Alex
No entiendo cómo la señora Aurora puede ser así con su hija. Hasta donde me ha contado Fabio, ella y Elena no tienen una buena relación. Observé la manera en que Elena no dejó que una sola lágrima se deslizara por su rostro, y vi cómo Fabio apretó los puños, furioso por lo que hizo su madre. Mi instinto me dice que debería salir en su búsqueda, así que la sigo, pero la veo con su medio hermano, Evans. La forma en que él le acaricia la mejilla me hace sentir algo extraño... ¿Celos? No puede ser, no puedo sentir celos de ella. Apenas la conozco y hemos hablado muy poco. Me quedo observándola por un momento, y entonces sus hermosos ojos se conectan con los míos en un instante que parece eterno. Luego aparta la mirada, sube a su auto y la veo alejarse de la mansión.
Evans también la observa y se dirige hacia mí.
—Alex —me saluda.
—Evans.
—¿Sabes si Aurora está en casa? —pregunta.
—Está adentro con Fabio.
—¿Sabes por qué abofeteó a Elena?
—Estaban discutiendo.
—Entiendo.
Entra a la casa seguido por Evans. Yo decido despedirme de Fabio antes de irme a mi empresa, *Imperial Horizons Group*. Siendo el dueño, no me permito faltar nunca. Esté enfermo o de vacaciones, siempre estoy al frente de todo.
Subo los escalones hacia la habitación de Fabio y lo encuentro recostado en su cama.
—¿Qué piensas de lo que hizo mi madre con Elena?
—No lo sé. Sabes que mi madre nunca me levantó la mano mientras estuvo con vida.
—Cómo olvidarla... Tu madre era una mujer increíble, con un corazón enorme.
—Lo sé, a veces la extraño demasiado.
—Con el tiempo te acostumbrarás a que ya no está.
—Han pasado dos años desde que murió, y sigo sintiendo que fue ayer. Por eso paso más tiempo del que debería en el trabajo.
—Alex, sabes que eres mi amigo, pero a veces te excedes con el trabajo.
—Bueno, nos vemos luego, Fabio.
Salgo de la casa de los padres de Fabio y los recuerdos con mi madre empiezan a regresar. Siempre trato de huir del dolor, pero a veces es demasiado, y solo decido ignorarlo. Desde que mi madre murió, todo cambió. Por ella regresaba temprano del trabajo, porque siempre me esperaba en la mesa, me acompañaba. Ahora que ella no está, no hay nadie que me espere, y no quiero que nadie más lo haga.
Cuando llego a mi oficina, mi asistente Mirella ya me espera con una expresión de preocupación.
—Buenos días, señor Ivanov.
—Buenos días, Mirella. ¿Qué tenemos para hoy?
—Tenemos una reunión con los nuevos inversionistas rusos, y además, la persona que debía tomar las fotos para la publicidad del hotel en Londres no podrá hacerlo —informa Mirella, mi asistente.
—¿Cuál es el motivo de su ausencia? —pregunto, sin desviar la mirada de los documentos en mi escritorio.
—Tuvo un accidente, señor, pero todo está preparado —responde con eficiencia.
—Perfecto. Llama al piloto y dile que tenga el avión listo. Partimos en una hora hacia Londres.
—Como usted ordene, señor. ¿Puedo hacerle una pregunta? Ya que usted no estará aquí, ¿puedo retirarme a casa?
—No. Vienes conmigo, necesito que estés allí como mi asistente.
—Bien... si no hay de otra —contesta Mirella con un suspiro de resignación.
Entro a mi oficina, me siento en el escritorio, y mientras reviso algunos documentos, llamo nuevamente a Mirella.
—Organiza mis reuniones para la próxima semana. Pensaba dejar todo listo antes de partir, pero ahora es imposible, considerando que debo ir a Londres. Debo decidir también quién tomará las fotos. Necesito que capten la elegancia de nuestro hotel "Horizons Palace Hotel".
La primera vez que pisé ese hotel fue a los quince años. Fui con mi padre; en aquel entonces ya tenía un renombre, aunque no como ahora. Hoy, nuestros hoteles son los mejores en cada país donde están ubicados. Sé que, desde donde estén, mis padres están orgullosos de cómo he logrado mantener su legado. Y espero seguir haciéndolo.
—Señor, ¿me escucha? —Mirella me llama y pasa una mano frente a mis ojos para traerme de vuelta.
—¿Qué necesitas? —respondo, molesto.
—Pensé que se había ido a otro mundo —dice con una sonrisa divertida.
—Un día de estos te despediré, Mirella —le advierto con seriedad.
—Hágalo, no creo que encuentre a alguien que lo soporte. Tiene un carácter de los mil demonios con todos —replica con descaro.
—Claro, lo que tú digas. Solo no te confíes. ¿Para qué venías?
—Para decirle que su chofer ya llegó. Está listo para llevarnos a la pista de aterrizaje.
—Bien. Camina, o planeas quedarte aquí parada todo el día.
—Maldita sea, me cae mal. ¿Cuándo va a casarse? —susurra mientras camina tras de mí.
—Me lo dice mi asistente, la que tiene novio, ¿verdad? —respondo irónico.