Alex
Estos últimos días he tratado de concentrarme en mi trabajo, en los nuevos proyectos, pero no he podido. Mis pensamientos están ocupados por Elena. La última vez que la vi fue hace una semana en la playa, cuando le pregunté si Nicolás realmente la hacía feliz, y su respuesta fue: es complicado.
Ese día esperé un sí o un no, pero en su lugar obtuve algo ambiguo. Quizás ella sí ama a Nicolás. Y pensar en eso, en que sea él quien la bese, quien la toque… me jode de una manera que no puedo explicar.
Ayer, cuando me reuní con Fabio, mencionó que Elena tiene planes de casarse. Desde entonces, mi mente no ha tenido descanso. No sé qué hacer. Por primera vez en mucho tiempo, una mujer se ha adueñado de mis pensamientos, y lo peor es que ni siquiera sé qué siento por ella.
Al entrar a mi oficina, Mirella, ya me espera con la tableta en las manos, lista para repasar la agenda del día.
—Buenos días, señor Alex.
—Buenos días.
—¿Qué le pasó? Tiene cara de que quiere matar a alguien… bueno, en realidad, usted siempre es frío.
Ignoro su comentario y voy directo al grano.
—Mirella, ¿qué pendientes hay?
Ella me observa con una ceja arqueada, claramente entretenida con mi actitud.
—Se está enamorando, ¿cierto?
Exhalo con cansancio y le doy una mirada de advertencia.
—No lo sé. Ahora dime qué tengo para hoy.
Mirella sonríe con complicidad, pero decide seguir con su trabajo.
—Tiene que firmar unos documentos y después tiene un almuerzo programado con el señor Fabio.
Asiento, pero antes de que pueda decir algo más, ella añade con tono divertido:
—Ahora sí, ¿me dirá qué le pasa?
La ignoro y me dirijo hacia mi escritorio, donde varios documentos esperan por mi firma. Pero incluso con el trabajo delante de mí, mi mente sigue divagando en la misma dirección.
Elena.
Cierro los ojos un momento, intentando apartar su imagen de mi cabeza. La última vez que la vi, la luz del atardecer le daba un brillo dorado a su piel. Se veía tranquila, pero al mismo tiempo distante. Como si estuviera allí físicamente, pero su mente estuviera en otro lugar… quizás con él.
Apretando la mandíbula, tomo la pluma y empiezo a firmar los documentos.
Mirella, sin dejar de observarme con curiosidad, finalmente suspira y dice:
—Está bien, señor Alex, me rindo. No voy a insistir, pero si necesita hablar con alguien… ya sabe, aquí estoy.
Le lanzo una mirada de advertencia, y ella simplemente sonríe antes de salir de la oficina.
Me apoyo contra el respaldo de la silla y miro el reloj. Falta una hora para el almuerzo con Fabio. No tengo ganas de hablar con nadie, pero si alguien sabe lo que está pasando con Elena, es él.
Quizás, solo quizás, pueda obtener respuestas.
Cuando llego al restaurante donde he quedado con Fabio, él ya está allí, jugando distraídamente con su copa de vino. Me ve acercarme y sonríe con esa expresión burlona que siempre lleva cuando sabe algo que yo no.
—Parece que hoy vienes de peor humor que de costumbre —dice en tono divertido mientras me siento frente a él.
—Solo firma unos documentos y ya soy un hombre ocupado.
Fabio deja la copa sobre la mesa y me observa con interés.
—¿Ocupado pensando en mi hermana?
Levanto una ceja, pero no niego nada. Él se ríe y se recarga en su silla con aire triunfal.
—No pensé que vería el día en que Alex se atormentara por una mujer.
—No estoy atormentado.
—Ah, claro. Solo te has vuelto más insoportable desde que Elena te dijo que su relación con Nicolás es "complicada".
Aprieto la mandíbula y él lo nota.
—Sabía que eso te molestaría.
Un mes atrás, no me hubiera importado en absoluto quién estaba con quién. Pero con Elena es distinto. No puedo sacarla de mi cabeza, no puedo evitar pensar en ella con ese imbécil, y lo peor de todo es que no sé qué demonios quiero hacer al respecto.
—¿Ella está decidida a casarse? —pregunto finalmente.
Fabio suspira y deja de bromear por un momento.
—No lo sé, Alex. Creo que ni ella misma está segura. Pero si algo tengo claro es que Elena nunca ha sido de las que se conforman. Si duda, es por algo.
Miro mi copa, reflexionando sobre sus palabras.
—Y tú, ¿qué vas a hacer? —añade Fabio con una sonrisa maliciosa.
No respondo de inmediato, porque la verdad es que no tengo idea.
Pero algo dentro de mí me dice que no voy a quedarme de brazos cruzados.
Fabio me observa con atención y deja su copa sobre la mesa antes de apoyarse en la mesa con los codos.
—Mira, Alex, si algo he aprendido en todos estos años es que cuando algo vale la pena, hay que luchar por ello. Y mi hermana… —hace una pausa, buscando las palabras adecuadas— Elena no es cualquier mujer.