La purga digital lo dejó agotado pero liberado. Pero aún quedaba un paso crucial: desaparecer físicamente. Abandonar la ciudad, su apartamento, su entorno.
Reunió lo poco que necesitaba: algo de dinero en efectivo, ropa sencilla, un teléfono desechable. Dejó una nota para Sara, sabiendo que ella sería la única que entendería su decisión.
"Sara"
*No hay forma de ganar este juego. Él controla mi mente, mi realidad. La única forma de liberarme es dejar de existir. Lo siento. Gracias por tu amistad. Olvídame.*
*Liam.*
Salió de su apartamento, dejando atrás todo rastro de "Liam Novak". Caminó hacia la estación de tren, comprando un billete para una ciudad remota, un lugar donde nadie lo conociera, donde pudiera empezar de nuevo.
Mientras esperaba el tren, sintió una punzada de tristeza. Dejaba atrás sus sueños, su potencial, todo por lo que había trabajado. Pero la alternativa era peor: convertirse en una marioneta en el teatro de su acosador.
El tren llegó. Liam subió a bordo, encontrando un asiento junto a la ventana. Mientras el tren se ponía en marcha, miró por última vez la ciudad que había sido su hogar. Sintió que la distancia física le daba una extraña sensación de paz.
LA CARTA OCULTA
El tren aceleró, alejándose de la ciudad. Liam se recostó en su asiento, cerrando los ojos. Tal vez, en ese nuevo lugar, podría construir una nueva vida, una nueva identidad. Tal vez, con el tiempo, el terror se desvanecería.
De repente, un pensamiento lo golpeó como un rayo. La nota para Sara. La había dejado en su escritorio. La letra. Su escritura. Era un rastro. Una forma de atraer al acosador.
El pánico lo invadió. Necesitaba recuperarla. Necesitaba advertir a Sara.
Se levantó, decidido a bajarse en la siguiente estación. Pero mientras caminaba por el pasillo, notó algo extraño. Los pasajeros del tren, sentados en sus asientos, todos miraban en su dirección. Sus rostros eran inexpresivos, sus ojos fijos.
Y todos, sin excepción, sostenían algo en sus manos. Pequeños origamis de papel. Cisnes blancos.
Liam se detuvo en seco. El horror lo recorrió. El olor. El mismo perfume que usaba la Dra. Reed flotaba en el aire.
La voz, amplificada por los altavoces del tren, resonó:
–Adónde crees que vas, Liam? No puedes escapar de la perfección. No puedes escapar de mí–
Liam corrió hacia una puerta, intentando abrirla, pero estaba bloqueada. Los pasajeros, como un coro, comenzaron a repetir al unísono, con voces monótonas y robóticas:
"Eres perfecto... Eres perfecto... Eres perfecto..."
Liam se desplomó contra la pared, rodeado de cisnes y voces. No había escapatoria. El acosador había previsto cada movimiento, cada decisión. No solo controlaba su vida; controlaba su *intento* de escapar de ella.
La voz volvió a resonar, más cerca, más íntima.
–Lo siento, Liam. Pensé que lo habías entendido. Este no es tu escenario. Es el mío. Y ahora, llegamos a la escena final–
El tren entró en un túnel. La luz desapareció, sumergiendo a Liam en una oscuridad absoluta. Y en esa oscuridad, sintió un pinchazo en el cuello. Agudo, preciso, indoloro. El mismo punto, debajo de la oreja.
La voz, ahora susurrando en su oído, le reveló:
–Relájate, Liam. Es solo una pequeña mejora. Una actualización a tu perfección. Ahora, estarás completamente mío. Por siempre–
Liam sintió que su cuerpo se entumecía, su mente se desvanecía. La oscuridad se hizo más densa, absorbiendo cada pensamiento, cada recuerdo. El control se perdía, la individualidad se desvanecía, y la perfección, la *su* perfección, comenzaba a tomar forma.
Y en el último destello de conciencia, antes de sumergirse por completo en la nada, Liam escuchó las palabras finales.
–Duerme... duerme... mi dulce Liam... Ahora, eres verdaderamente perfecto–
Editado: 13.09.2025