ENZO.
Estoy en la sala de juntas, esperando que comience la reunión. Silvio, el cliente “don perfecto” como le digo yo, se sienta frente a mí, y Antonella está a mi lado.
El ambiente aquí dentro es muy formal, y “don perfecto” actúa profesional, pero algo en la forma en que Silvio mira a Antonella me molesta. Trato de ignorarlo y concentrarme en los documentos frente a mí.
Papá también está aquí, observando todo con su calma y su silencio habitual. Desde que me puso al frente de la empresa, está en las reuniones como observador, y luego debatimos qué tal nos ha ido.
No puedo dejar de notar una leve sonrisa en sus labios cuando mira a Antonella, que ella discretamente le devuelve. ¿Qué está pasando?
La reunión está a punto de comenzar y todo parece normal. Pero entonces, Silvio hace un comentario sobre la decoración de la sala.
—¿Sabes, Antonella? La última vez que vi un cuadro tan feo como ese, pensé que me estaban gastando una broma de mal gusto. Pero ahora que lo veo aquí, me pregunto si tengo que revisar mi gusto en arte o en proveedores —dice Silvio, señalando un cuadro abstracto en la pared.
Antonella ríe, y con una risa que suena un poco más coqueta de lo habitual. Aunque a mí no me ha hecho gracia el comentario. Dice que tenemos mal gusto o eso he entendido yo.
—Silvio. No digas eso, a mí me gusta ese cuadro. ¡Cambia de proveedores por favor!
Siento un nudo formarse en mi estómago al escuchar la risa de Nella. Intento concentrarme en la documentación que tengo delante pero la interacción entre ellos me distrae.
—Antonella, me gusta tu sentido del humor, deberías venir más a menudo a nuestras reuniones. Haces que todo sea más llevadero —dice Silvio, regalándole una de sus mejores sonrisas.
—Gracias, Silvio. Sinceramente también es un placer trabajar contigo —responde ella, con una sonrisa que podría derretir el hielo o incluso a mí.
—Sabes, Antonella, estaba pensando en contratar a alguien para acudir a estas reuniones, pero creo que no será necesario, si tú vas a estar presente —bromea Silvio.
—¿Ah sí? Pues debería considerar cobrar un extra por atención personalizada —responde ella, riéndose y dirigiéndose a mí padre. A lo que Silvio asiente.
—Yo estaría dispuesto a dártelo —responde don perfecto.
¿Por qué está siendo tan amable con él? Me siento inquieto en mi silla, tratando de mantener la compostura. ¿Por qué le está riendo todas las gracias?
—Deberías venir a la cena de negocios el próximo viernes, Antonella. Sería genial tenerte allí —sugiere Silvio.
—¡Oh, suena divertido! Me encantaría, —responde ella, lanzándome una rápida mirada. Y entonces me doy cuenta. ¿Está haciendo esto a propósito?
Leonardo se aclara la garganta, llamando la atención.
—Bueno, empecemos. Vamos a centrarnos en los puntos importantes de la reunión, ¿de acuerdo?
La reunión empieza, pero mi mente sigue volviendo a los intercambios entre Silvio y Antonella. A sus miradas y a la estúpida sonrisa que tiene Silvio en su cara, esa que reventaría de un puñetazo, para que se le borre.
Cada vez que ella le sonríe o ríe de sus bromas, siento una punzada de celos. Estoy casi fuera de mí, pero trato de mantener una fachada profesional.
Finalmente, la reunión termina y Silvio se vuelve hacia Antonella con una sonrisa.
—¿Qué te parece si tomamos una copa para celebrar el progreso que hemos hecho?
Antes de que Antonella pueda responder, salto de mi silla.
—Lo siento mucho, Silvio, pero eso no es posible. Antonella y yo tenemos que arreglar unos asuntos.
Antonella me mira con sorpresa fingida.
—¿Qué asuntos, Enzo? No recuerdo que tengamos ningún asunto pendiente.
—Sí, claro que sí —digo, intentando mantener la calma. —Tenemos que acabar de programar un contrato muy importante.
Silvio levanta una ceja, divertido. Y mi padre esboza una pequeña sonrisa.
—Vaya, parece que Enzo te tiene muy ocupada. ¿Cuándo te dejará un poco de tiempo libre?
—Buena pregunta, Silvio —responde Antonella, riendo. —Tal vez cuando los contratos se firmen solos.
Silvio se ríe y me mira con una sonrisa.
—Enzo, deberías darle un respiro a esta mujer. Está trabajando demasiado duro para el tiempo que lleva aquí.
—Por eso es la mejor, y no tiene tiempo para tonterías.
Veo a papá que se coloca detrás de Nella, riendo suavemente.
Parece que has aprendido a jugar bien tus cartas en los negocios, Antonella. No llevas ni una semana y ya te quieren robar de la empresa, menos mal que eres mi ahijada —le dice, haciendo que me vuelva hacia él con una mezcla de frustración y alivio.
—Vamos, Enzo. No seas tan duro, —dice Silvio, palmeando mi espalda. —Prometo no robarte a tu mejor empleada. Por ahora.
Salimos de la sala y me dirijo a mi oficina, seguido de cerca por Antonella. Ella pasa y deja los contratos en la mesa. Y yo cierro la puerta detrás de nosotros, entonces me giro para enfrentarla.
—¿Qué demonios ha sido todo eso, Antonella? ¿Qué crees que haces?
Ella se encoge de hombros, sonriendo.
—Solo aprendo de ti, soy cordial y además solo sigo tu consejo, Enzo. Mantener buenas relaciones con los clientes.
—No de esa manera, —gruño, sintiendo que mi frustración se convierte en algo más profundo.
—¿Y cuál es la manera correcta entonces, jefe? —responde ella, con un tono juguetón en su voz. —Según sé, tú actúas igual con tus empleadas, ¿No es así?
Me acerco dejándola completamente acorralada entre mi cuerpo y la pared.
—No juegues conmigo, Nella, si juegas con fuego te puedes quemar.
—¿Estás seguro de que la que me voy a quemar soy yo, Enzo? —inquiere alzando la barbilla desafiante. Lo que me hace fijarme en sus labios, no, no, no…
—Vamos a trabajar en ese contrato, —digo finalmente, sabiendo que he perdido esta batalla, pero decidido a no perder la guerra.
Mientras nos sentamos a trabajar, no puedo evitar pensar en lo cerca que estuvo Silvio de conseguir esa cita.