UNA MAÑANA SIN FISURAS
El aliento de Liam Novak se condensaba en el aire fresco de la mañana, formando pequeñas nubes efímeras que desaparecían tan rápido como aparecían. Cada zancada era fluida, poderosa, el ritmo metronómico de sus zapatillas contra el asfalto mojado un acompañamiento perfecto para la música electrónica que vibraba en sus auriculares. El sol, aún bajo en el horizonte, bañaba el campus de la Universidad de Cérbero con un oro naciente, prometiendo un día igual de impecable que su rutina.
Liam tenía veintiún años, y el mundo, o al menos su parcela de él, parecía estar en perfecta armonía. Su físico, cultivado con la misma disciplina que aplicaba a sus algoritmos, era el de un atleta, con músculos definidos que se movían con una gracia natural. En las redes sociales, sus fotos recibían un aluvión de "me gusta" y comentarios, algo que, a pesar de su intelecto superior, no le era indiferente. Era guapo, brillante y estaba en la cima de su juego. La informática era su reino, y él, un príncipe sin corona que ya sentía el peso de la realeza.
De vuelta en su apartamento de estudiante, un espacio minimalista y de alta tecnología, se duchó rápidamente y se enfundó unos vaqueros ajustados y una camiseta gris que realzaba su complexión. Mientras preparaba un batido de proteínas, su mirada se posó en la pantalla de su PC customizado, un monstruo de cristal y luces LED que él mismo había ensamblado. Un santuario digital, diseñado para una eficiencia y una seguridad inexpugnables.
Hoy le tocaba "Arquitecturas de Redes Neuronales Avanzadas". Un paseo por el parque para su mente, aunque para la mayoría de sus compañeros, era el Everest.
EL GLITCH EN LA MATRIZ
La clase era un zumbido de tecleos y el murmullo del profesor Elias Thorne, una eminencia en la IA. Liam, sentado en primera fila, absorbía cada palabra, mientras en su propio portátil, ya había resuelto los dos problemas propuestos para el debate. Podía sentir las miradas de algunos de sus compañeros, mezcla de admiración y un ápice de resentimiento. Entre ellos, Sara, su compañera más cercana en la excelencia académica, que le dedicó una sonrisa irónica. Ella entendía el juego.
Fue entonces cuando ocurrió. Un parpadeo imperceptible en la esquina de la pantalla de su portátil. No era un error del sistema operativo, ni un bug en el software. Era como un *glitch* minúsculo, una anomalía en la matriz perfecta de su display. Se había ido tan rápido como apareció. Liam frunció el ceño. Pensó en una fluctuación de la red Wi-Fi, o tal vez una aplicación en segundo plano. No le dio más importancia.
Más tarde, mientras repasaba notas en la biblioteca, su teléfono vibró con una notificación de un correo electrónico. El remitente era una dirección ilegible, una cadena aleatoria de caracteres alfanuméricos. El asunto: "¡Confirmación de pedido!". Liam se rio para sí mismo. Spam, sin duda. Su filtro de correos ya debería haberlo atrapado. Lo borró sin abrirlo.
Un eco fugaz de una silueta en el pasillo, un reflejo en el cristal de una estantería que parecía mirarlo. Descartó la sensación. Pura imaginación.
LA INVITACIÓN AL CAOS
Por la tarde, Liam estaba sumergido en su proyecto personal: un sistema de seguridad para hogares inteligentes, que prometía ser más robusto que cualquier cosa en el mercado. Era su refugio, la zona donde su mente brillaba sin esfuerzo. La música lo envolvía, el código fluía. Su taza de café humeaba a su lado.
De repente, la pantalla de su gigantesco monitor se puso negra. Un silencio abrupto rompió la burbuja de concentración. Los ventiladores de su PC, normalmente un suave murmullo, se detuvieron. Una línea de texto blanco parpadeó en el centro de la negrura:
`Conexión establecida.`
Liam sintió un escalofrío. Su sistema era impenetrable. Ningún cortafuegos, ninguna VPN, ninguna medida de seguridad que él hubiera implementado podría haber sido burlada tan fácilmente. Sus dedos volaron sobre el teclado, intentando ejecutar comandos, buscando el origen, la puerta de entrada. Nada. La terminal no respondía.
La línea de texto parpadeó de nuevo, desapareciendo, para dar paso a otra. Una frase simple, concisa. Y profundamente inquietante.
`ERES PERFECTO.`
Liam se quedó helado. La frase se grabó a fuego en su mente. Intentó un reinicio forzado. Nada. El texto permanecía, inmóvil, una declaración robada de su propia psique. ¿Quién era capaz de hacer esto? No era un virus conocido, no era un ataque DDOS, no era un simple hackeo. Era algo personal. Algo intrusivo.
LA GOTA QUE DERRRAMÓ LA CORDURA
La noche cayó como un manto oscuro sobre San Valente , pero en el apartamento de Liam, la oscuridad era más densa. No podía dormir. Cada sombra en su habitación parecía albergar una presencia. El mensaje en la pantalla de su PC se había ido después de un reinicio completo, pero la sensación de violación permanecía. Había comprobado los registros del sistema, los logs de su router, cualquier rastro digital que pudiera haber dejado el intruso. Vacío. Nada. Como si el mensaje hubiera sido un fantasma.
Se levantó de la cama, la ansiedad arañándole las entrañas. Se acercó a la ventana, que daba a una calle solitaria iluminada por la pálida luz de las farolas. Necesitaba aire, una distracción. Se quedó allí, mirando fijamente la calle. Su mente analítica intentaba encajar las piezas del rompecabezas, pero los contornos de la amenaza eran demasiado difusos.
Justo en ese momento, su teléfono vibró en la mesita de noche. Una notificación de la galería de fotos. Una nueva imagen guardada.
Liam se volvió, su corazón martilleando. ¿Una actualización automática? ¿Una copia de seguridad? No recordaba haberla tomado. Con manos temblorosas, desbloqueó el teléfono y abrió la galería.
La foto era de él. En ese mismo instante. De pie junto a la ventana, mirando hacia afuera. La imagen era granulada, ligeramente desenfocada, pero inequívocamente él. El ángulo sugería que había sido tomada desde el edificio de enfrente, quizás un piso por debajo del suyo, escondida entre las sombras de algún balcón.
Editado: 03.09.2025