EL SILENCIO POLICIAL
El amanecer encontró a Liam recostado contra la puerta, el sobre con el pétalo apretado en su mano, la voz distorsionada resonando en su cráneo. La certeza de que el acosador había estado *ahí*, a centímetros de él, era un veneno que corría por sus venas. Se levantó con el cuerpo rígido, el cansancio convertido en una tensión muscular constante.
Lo primero que hizo fue llamar a la policía. La voz al otro lado del teléfono era monótona, paciente. Liam relató los eventos de la noche anterior, el mensaje en su PC, la foto en el móvil de Sara, el pétalo, la voz. Explicó, con detalle técnico, cómo su seguridad digital había sido vulnerada.
–Entiendo su preocupación, señor Novak– dijo la agente al final de su relato. –Pero, ¿tiene alguna prueba física? ¿Huellas dactilares en el sobre? ¿Grabaciones de la voz?–
Liam apretó los dientes. –El sobre lo toqué yo. La voz... duró segundos, no tengo grabación. Y no hay intrusión física, entró por la red, hackeó mis dispositivos.–
Hubo un suspiro del otro lado. –Comprendo. Pero sin una intrusión forzada, sin cámaras de seguridad en el pasillo de su edificio, sin un rastro digital claro... es complicado. Lo único que podemos hacer es registrar el incidente. Si hay un intento de agresión o un robo, entonces la investigación escalara.–
La conversación fue un golpe. La policía, atada a protocolos que no comprendían la sofisticación de su tormento, era inútil. Liam se sintió más solo que nunca. Guardó el pétalo en una bolsa de plástico, un testimonio mudo de su creciente pesadilla. El mundo real, que antes le parecía tan sólido y lógico, ahora se sentía como arena movediza bajo sus pies.
EL ESPEJO DE DISTORSIONES
La universidad era un calvario. Cada rincón, cada persona, era un potencial observador. Liam se sentía como un animal acorralado, sus sentidos a flor de piel. En clase, su concentración, antes inquebrantable, se desvanecía. Miraba a sus compañeros: ¿Quién de ellos podría ser? ¿Ese chico callado del fondo? ¿La chica que siempre lo miraba?
Durante un trabajo en grupo, mientras Sara tecleaba en su portátil y Marco revisaba diagramas, Liam sintió una picazón. Se rascó el cuello, un punto justo debajo de la oreja. Cuando retiró la mano, sintió una textura extraña. Se acercó a un espejo en el pasillo, el pulso acelerado.
En su cuello, apenas perceptible, había una pequeña marca roja. No era un rasguño. Parecía... una incisión diminuta. Como si una aguja finísima hubiera pinchado su piel. No dolía, no sangraba. Pero era una prueba irrefutable. Habían estado aún más cerca de lo que imaginaba. ¿Mientras dormía? ¿En un descuido en la calle?
La paranoia se hizo física. Se llevó la mano a la marca, sintiendo la pequeña protuberancia. ¿Era un dispositivo? ¿Un rastreador? Su mente corrió en mil direcciones. La idea de que lo hubieran "marcado" le revolvió el estómago.
EL ENREDO DE LA CONFIANZA
En la cafetería, Liam le mostró la marca a Sara, su voz tensa. –Mira esto. No sé qué es. No me acuerdo de habérmelo hecho.–
Sara se inclinó, su expresión de preocupación genuina. –Dios, Liam. ¿Qué crees que es?–
–No lo sé. Pero estoy seguro de que no es accidental. Es el acosador. Me están... marcando– Su voz era un hilo.
Sara, que había sido una hacker amateur en su adolescencia, comprendía la profundidad de la amenaza digital, pero esta nueva dimensión la inquietaba. –Esto ya no es un juego, Liam. Esto es grave. Necesitas ir a un médico.–
–¿Y qué le digo? ¿Que creo que me han pinchado con un rastreador invisible? Me tomarán por loco–
–¿Entonces qué vas a hacer?–
Liam la miró fijamente, sus ojos oscuros. –Voy a encontrarlo. Por mi cuenta.–
Sara suspiró, la frustración mezclada con la lealtad. –Liam, esto es peligroso. No estás bien. Necesitas ayuda.–
–La única ayuda que necesito es la tuya– respondió Liam, suplicante. –Tú entiendes de esto. Sabes cómo rastrear cosas que la policía no sabe. ¿Puedes ayudarme a tenderle una trampa? Una que no pueda prever–
Sara dudó. Sabía que se estaba adentrando en un terreno pantanoso. Pero también veía el pánico en los ojos de su amigo. –Está bien. Pero si esto se pone demasiado feo, lo dejamos. ¿Entendido?–
Liam asintió, un atisbo de esperanza en sus ojos. –Entendido–
EL ENCAJE PERFECTO
Juntos, Liam y Sara se sumergieron en una nueva estrategia. Liam se concentraría en el rastreo de patrones de comportamiento del acosador, mientras Sara diseñaría una "honeypot" avanzada: una trampa digital irresistible, diseñada para atraer al intruso a una red señuelo donde dejaría un rastro.
Pasaron horas, días, con el café como único combustible. La mente de Liam, aunque agotada, aún era un torbellino de algoritmos y deducciones. Comenzó a notar pequeños detalles en los mensajes del acosador. Un patrón sutil en la elección de las palabras, un tipo de sintaxis específico. Errores gramaticales casi imperceptibles, o quizás, intencionados.
Mientras tanto, la intrusión continuaba, pero de forma más sutil, más insidiosa. Liam encontró su ropa perfectamente doblada en su armario, cuando recordaba haberla dejado desordenada. Su cepillo de dientes, que usaba para la derecha, aparecía en el lado izquierdo del lavabo. Pequeños desajustes, diseñados para sembrar la duda en su propia mente, para hacerle cuestionar su memoria, su percepción.
Un día, al volver a su apartamento, encontró la puerta ligeramente abierta. La cerradura no estaba forzada, el sistema de alarma que había instalado (uno de los más avanzados) no había saltado. Entró, con el corazón en un puño, escanenado cada habitación.
Nada robado. Nada visiblemente roto.
Hasta que entró en su dormitorio. Sobre su almohada, limpia y estirada, había un único objeto. Una caja de terciopelo negro. Dentro, un reloj de bolsillo antiguo, de plata. Abrió la tapa. No funcionaba. Las manecillas estaban congeladas a las 3:33.
Editado: 13.09.2025