Alex
Después de que Elena se fuera a su habitación, me quedé junto a Mirella, quien me observaba detenidamente. Y como siempre que lo hacía, era porque iba a decir algo que sabía que me molestaría.
-Ya dilo, Mirella -le dije, resignado.
-¿Le gusta, cierto? -me dijo con una sonrisa traviesa.
-¿Quién, Mirella? -respondí, tratando de no mostrarme afectado.
-La señorita Miller -respondió, con una mirada burlona-. Veo cómo la miras.
-No digas tonterías, claro que no.
-Mi abuela decía que el primer paso es la negación.
-Nos vemos luego, Mirella. Te esperamos para la cena en la recepción.
-A ella la buscarás y a mí no, ¿cierto? -dijo con un tono de reproche-. Soy yo quien lo soporta, no ella.
Le lancé una mirada fría y me fui, sin ganas de discutir, al menos no hoy. Mientras caminaba, las palabras de Mirella seguían rondando en mi cabeza. Pensaba en cómo había mirado a Elena, y no pude evitar reconocer que su presencia me brindaba una paz que no había sentido en mucho tiempo. Elena era, sin duda, hermosa. Pero sabía que merecía a alguien mejor que yo. Ella era dulce, cariñosa, y estaba segura de que encontraría a alguien que la valorara como se merecía. Esos ojos de ella, tan hipnóticos, se habían quedado grabados en mi mente.
Decidí dar un paseo por Londres para despejarme. Mientras caminaba, la imagen de Elena sonriendo apareció en mi mente, y, sin darme cuenta, me sonreí como un idiota. Esa mujer estaba apoderándose de mis pensamientos. Pasé el resto de la tarde visitando algunos lugares y, cuando miré la hora, ya casi eran las siete. Solo faltaban veinte minutos.
Regresé al hotel, me di una ducha y me cambié a uno de mis trajes negros. Después de la cena, tendría una junta con uno de mis socios que estaba en Londres. A las siete en punto, me dirigí a la puerta de la habitación de Elena. Toqué, y cuando abrió, casi me quedé sin palabras. Se veía espectacular. Llevaba un vestido negro de manga larga, ajustado al cuerpo, que destacaba sus curvas, y unos tacones a juego. Sin duda, era la mujer más hermosa que había visto. Su cabello caía libremente, y al verla, sentí un escalofrío recorrerme.
-Te ves hermosa -le dije, incapaz de evitarlo.
-Gracias -respondió con una sonrisa tímida.
Mi mirada se desvió hacia su mejilla, que estaba algo roja y morada. Un enojo profundo surgió en mí al pensar en lo que su madre le había hecho, por haberla tocado de esa manera. Mi mano se cerró en un puño involuntariamente, y mi otra mano se acercó a su mejilla, pero ella reaccionó rápido, tomando mi muñeca y deshaciendo el gesto.
-¿Te pusiste algo para el dolor? -pregunté, preocupado.
-No tengo nada conmigo -respondió con una pequeña sonrisa.
-Iremos a la farmacia a comprar algo -dije, tocando suavemente su mejilla-. Debe doler.
-Un poco -admitió.
-Tu madre no debió hacerte eso -dije, tratando de controlar mi ira.
-Ya no importa. Déjame ir a por mi bolso y nos vamos -dijo mientras comenzaba a caminar hacia su habitación.
-Bien, te espero -respondí, quedándome en el pasillo.
En ese momento, mi teléfono sonó. Era Mirella, seguro llamando para confirmar que nos estaban esperando para la cena. Decidí no contestar. Sin embargo, cuando Elena salió de su habitación y cerró la puerta, le extendí la mano.
-¿Me permites? -le dije, esperando a que tomara mi mano.
-Cariño, qué gusto verte -dijo una voz a nuestras espaldas.
El tono de esa voz me heló la sangre. Era Fabio. ¿Qué diablos hacía él aquí si se supone que debía estar en reposo?
-Fabio -dijo Elena, incrédula, deteniéndose en seco.
-Hermanita, Alex, qué gusto verlos -respondió Fabio con una sonrisa despreocupada, apoyándose en el marco de la puerta como si no estuviera convaleciente.
-¿Qué mierda haces aquí si se supone que debes estar en reposo? -le recriminó Elena, cruzando los brazos con evidente molestia.
-Extrañaba a mi otra mitad -respondió él, guiñándole un ojo.
-Bien por ti, pero si me permites, iba de salida -le contestó ella, ladeando la cabeza con impaciencia.
-¿A dónde y con quién? -preguntó Fabio, entornando los ojos y dirigiendo una mirada inquisitiva hacia Alex.
-A cenar, por asuntos de trabajo, con Alex -respondió Elena con calma fingida, evitando su mirada.
-Oh, ahora así le llaman, "asuntos de trabajo" -comentó Fabio con una sonrisa burlona-. Hermanita, ¿me das la llave de tu cuarto? Como sabrás, estoy convaleciente.
-¿Cruella sabe que estás aquí? -preguntó Elena, alzando una ceja con evidente sospecha.
-No lo sabe. Se fue a Boston por un viaje de negocios.
-Hay, hermanito, a veces eres tan ingenuo, ¿cierto?
-No con todos, solo con ustedes -respondió Fabio con una sonrisa que dejaba entrever cariño-. Por cierto, hacen una excelente pareja. Ambos van de negro.
No me había dado cuenta hasta ese momento de que Elena y yo estábamos vestidos del mismo color.
-Lo que tú digas, Fabio. Toma -dijo ella, entregándole las llaves con un suspiro.
Subimos al elevador en silencio. Al llegar al lobby, Mirella nos esperaba en la recepción con cara de pocos amigos. Elena no dijo ni una palabra, completamente absorta en su móvil. Lo único que rompía el silencio era el leve sonido de los mensajes que enviaba.
-¿Sucede algo, Mirella? -le pregunté al notar su expresión.
-¿Alguna vez ha salido con alguien y después se entera de que esa persona ya tiene pareja? -preguntó ella, lanzándome una mirada cargada de reproche.
-No, Mirella, nunca me ha pasado -respondí con calma, curioso por su pregunta.
-Cierto, se me olvida que usted nunca ha sufrido por amor -dijo con un tono que mezclaba sarcasmo y amargura.
-Lo dices como si fuera un robot sin sentimientos.
-Yo me quedaré aquí. Vaya usted con la señorita Miller a su cena -dijo finalmente, dándose la vuelta con brusquedad.
-Bien -contesté, sin insistir.