13 de junio de 2018.
El sonido de las olas del mar era lo único que se oía mientras caminaba a la entrada del restaurante ubicado al frente de la playa.
Sabía que al momento de ingresar allí con casi todas las mesas ocupadas, lo único que escucharía serían las voces, el ruido de vasos y de cubiertos chocando entre sí. Pero sobre todo se sentirían las conversaciones a todo volumen que desconocidos emitían, las mayorías de esas conversaciones incluían fuertes risas. Y yo no quería presenciar todo eso, porque todo ahí se percibía como felicidad. No sé si era una felicidad fingida o realmente estaban felices por estar almorzando en un gran restaurante brasileño con las personas que ellos querían. Pero había algo que si sabía y es que adentro también había una mesa con mi familia, contando anécdotas, opinando, criticando, planeando que haríamos de nuevo por Río de Janeiro y muchas cosas más. Esas cosas que me hacían "feliz", pero sinceramente cuando estaba sentada con ellos antes de pedir permiso para salir a respirar un rato, me detuve a mirar un punto fijo, ese que uno mira mientras estás perdida en tus pensamientos y surgió mi pregunta:
¿Estoy feliz por estar aquí? ¿O solamente creo estar feliz pero no lo estoy?. A veces me daban esas dudas, porque nunca podía entenderme y saber con exactitud cómo y que es lo que siento.
Al entrar, pasé ignorando mi alrededor y me senté junto a mi primo en la mesa. Tomé un sorbo de mi vaso con coca cola y estuve cinco minutos tratando de entender de qué hablaban.
Después llegó el mesero y comenzó a servir nuestros platos con las hamburguesas y papas fritas en ellas y me concentré en comer tranquilamente.
—¿Entonces si vamos a ir a más tarde al Pan de Azúcar? —preguntó tía Rachel, observando a todos con duda.
—Sí, para algo estamos aquí para hacer cosas, no para estar encerrados en nuestra habitación —contestó Nick, indicándome con sus ojos. Obviamente, eso era una indirecta para mí, por haberme quedado un día a hacer la siesta y no querer ir a la playa.
—¿Vamos en taxi o en autobús? —inquirió mi primo, Max, mientras agarraba con una mano su hamburguesa y con la otra su celular, heche un vistazo y estaba en Google maps —. Es mejor pagar un taxi, porque en autobús tardaremos una hora, se deben tomar dos para llegar.
Las siguientes cosas que se hablaron decidí no prestar atención, porque ahí yo solo estaba para aceptar todo lo que decidieran, era la única que no aportaba nada, eso era lamentable porque aquí todos brindaban algo.
Los roles eran así:
• Hermano: el que dice ideas de dónde ir y calcula gastos.
• Tía Rachel: siempre saca las preguntas finales para tomar una decisión y también elige dónde ir a comer.
• Tía Becca: dice o hace cosas estúpidas y hace reír a todos.
• Primo: la ubicación, siempre busca y encuentra como llegar a tal lugar.
• Robert, amigo de mis tías: al igual que yo dice sí o se ríe de todo, pero por lo menos servía como el objeto de bromas del grupo, todas las burlas iban a él.
• Yo: bueno, creo que había quedado claro que no ayudaba en nada.
Al momento que terminé mi hamburguesa, miré hacia al frente, porque tenía la sensación de que me estaban observando.
Frank se encontraba sentado tres mesas atrás, me miraba, la comisura de sus labios formaban una diminuta sonrisa. No intenté disimular, mantuve mis ojos en él unos segundos, hasta que me sentí incómoda y bajé la cabeza para luego dar mi vista a cualquier lado que no fuera a su sector. Aunque, por momentos lo miraba de reojo, siempre hablando, riendo y también observandome.
Él estaba con los mismos de siempre una mujer, un hombre y un niño, que con mis suposiciones llegué a la conclusión de que los primeros dos son sus padres y el otro su hermanito.
No volví a hablar con él, después de aquel momento en el Aquario solo lo ví al día siguiente a la hora del desayuno, más tarde no lo encontré más, no supe que habría hecho en todo el día.
Recién lo había vuelto a ver.
Mi familia pagó la cuenta y nos levantamos para irnos. No quería irme, quería seguir ahí, sintiendo las miradas de Frank.
No entendía lo que me sucedía con él. Supuse que solo era un simple flechazo que aumentó porque me había hablado.
Pero saber que por fin no era yo quien lo notaba primero me hacía sentir especial. Además, de que por primera vez a alguien que me interesaba, también le interesaba como mínimo mirarme desde lo lejos.