EL HUECO EN LA MEMORIA
Liam despertó con el reloj de bolsillo frío en su mano, la caja de terciopelo y el recorte de periódico esparcidos sobre su pecho. El sol ya se filtraba con furia por los resquicios de las persianas selladas, pero la oscuridad de la noche anterior seguía pegada a su piel. La marca en su cuello le picaba, una molestia constante, pero al pasar los dedos, la encontró menos definida. Confundido, se levantó y se miró al espejo. La pequeña incisión roja había desaparecido casi por completo, dejando solo una leve decoloración. ¿Había sido real, o su mente jugaba con él?
La desesperación lo impulsó a actuar. Necesitaba pruebas. Necesitaba que alguien más viera lo que le estaba sucediendo. Llamó a Sara.
–Tienes que venir. Ahora. Es urgente– dijo Liam, su voz ronca.
Sara llegó media hora después, con el ceño fruncido. Liam le mostró el reloj, el recorte de periódico, y le relató el nuevo método de intrusión: los regalos, la puerta abierta sin fuerza.
Sara examinó el reloj con una mezcla de fascinación y horror. –Esto es... increíblemente personal, Liam. ¿Un reloj que perdiste de niño? ¿Cómo...?–
–No lo sé. Es la prueba de que no es solo un hackeo. Es alguien que me conoce, o que ha invertido años en investigarme. Alguien que no quiere robar, sino... infiltrarse.–
Liam, aún con la esperanza de tener un rastro físico, le pidió a Sara que revisara la marca en su cuello. Ella se acercó, la miró de cerca, pasó un dedo suavemente. –Liam... apenas se ve. Parece una irritación de la piel, o tal vez te rascaste dormido.–
El corazón de Liam se hundió. –No. No, Sara. Era una marca. Una incisión. Lo juro. La vi perfectamente ayer–
Sara le dio una mirada de preocupación, una de esas miradas que te dicen que no te creen del todo, que piensan que te estás desmoronando. –Liam, entiendo que estés estresado. Pero la paranoia puede jugar trucos con la mente. Necesitamos concentrarnos en lo digital. En la honeypot.–
LA ORQUESTA DEL SILENCIO
Decidieron ir a la universidad, a los laboratorios de informática, donde tendrían acceso a equipos más potentes y una conexión de red segura. El plan era sencillo: construir una fortaleza digital con puertas traseras invisibles, atrayendo al acosador a un cebo irresistible, y luego rastrear su huella.
Mientras trabajaban, la tensión en el ambiente crecía. Sara, concentrada en el código, a veces levantaba la vista para mirar a Liam, que no paraba de mirar por encima del hombro, escudriñando cada ventana, cada esquina.
Liam de repente se detuvo, su mirada fija en la pantalla de su portátil. –Mira esto, Sara–
Sara se acercó. En su propia cuenta de la red social de la universidad, Liam había recibido un mensaje. Era de su perfil. Un mensaje público.
–Liam Novak (tú): *Disculpen chicos, la reunión de mañana del grupo de estudio de IA de las 9 AM se cancela. Necesito un día libre para recargar. Sorry–
Liam no había escrito eso. Nunca cancelaba un grupo de estudio, y menos así, sin tacto. Había sido enviado desde su cuenta.
–¡Me está usando!– exclamó Liam, el pánico palpable. –Está controlando mis comunicaciones. Mis amigos van a pensar que soy un irresponsable, o un idiota–
Sara tecleó furiosamente. –Está bien, está bien. Lo borro. Voy a reforzar tus contraseñas, habilitar 2FA en todo. No debería poder volver a pasar.–
Mientras Sara trabajaba, Liam juraría que escuchó algo. Un suave murmullo. Como un susurro, arrastrado por el viento, justo en la ventana del laboratorio. –Perfecto... *Liam*...–
Se levantó de golpe, corriendo hacia la ventana, pegando la cara al cristal. Miró hacia abajo, hacia el patio. Estaba vacío. Solo el viento movía las hojas de los árboles.
–¿Qué pasa?– preguntó Sara, sin levantar la vista de la pantalla.
–Nada– dijo Liam, volviendo lentamente a su asiento. –Creí oír algo–
La noche los encontró aún en el laboratorio, rodeados de pantallas brillantes. Habían construido la honeypot, un señuelo irresistible: un prototipo de su sistema de seguridad doméstico, con una vulnerabilidad "oculta" que el acosador, con su ego, no podría resistir explotar.
EL ARTE DE LA INTIMIDAD ROBADA
De vuelta en su apartamento, exhausto, Liam se preparó algo de comida. Mientras cortaba verduras, algo en la cocina le llamó la atención. En la encimera, justo al lado de la tabla de cortar, había una pequeña caja de madera. Él no la había visto antes.
Con el corazón martilleando, la abrió. Dentro, sobre un lecho de seda negra, había una pequeña figura. Una miniatura perfecta de Liam. De unos diez centímetros de alto, esculpida con una precisión aterradora. Cada músculo, cada curva, cada rasgo de su rostro, estaba replicado con una perfección obsesiva. Llevaba la misma camiseta gris y los vaqueros que él usaba ese día.
No era una muñeca. Era una obra de arte, un objeto de coleccionista. Y era él.
Liam la tomó en sus manos, la piel de gallina erizándose en sus brazos. Los ojos de la miniatura, minúsculas motas de pintura, lo miraban con una fijeza perturbadora. Era como si un demiurgo hubiera creado una versión en miniatura de su propia "creación".
Y debajo de la figura, grabado en la madera de la caja, la misma frase:
`ERES PERFECTO.`
Liam dejó caer la figura. Se hizo añicos en el suelo de la cocina. El sonido lo sobresaltó. Su mente, ya en el límite, comenzó a ver el patrón. El reloj que perdió. La marca que desapareció. La figura que era una réplica de él. El acosador no solo quería observarlo, ni siquiera solo molestarlo. Quería *poseerlo*, *moldearlo*, *perfeccionarlo*.
LA COREOGRAFÍA DE LA VULNERABILIDAD
El teléfono de Liam vibró. Era un mensaje de texto. De un número desconocido. No era el mismo que el de Sara.
Editado: 13.09.2025