Eres tú, Frank.

Capítulo 10.

5 de julio de 2018 (segunda parte).

Lo dicho por Frank estremeció mi cuerpo. No supe que decir y bajé la mirada, avergonzada.

Sí, estaba avergonzada porque él tenía razón. Había dejado que alguien se encargara de mí, que tuviera el control de sanarme y también de hundirme por completo.

Sin embargo, empecé a sentir un cierto hilo de molestia por como Frank era capaz de expresarse. Lo hacía tan seguro, sin ningún remordimiento, sin medir el golpe de sus palabras. Y me dolía.

En medio del silencio, lo escuché tomar una respiración profunda y levanté mi vista hacia él.

Ví frustración en su cara. Todo indicaba que aquella sonrisa que me gustaba tanto no tenía intenciones de aparecer.

Muchas cosas se me cruzaban en la cabeza. Decirle:

1. Que tenía la jodida razón, pero que dejará de un lado eso y que por favor me abrazara.

2. Que fuera más delicado con sus palabras y que me iba a ir a casa.

3. Cambiar de tema y preguntar sobre su vida. Porque no creía que él fuera tan perfecto, debía haber algo más, más allá de aquella capa de confianza y simpatía.

Bueno. Dejé afuera a las primeras opciones y me fuí por la última.

Aclaré mi voz, para tratar de que saliera firme y no quebrada. Adentro mío me guardaba un nudo gigante de angustia y tristeza.

—Y dime, Frank —hablé y él clavó sus intensos ojos azules en mí —. ¿Alguna vez has sufrido?.

Arqueó una ceja y apretó sus labios. Claro, no se esperaba esa pregunta, por fin era yo quien lo dejaba sin palabras.

Un evidente nerviosismo se empezó a formar en él.

Pero eso no le impidió contestar:

—Todo el mundo sufre, quién no haya sufrido ni una vez, nunca vivió realmente.

No continúe hablando porque esperaba que siguiera agregando más cosas. Sin embargo, él no dijo nada más. ¿Eso era único que iba a decir?. Hablaba sin parar y justo ahí se callaba.

No había funcionado mi intento de saber algún punto débil sobre él.

—Bien —suspiré, derrotada —. Creo que ya es hora de que dejes tus frases filosóficas, emotivas, emocionales o como quieras llamarlas —Frank frunció el ceño—. Dime algo más, dime en qué momentos has sufrido, has sentido dolor.

Él se movió inquieto en su asiento. Tragó saliva, pasó su mano por su frente y se tocó la sien.

¿Acaso se estaba desesperando y trataba de mantener la calma?.

—Mi padre... mi padre se suicidó, se disparó frente a mí —murmuró, sus ojos se volvieron oscuros, se apagó toda la luz que acostumbraba a transmitir—. Yo... yo le gritaba que no lo hiciera. Pero a él no le importó... no le importó nada.

Cerró sus ojos y ligeras lágrimas comenzaron a salir, mientras negaba con su cabeza.

Solo lo miré, me quedé inmóvil observándolo.

Buscó en el bolsillo de su pantalón desesperado y sacó su billetera, rebuscó en ella y sacó dinero dejándolo en la mesa.

Se levantó. Se fué directo hacia la salida. Lo seguí y por un instante miré sobre mi hombro, el mesero estaba controlando el dinero y no hizo ninguna queja, al parecer Frank también había pagado el té que me pedí.

Luego, traté de alcanzarlo, él caminaba demasiado rápido y corrí para llegar.

Lo frené tirando de su brazo y sujetándolo.

Dolor. Un gran dolor estaba apoderado de Frank.

Lo que sentí al verlo así de... roto, fué como si me hubieran apuñalado en el pecho.

Era mi culpa. Yo insistí con eso. Yo provoque su llanto. Yo había vuelto a abrir una herida que al parecer estaba cicatrizada.

Fuí una egoísta, fuí una tonta.

—Frank, lo siento mucho —intenté abrazarlo y él me apartó con suavidad.

Abrí los ojos, en shock, realmente la había cagado demasiado.

—Quiero estar solo —dijo entre sollozos—. Te pido que por favor, respetes eso.

Asentí sin más.

Él se dió vuelta y comenzó a caminar.

Pero no quería dejarlo así, que se fuera así de triste, de dañado. ¿Qué podría hacer para que por lo menos no sé fuera tan mal?.

Recordé el libro que él estaba leyendo en el aeropuerto. El arte de morir.

Volví trás él. Esa vez no tuve que detenerlo yo, Frank simplemente frenó y me miró.

No supe que es lo que se me cruzó en ese instante para hacerle aquella pregunta:

—¿Le tienes miedo a la muerte?.

Abrió los ojos exageradamente. Incluso se notó con detalle los rojos que estaban.

—Si la muerte quiere llevarme que lo haga, yo no le temo —afirmó, con demasiada seguridad—. Pero si quiere llevarse a alguien más... a alguien importante para mí, le tendría el peor de los miedos.

Se secó las lágrimas con una servilleta que tenía en su bolsillo.

Su respiración seguía agitada, no estaba tranquilo, pero la desesperación si se había calmado.

Sabía que alguna pregunta así podría detener un poco ese estado de inquietud. Tenía muy claro que a Frank le gustaba este tipo de cosas, preguntas que lo hicieran abrir la mente.

—Puedes irte, respeto que quieras estar solo —añadí— Te detuve para calmarte, estabas alterado y no quería que te fueras así.

Él me miró desconcertado.

—Cambié de opinión —dijo de repente—. ¿Quieres venir a mi casa?.

Sorpresa. Quedé pasmada al escuchar su pregunta. Volvió la sensación de enamoramiento que sentí esa tarde en la librería.

—¿Tu casa? —pregunté, confundida.

Se encogió de hombros. Seguía triste, sí, al parecer ya no quería estar solo, aunque la tristeza seguía intacta en él.

—Pues sí —exhaló y se acercó a mí hasta que nuestros cuerpos quedaron a solo un paso de rozarse—. Olivia, quiero que conozcas mi pasado, que me conozcas realmente, con todo lo que tengo, con lo que puedo controlar y lo que no. Todo.

Su respiración se oía más despacio, normal.

—Reaccioné de golpe. No me gusta hablar de papá con alguien más, no me gusta evidenciar lo que me duele —prosiguió, él agarró mi mano y la apretó—. Tú vas a ser la excepción. Hablaré contigo de esto, al fin y al cabo a veces es bueno sacar lo que guardamos dentro.



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En el texto hay: novelajuvenil, romance, amor

Editado: 01.07.2020

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