ANTONELLA.
Sentada en la cafetería con mi hermana Bianca, no puedo evitar darle vueltas a lo que ha pasado hoy con Enzo. Tomo un sorbo de mi café, notando la mirada de mi hermana fija en mí y comienzo a contarle.
—Bianca, hoy en la reunión con Silvio, Enzo estaba... diferente. Bueno, diferente no, Celoso.
—¿Celoso? —Bianca arquea una ceja, intrigada—. ¿Qué es lo que pasó?
—Silvio estuvo especialmente encantador conmigo o yo con él. Hizo algunos comentarios sobre el arte en la sala, nada importante, pero me reí y Enzo se puso tenso. Es lo que él hace con las chicas de la empresa. Y luego, cuando Silvio me invitó a una copa para celebrar, Enzo saltó de su silla y dijo que no podía, que teníamos asuntos pendientes. —Suspiro, recordando la intensidad en los ojos de Enzo—. Fue... extraño y a la vez me gustó.
Bianca se ríe a carcajadas, atrayendo la atención de algunos comensales.
—¡Ay, Antonella! ¿Por qué no aprovechas? Enzo y tú han estado enamorados desde que éramos niños.
—¿Tú crees que él..? —le pregunto, aunque en el fondo sé la respuesta. La miro con curiosidad—. ¿Por qué dices eso? Enzo me ha ignorado siempre.
Bianca se inclina hacia adelante, sonriendo y bajando la voz como si fuera a contarme un secreto.
—¿Recuerdas cuando teníamos nueve años? Estábamos en el parque y unos chicos mayores empezaron a molestarte. Enzo apareció de la nada, se plantó frente a ellos, aún sabiendo que estaba solo, les dijo que se alejaran de ti, que tú eras suya. Al final, terminó con un ojo morado, pero no dejó que te tocaran.
Sonrío, recordando la escena. Enzo, siempre protector, siempre tan obstinado. Cuando llegó Leonardo, le dijo que no se metiera, que él lo solucionaba.
—Sí, lo recuerdo. Siempre ha sido así conmigo.
Antes de que pueda seguir, veo a Nerea entrar en el restaurante. Se sienta con otra mujer a una mesa cercana. Mi estómago se tensa y Bianca se da cuenta.
—¿Quién es ella? —pregunta, notando mi incomodidad.
—Esa es Nerea. Es la chica por la que Enzo y yo hemos discutido en la empresa.
—¿De verdad? —Bianca parece sorprendida, Nerea me mira, se nota que me ha visto—. ¿Y qué vas a hacer?
—Ignorarla. No tengo nada que decirle.
Bianca asiente, y luego cambia de tema.
—Otro tema, ¿qué pasa con Dylan? Recuerdo que en la universidad tenías una "relación no relación" con él. Y todavía te llama.
Suspiro, recordando a Dylan y lo complicado que es todo.
—Sí, con Dylan las cosas nunca fueron fáciles. Fue intenso, pero nunca concreto. Él es un buen hombre, siempre pendiente de mi, cuando me vine de Londres a hacer las prácticas nos despedimos pero todavía me pregunta si pienso volver. —Suspiro.
—Y ahora, con Enzo... no sé qué pensar o hacer.
—¿Pensabas volver a Londres?
—Sinceramente sí. Nadie mejor que tú sabe porque me fui, pero ahora…
—Enzo, no es el mismo Enzo que conocíamos. —Responde por mí.
—Quiero observarlo, ver cómo actúa antes de dar cualquier paso. No puedo fiarme de él ciegamente después de todo lo que ha pasado. Cuando empezó a sospechar que estaba enamorada de él, me dejó de lado, Bianca. Me dolió mucho y no sé si podría pasar por eso otra vez.
Bianca me mira con comprensión y una chispa de travesura en los ojos.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Provocarlo más para que te bese en mitad de la oficina?
Río, sacudiendo la cabeza.
—Quizás. A veces creo que me gusta jugar con fuego. Y ahora mi situación con Enzo está que arde.
Nos reímos juntas, disfrutando de nuestra complicidad. Aunque el futuro con Enzo es incierto, tener a Bianca a mi lado hace que todo sea más llevadero. Bianca se inclina y me toma la mano.
—Anto, me alegra tanto tenerte aquí. A parte de ser mi hermana, eres mi mejor amiga y sé que tú y Enzo tienen algo especial. Pero entiendo que tengas miedo. Solo quiero que seas feliz, y si eso significa darle una oportunidad a Enzo, entonces hazlo. Si te hace daño otra vez, estaré aquí para patearle el trasero.
Nos reímos de nuevo, y en ese momento, siento una mirada clavada en mí, y sé que es de Nerea. Pero no pienso saludarla, para mí, esa bruja es un cero a la izquierda.
ENZO.
Estoy en mi oficina, revisando algunos correos electrónicos cuando mi teléfono suena. Es Eric, un amigo cercano y uno de nuestros clientes más importantes. Solo al ver su nombre en pantalla, contesto con una sonrisa.
—¡Eric! ¿Qué tal, viejo amigo?
—¡Enzo! Todo bien, ¿y tú? Oye, tenemos que vernos con Simón para firmar ese contrato. Son muchos ceros, y para cerrar el trato, necesitamos viajar a Portugal.
—Portugal, ¿eh? —digo, recordando nuestras aventuras pasadas—. La última vez que estuvimos los tres juntos para cerrar un contrato, terminamos con una borrachera monumental.
Eric se ríe al otro lado de la línea.
—¡Cómo olvidarlo! Fue en ese pequeño bar en Lisboa. Creo que bebimos todo el stock de vino del lugar.
—Sí, y luego intentamos encontrar nuestro hotel durante horas. ¿Recuerdas que Simón terminó durmiendo en el lobby porque perdió la llave de su habitación?
—¡Cómo no! —responde Eric, entre risas—. Y tú, Enzo, insistiendo en que podías hablar portugués fluido con el recepcionista, cuando apenas podías decir “gracias” sin trabarte.
—Hey, al menos conseguimos el trato, ¿no? —río también, disfrutando de la nostalgia.
—Exactamente. Bueno, espero que esta vez sea un poco más sobrio, pero no prometo nada.
—Con nosotros tres juntos, Eric, siempre hay espacio para lo inesperado. Pero, volviendo al tema, ¿cuándo sería el viaje?
—El lunes próximo. Llevaremos a nuestras secretarias o asistentes, lo que sea que tengas, para que ellas se encarguen del tema de los contratos. Simón ya está al tanto y espera nuestra confirmación. Tengo un vuelo reservado para nosotros a las 10 a.m.
—Perfecto, cuenta conmigo. Será bueno verlos a ambos y, por supuesto, cerrar ese contrato.