Eres Mia, Enzo de Luca

CAPITULO 11

ENZO.

Llego a casa de mis padres después de un largo día de trabajo. La mansión De Luca se ilumina con las luces cálidas del interior, ofreciéndome un respiro del ajetreo del día. Entro y me dirijo a la cocina, donde siempre encuentro a mi madre, Victoria, preparando algo delicioso. Hoy está cortando un poco de queso.

—Hola, mamá —saludo, dejándome caer en una silla.

—Hola, hijo. —Victoria levanta la vista y me sonríe—. ¿Qué tal tu día?

—Intenso —respondo, dejándome llevar por la sinceridad del cansancio.

Victoria, que siempre ha tenido un sexto sentido para mis estados de ánimo, se detiene y me mira fijamente.

—¿Problemas en la empresa o con alguna mujer? —pregunta, con una mezcla de curiosidad y sabiduría maternal.

Suspiro, sabiendo que no puedo engañarla.

—Un poco de ambos, pero más de lo segundo, creo.

Ella arquea una ceja y deja el cuchillo en la tabla de cortar.

—Enzo, firmaste un contrato donde se especifica claramente que no puedes tener relaciones con ninguna empleada más. Lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé, mamá. —Estoy molesto, pero entiendo su preocupación—. Sé que fue necesario, pero no hace que sea más fácil de manejar.

Victoria se acerca a mí, deja el cuchillo a un lado y me envuelve en un cálido abrazo.

—Algún día entenderás mi preocupación, hijo. Hay muchas arpías sueltas que se hacen pasar por buenas mujeres, pero solo buscan el dinero del apellido De Luca.

Sus palabras me hacen reflexionar. Sé que tiene razón. La experiencia me ha enseñado que hay gente que haría cualquier cosa por una tajada del éxito familiar. Justo en ese momento, la puerta principal se abre y entra mi padre, Leonardo. Se dirige directamente a la cocina, con la expresión de alguien que ha tenido un día tan largo como el mío.

—Buenas noches, familia —dice, acercándose a mi madre.

Le da un tierno beso en los labios y la mira con adoración.

—Te amo, Victoria.

—Y yo a ti, Leonardo.

Los observo y me doy cuenta, como tantas otras veces, de la profundidad de su amor. Mis padres se aman con locura desde siempre. No recuerdo un solo día en el que mi padre no le haya dicho a mi madre que la ama. Esa constancia, ese cariño inquebrantable, es algo que siempre he admirado.

¿Alguna vez tendré algo así? Me encuentro preguntándome si podré encontrar a alguien que me ame de esa manera, alguien a quien yo pueda amar con la misma intensidad. Mis pensamientos vuelan inevitablemente hacia Antonella, Nella. La imagen de su sonrisa, su risa, su mirada desafiante... Todo en ella despierta algo profundo en mí. Pero también está la complejidad de nuestros sentimientos y la incertidumbre de lo que realmente queremos.

Mis padres siguen charlando, ajenos a mis pensamientos. Me levanto de la silla y me dirijo a mi habitación, necesitaba un momento para procesar todo.

Mientras me recuesto en la cama, escucho un suave golpeteo en la puerta. Es mi madre.

—Enzo, ¿te vas a quedar a dormir?

—Sí, mamá —respondo, sintiendo una cálida sensación de hogar al decirlo.

—¡Qué bien! —dice, entrando para darme un beso en la frente—. Me alegra que te quedes.

Justo detrás de ella, llega mi padre, con una sonrisa pícara.

—Victoria, es hora de irnos a dormir —dice, rodeándola con un brazo, besando su cuello y guiñándome un ojo.

Me carcajeo y niego con la cabeza, divertido.

—Buenas noches, mamá, papá. Descansen.

Ellos se despiden y cierran la puerta suavemente, dejándome con una sonrisa en los labios.

Pienso una vez más sobre el amor que comparten y la posibilidad de encontrar algo similar.

Mis pensamientos vuelven a Nella, y me pregunto si algún día podré tener con ella una relación tan fuerte y duradera como la de mis padres.

Con ese pensamiento en mente, cierro los ojos, dejando que el cansancio del día se disuelva en la tranquilidad de la noche en casa, pero las palabras de mi madre resuenan en mi mente.

Las arpías y las buenas mujeres. Antonella no es una arpía, estoy seguro de que es la buena mujer que necesito.

Con un suspiro, cierro los ojos, intentando calmar la tormenta de pensamientos en mi mente.

Mañana será otro día, y tendré que enfrentarme a él con la misma determinación de siempre.

Pero por ahora, solo quiero descansar.

ANTONELLA.

Estoy en la cocina de mi casa, disfrutando de un café recién hecho y hablando con mi madre, Clara. La luz del sol entra por la ventana, llenando la habitación de una calidez reconfortante. Mi madre, siempre tan atenta, me pregunta sobre mis planes para el día mientras rebana un poco de pan fresco.

—¿Tienes algo importante en la empresa hoy, Nella? —pregunta, sirviéndome una segunda taza de café.

—Lo de siempre, mamá. Reuniones, documentos, y lidiar con Enzo —respondo, medio en broma, medio en serio.

Justo entonces, mi padre, Paul, entra en la cocina. Me da un beso en la frente y luego se acerca a mi madre, abrazándola y dejando un par de besos en su cuello. La escena es tan cotidiana y a la vez tan especial que no puedo evitar sonreír.

—Buenos días, familia —dice mi padre con su voz cálida y firme.

—Papá, ¿podrías acercarme a la empresa hoy? Mi coche tiene que pasar la revisión anual y los del taller vendrán a por él.

—Claro, Nella. Además, tengo que tratar algunos asuntos con Leonardo —responde, siempre dispuesto a ayudar.

Desde que mi padre abrió su empresa de seguridad, ha estado más ocupado que nunca. El negocio ha crecido exponencialmente, y su tiempo es cada vez más limitado. Sin embargo, para su hermano de corazón, Leonardo, siempre saca tiempo.

Nos terminamos el desayuno y salimos juntos. El trayecto hacia la oficina es tranquilo, y aprovecho para ponerme al día con mi padre sobre los últimos proyectos en los que está trabajando. Es impresionante ver cómo ha construido su empresa desde cero y la ha llevado al éxito.

Llegamos a la oficina y nos despedimos en la entrada. Mi padre se dirige a la oficina de Leonardo mientras yo camino hacia mi despacho. De camino, me encuentro con Enzo. Él me ve sonriente y se acerca, sus ojos brillando con una mezcla de alegría y algo más profundo que no puedo identificar del todo.




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