Elena
Siempre he amado capturar momentos de la naturaleza, pero especialmente aquellos del mar y las montañas. Es en estos lugares donde se puede apreciar la naturaleza en su estado más puro. No diré que a todos les guste, y la prueba viviente de ello es mi hermano. A él casi no le interesa la naturaleza, pero curiosamente disfruta cuando soy yo quien captura esos momentos "monótonos".
Hoy, decidí ir a las montañas para fotografiar momentos únicos de la naturaleza. Me concentro en la cámara, ajustando el enfoque, cuando algo, o mejor dicho, "alguien", aparece frente a mí. Un hombre increíblemente atractivo. Cabello castaño claro, piel blanca, alto y con unos ojos verdes que, bajo la luz, parecen cambiar de color. Sin pensarlo, le tomo una fotografía. Justo en ese momento, mi teléfono suena. Es un mensaje de mi hermano:
"¿Dónde estás? ¡Contesta! Me perdí en las montañas."
Sonrío para mis adentros y respondo rápidamente:
"En la cima de las montañas. Dime dónde estás exactamente y voy por ti."
Me envía las indicaciones y decido ir a buscarlo. Al llegar, lo veo sentado en una banca. Me pregunto qué hace aquí, si se supone que debería estar en el trabajo.
—Hermanita, qué bueno verte —me dice sonriendo.
—¿Qué haces aquí? Deberías estar en el trabajo —le respondo, notando que su sonrisa oculta algo—. ¿Qué pasó?
—¿Recuerdas a mi amigo Alex?
Pienso por un momento, pero no consigo recordarlo.
—No sé quién es. ¿Qué pasa con él?
—Me invitó a venir aquí. Él subió las montañas y yo me quedé atrás.
—Eso no responde mi pregunta, Fabio.
—¡Ok! Bueno, nos invitó a quedarnos en una cabaña que tiene por aquí.
—No, Fabio, no me quedaré en casa de alguien a quien nunca he visto en mi vida.
—Pero, Elena, quiero un fin de semana tranquilo —me mira esperando mi respuesta.
—Ya dije que no, Fabio. No me hagas discutir por esto.
—Pero, Elena, yo lo conozco... —No termina la frase porque el mismo hombre que vi antes está ahora frente a mí.
—¿Pasa algo, Fabio? —pregunta el desconocido.
—Alex, te presento a mi hermana, Elena.
—Un gusto conocerte, Elena —me dice extendiendo su mano. La tomo sin dudar.
—Lo mismo digo, Alex.
Fabio interviene con su tono insistente:
—Entonces, Elena, ¿te quedas con nosotros?
—Ya te dije que no, Fabio.
Miro a Alex más detenidamente y noto que sus ojos son aún más hermosos de lo que había pensado. Tiene un cuerpo atlético, y es el tipo de hombre que sin duda llamaría la atención de cualquier mujer. Pero percibo que no le gusta estar rodeado de personas que no conoce.
—Tengo que irme, Fabio. Nos vemos luego.
Antes de poder alejarme, siento un dolor agudo en mi tobillo. Me lo torcí.
—¡Cuidado, Elena! —grita Fabio, pero es demasiado tarde. Me torcí el tobillo y duele muchísimo. Genial, ahora no podré caminar mañana y tengo que ir a Londres por trabajo. Vacaciones improvisadas.
—¿Estás bien? —pregunta Alex acercándose.
—Solo me torcí el tobillo —respondo con molestia—. Fabio, quita esa cara, no me estoy desangrando.
—Perdón, ya sabes, uno nunca sabe... —bromea Fabio, preocupado.
—Necesitas Ayuda Hermanita
—No, yo puedo sola —digo con evidente sarcasmo.
—Como quieras —responde Fabio—. Alex, ¿me ayudas?
—Claro.
Ambos toman mis brazos para ayudarme. Alex lo hace con una delicadeza inesperada, y sentir su tacto suave sobre mi piel provoca una especie de cosquilleo en mi cuerpo. Es extraño que alguien a quien acabo de conocer tenga este efecto en mí, alguien que, por lo que noto, parece ser frío y distante con los demás.
Me suben a una camioneta negra. Alex se sienta adelante, junto al conductor, que supongo es su chofer. Fabio se sienta a mi lado, sin dejar de observarme.
—¿Y tu auto? —pregunta Fabio—. ¿Vas a llamar a una grúa o algo?
—No, llamaré a Evans para que venga por él.
—Vaya, no sabía que ahora te llevas mejor con él.
—Es el hijo de papá, aunque no quiera aceptarlo.
—Como digas, pero recuerda que a mamá no le hizo gracia enterarse de que papá tiene otro hijo.
El comentario me deja en silencio más de lo habitual. Decido disfrutar del paisaje. Tomo mi cámara y capturó una última foto del día. Noto que Alex me observa a través del retrovisor. Su mirada me recuerda a alguien que conocí hace mucho tiempo.
—Iremos al doctor —dice Alex.
—No es necesario —respondo.
—Sí lo es —insiste Fabio—. Tienes que estar bien.
Después de un par de horas, llegamos al hospital. Alex me ayuda a bajar del auto, ya que Fabio está hablando por teléfono. Una enfermera amable nos recibe y nos dirige al consultorio. Tras una revisión, la doctora me da indicaciones: no debo apoyar mucho el pie y me recetó analgésicos.