Elena
El sol entra por la ventana de una manera suave, como si intentara borrar todo lo que sucedió ayer. Después de haber llorado cuando mi padre me abrazó, subí a mi habitación y me cambié de ropa. Más tarde, Fabio sugirió que veríamos una película en mi habitación. Alex se quedó unos minutos, pero luego tuvo que irse por trabajo.
Al poco tiempo, llegó Evans, visiblemente enojado, y discutió con papá, diciéndole que no debió haber permitido que mi madre me hiciera eso.
Siento que mi cabeza estalla de dolor, pero tengo que seguir con mi rutina diaria. Me levanto, voy al baño y me doy una ducha reconfortante. Luego me dirijo a la habitación de Fabio, que está dormido, y me acuesto a su lado.
—Hermana —dice Fabio, despertando.
—Buenos días, Fabio.
—¿Cómo te sientes?
—Me duele la cabeza, pero ya me tomé un analgésico.
—Vamos a desayunar.
—Está bien.
Bajamos los escalones y entramos al comedor. Allí están mi padre y mamá. Al entrar, mi madre nos observa, pero no le presto demasiada atención. Evans llega inmediatamente después de nosotros.
—Buenos días, mis gemelos favoritos —saluda Evans, con una sonrisa.
—Buenos días —decimos Fabio y yo al mismo tiempo.
—Buenos días, papá —dice Evans.
—Buenos días, hijos —responde papá, con tono tranquilo.
—Aurora —llama Evans a mi mamá—. ¿Cómo te va?
—Bien, Evans. ¿Qué haces aquí? —responde ella con cierta indiferencia.
—Vine a visitar a mi padre y a mis hermanos —responde, pero luego añade con seriedad—. Y a decirte que no vuelvas a tocar a Elena.
El ambiente en la habitación se vuelve tenso al instante. Mi madre, que hasta ahora había mantenido una postura fría, se endurece aún más al escuchar las palabras de Evans. Se levanta lentamente de su asiento, su mirada fija en él, y una expresión de desdén cruza su rostro.
—No tienes derecho a decirme lo que debo o no debo hacer en mi propia casa, Evans —responde ella con tono cortante.
Evans la observa con furia contenida, pero no se deja amedrentar.
—Sí tengo derecho, porque somos una familia, y lo que hiciste no tiene excusa. No permitiré que vuelvas a tocar a mi hermana —dice, su voz firme y decidida.
Papá, que había permanecido en silencio hasta ese momento, se pone de pie. Siento una mezcla de miedo y alivio al ver que él se interpone entre ellos, sabiendo que está ahí para protegernos.
—Basta, Aurora —dice papá con voz grave. Su tono no admite discusión—. No vuelvas a hacerle eso a Elena. Lo que hiciste ayer estuvo fuera de lugar, y ya es suficiente.
Mi madre lo mira, su mirada llena de rabia, pero en sus ojos también se asoma una sombra de arrepentimiento, aunque lo oculta rápidamente.
—No entiendo cómo puedes defenderla, cómo puedes ponerte del lado de esta niña —murmura, más para sí misma que para él.
Evans se acerca a mí, poniéndome una mano en el hombro, mientras papá se mantiene firme frente a mi madre. La tensión es palpable, y me siento pequeña en medio de todo esto, como si no fuera más que una espectadora de una pelea que no debería existir.
—Vamos a calmar esto —dice papá, dirigiéndose a Evans—. Todos necesitamos un poco de espacio para respirar. Ahora, Aurora, si lo que tienes que decir no es sobre el bienestar de Elena, es mejor que te lo guardes.
Mi madre se queda en silencio, su rostro un mar de emociones contradictorias, antes de dar un paso atrás.
—Está bien, me voy —responde, tomando su bolso y saliendo del comedor sin mirar a nadie.
La puerta se cierra detrás de ella, y el aire en la habitación parece relajarse un poco. Me siento exhausta, como si hubiera estado conteniendo la respiración todo este tiempo.
Evans se acerca a mí, y con una sonrisa débil me dice:
—Lo siento, Elena. No debí haber dejado que todo esto llegara tan lejos.
—No es tu culpa, Evans —respondo, aún sintiendo un nudo en el estómago—. Gracias por estar aquí.
Fabio me lanza una mirada preocupada, y luego a Evans.
—¿Todo bien? —pregunta, con voz suave.
—Sí, todo bien —responde Evans, aunque todavía hay una sombra de preocupación en su rostro—. Solo quiero que sepan que no voy a permitir que nadie les haga daño.
El ambiente se tranquiliza un poco, pero dentro de mí sé que las cosas no volverán a ser como antes. Las grietas que separan a mi familia parecen cada vez más grandes, y ya no sé si podremos repararlas.
El desayuno transcurre entre un ligero ambiente de tensión, pero Fabio, como siempre, logra suavizar el momento con sus bromas y risas. Está sentado junto a mí, lanzando comentarios divertidos que logran arrancarme una sonrisa a pesar de todo lo ocurrido. Mi padre, que está sentado en el extremo de la mesa, no puede evitar mostrar una ligera sonrisa ante los comentarios de Fabio, aunque también parece preocupado por todo lo que ha sucedido en los últimos días.