La espantosa mañana llegó. Gustavo se despertó con la sensación de que lo sucedido anoche había sido un sueño. Pero la resaca que portaba le recordó su realidad. Se la sacudió con un par de analgésicos y una enorme botella de Gatorade. Se alistó para ir a trabajar con las mismas ganas que un animal de granja tendría, si supiera que iría directo al matadero.
Estaba decido a pasar de largo la cafetería e ir en busca de un nuevo lugar donde comprar café. Seguramente no era la única con esas delicias de panecillos. ¿O sí?
Estuvo tentado de tomar otro camino, pero su estilo de vida práctico lo obligó a utilizar la ruta más corta. A unos cuantos pasos antes de llegar, suspiró y, vencido, abrió la puerta. La misma fuerza invisible que lo atacaba pudo más que él. Hizo una nota mental para tomar medidas extremas para evitarlo. Al menos no hizo el intento por buscarla con la mirada antes de entrar.
No vio a Nina por ningún lado y Gustavo no supo si alegrarse o decepcionarse. Andrea lo recibió con una gran sonrisa que desplegaba sus adorables hoyuelos, y después le entrego el café que no fallaba en ordenar; el croissant se lo llevaría en cuanto se acomodara en una mesa. No pudo evitar notar que sobre el mostrador, colocadas en un florero, estaban las flores que había abandonado.
—Están bonitas ¿verdad? —dijo Andrea atrapándolo mientras las miraba con desdén—. Las gerberas son mis flores favoritas. Alguien las dejó olvidadas ayer.
Se encogió de hombros y buscó donde sentarse.
Gustavo se quedó a medio camino de darle un sorbo a su café cuando escuchó a la mesera saludar a la persona que acababa de entrar.
—Hola, Alex. —Gustavo bajó la taza con el descuido generado por su asombro, que derramó la mitad del líquido caliente—. Está en la cocina —El joven le regresó el saludo, y en ningún momento le quitó la mirada de encima hasta que lo vio desaparecer. «¡Me lleva la que me trajo!»
Cualquier esperanza que hubiese logrado amasar en su corazón, acababa de ser pulverizada. La boca se le secó.
No supo en que momento Andrea se acercó a su mesa y comenzó a limpiar su desastre. Mierda, ¿nada le iba a salir bien?
—Tranquilo, a cualquiera le pasa cuando se entera de algo desagradable —dijo sintiendo empatía por él.
—¿Tú lo sabías?
—Esta mañana Nina me lo contó. Lo siento.
—No tienes por qué. No es tu culpa.
—Tavo… se que este es el momento menos indicado, pero quisiera… —Se mordió su labio antes de agregar—: Espera aquí un momento.
Andrea se giró en sus talones y a toda prisa se dirigió detrás del mostrador. Mientras tanto Gustavo la miraba extrañado, más bien con ávida curiosidad.
Al regresar le colocó frente a él una rebanada de pastel de chocolate. Su favorito. Notó que en el plato también había un papel con algo escrito. Se acercó y lo leyó.
«Sé que no soy Nina, pero ¿te gustaría salir conmigo?»
A partir de ese día, Gustavo supo que allí, dentro de esa cafetería, estaba su destino, con la forma más dulce que alguna vez se imaginó.
***FIN***