
Me esfuerzo por no reaccionar, pero su tono insinuante me descoloca. Nerea, notando mi incomodidad, se acerca aún más, invadiendo mi espacio personal.
—¿Sabes, Enzo? —continúa, bajando aún más la voz y adoptando una actitud coqueta—. Siempre he pensado que deberías enfocarte en alguien que realmente valore tu posición aquí. Alguien como yo, quizás.
Sus palabras me desconciertan y, aunque intento no mostrarlo, una mezcla de celos y confusión se apodera de mí. No puedo dejar de pensar en Antonella con Silvio, y eso solo alimenta mi frustración.
—Nerea, no es el momento ni el lugar para esto —respondo, tratando de mantener la calma—. Tenemos trabajo que hacer.
Ella sonríe, aparentemente satisfecha con su provocación. No soy tonto y me doy cuenta de que está disfrutando de mi reacción, de cómo sus palabras están logrando su objetivo. Estoy ardiendo de celos.
No tengo tiempo para sus juegos ni sus comentarios malintencionados, pero sus insinuaciones sobre Antonella y Silvio siguen rondando mi mente.
No puedo permitir que sus palabras me afecten, pero la realidad es que lo han hecho. Necesito hablar con Antonella, aclarar las cosas, pero sé que este no es el momento adecuado.
ANTONELLA.
Después de la reunión con Silvio, me siento optimista sobre el proyecto. A pesar de su coqueteo, logramos avanzar significativamente en las negociaciones. Salgo de la sala de reuniones y me dirijo hacia mi escritorio, pero me detengo al escuchar voces en la oficina de Enzo.
—Solo digo que deberías tener cuidado —dice Nerea, con su tono habitual de falsa preocupación—. No queremos que los contratos importantes se vean afectados por… sus asuntos personales.
Me detengo en seco. ¿De qué está hablando? Siento la rabia ardiendo dentro de mí. No puedo quedarme callada ante esto. Entro en la oficina de Enzo sin tocar, interrumpiendo la conversación.
—¿Sabes, Enzo? —le susurra, claramente en un coqueteo—. Siempre he pensado que deberías enfocarte en alguien que realmente valore tu posición aquí. Alguien como yo, quizás.
—Nerea, no es el momento ni el lugar para esto —responde visiblemente molesto—. Tenemos trabajo que hacer.
No aguanto más y abro la puerta visiblemente enfadada.
—¿De qué mierda vas, Nerea? —espeto, mirándola directamente a ella, en el tono de mi voz se nota claramente mi molestia.
Nerea se gira hacia mí, sorprendida por mi irrupción. Enzo intenta levantarse de su silla, sorprendido y con una expresión en su rostro de preocupación.
—Antonella, no te pongas así. Solo estaba señalando un hecho. Las relaciones personales pueden complicar los negocios.
—¿Y te atreves a decirlo tú? No tienes derecho a insinuar nada sobre mi relación con los clientes, Nerea —digo, con la voz temblando por la indignación—. Soy profesional y siempre lo seré. Quizás deberías preocuparte más por tu propio trabajo y menos por el de los demás. Tal vez la que no es muy profesional aquí eres tú, cuchicheando sobre los compañeros en vez de estar en tu puesto de trabajo.