Elena
La alarma de mi teléfono suena y me levanto, lista para enfrentar un nuevo día. Hoy iré por las llaves de mi departamento y, de alguna manera, me siento bien con ello. Será el comienzo de una nueva etapa en mi vida.
Voy hacia el baño y me doy una ducha relajante que me ayuda a restablecerme antes de enfrentar lo que el día me depara. Cuando salgo de la ducha, me pongo un pantalón de tiro alto, una camisa negra de manga larga y cuello alto, y unos tenis blancos. Dejo mi cabello suelto en ondas naturales.
De repente, escucho un golpeteo en la puerta de mi habitación.
—Pase —respondo.
—¡Buenos días, Clon! —dice Fabio con su característica sonrisa.
—Buenos días, Fabio.
—¿Te ayudo a guardar tus cosas en la caja?
—Sí, si no es mucha molestia. Solo son algunos libros y otras cosas.
—Bien, ¿dónde está la caja?
—En el closet, junto a las maletas, ya listas.
—¿Les dijiste a mamá y papá que hoy te vas?
—Papá sabe que me voy, pero mamá... creo que ya ni recuerda que me iba. En el desayuno se los diré.
Con eso, él comienza a ayudarme a guardar lo que queda de mis cosas.
Cuando Fabio y yo terminamos de guardar las últimas cosas, tomamos nuestras maletas y bajamos a desayunar. Como siempre, la casa está en completo orden, y la mesa del comedor ya está servida con café, pan y frutas frescas. Papá está sentado revisando unos documentos, mientras mamá está frente a su taza de café, distraída con su teléfono.
Nos sentamos en nuestros lugares de siempre. Fabio me sonríe y me sirve jugo de naranja, como si quisiera darme ánimos antes de hablar. Respiro hondo y miro a papá.
—Hoy voy a recoger las llaves de mi departamento —digo con tranquilidad.
Papá levanta la vista de sus documentos y asiente.
—Me alegra que tomes esta decisión, Elena. Sabes que siempre contarás con mi apoyo —dice con sinceridad.
Fabio sonríe y me da un leve codazo en señal de apoyo. Mamá, en cambio, sigue sin apartar la vista de su teléfono, como si mis palabras no hubieran tenido importancia. Después de unos segundos de silencio, suspira y toma un sorbo de café.
—¿Y en qué momento decidiste que te ibas? —pregunta, sin ningún atisbo de interés en su voz.
—Lo decidí hace un tiempo —respondo con calma—. Lo habíamos hablado antes, mamá.
—Ah —es todo lo que dice antes de volver a concentrarse en su pantalla, ignorándome por completo.
Fabio aprieta los labios con molestia, pero no dice nada. Papá me mira con un dejo de comprensión y niega levemente con la cabeza. Ya estoy acostumbrada a la indiferencia de mamá, pero eso no significa que deje de dolerme.
En un intento de cambiar el ambiente tenso, Fabio decide romper el silencio.
—Bueno, Elena y yo nos iremos después del desayuno. Iremos a recoger las llaves juntos —dice con entusiasmo, intentando animarme.
Papá asiente y sigue desayunando, pero mamá ni siquiera hace el esfuerzo de preguntar nada más. Es como si mi partida no significara absolutamente nada para ella.
Y quizás, después de todo, así es.
El resto del desayuno transcurre entre pequeños comentarios de Fabio y respuestas cortas de papá. Yo me concentro en mi comida, intentando ignorar la indiferencia de mamá, pero Fabio, como siempre, no deja que el ambiente se enfríe demasiado.
—¿Y ya pensaste cómo vas a decorar tu departamento? —pregunta con una sonrisa, dándole otro sorbo a su café.
—Tengo algunas ideas —respondo—. Quiero algo minimalista, pero acogedor.
—Traducción: todo en blanco y negro —bromea, haciéndome rodar los ojos.
—No todo, solo la mayoría —le sigo el juego.
Papá sonríe con discreción, pero mamá ni siquiera se molesta en prestar atención. Como si la conversación no tuviera nada que ver con ella, sigue revisando su teléfono con expresión aburrida.
Cuando terminamos de desayunar, Fabio y yo nos levantamos para irnos. Papá me da un abrazo cálido y me dice:
—Si necesitas algo, cualquier cosa, llámame.
—Lo haré, papá —respondo, sintiendo un pequeño nudo en la garganta.
—Ve con cuidado —agrega, dándome una última palmada en el hombro.
Mamá, en cambio, ni siquiera levanta la mirada cuando paso a su lado. Decido que no vale la pena insistir en una despedida que claramente no le interesa.
Fabio y yo salimos de la casa y subimos a su auto.
—¿Lista para tu nuevo comienzo? —pregunta, encendiendo el motor.
Respiro hondo y asiento.
—Lista.
El trayecto hasta mi nuevo departamento transcurre en silencio, con la radio sonando a un volumen bajo. Fabio de vez en cuando me lanza una mirada de reojo, como si quisiera decir algo, pero se mantiene en silencio.
Al llegar, el administrador del edificio nos recibe con las llaves y algunos papeles que necesito firmar. Mientras reviso los documentos, Fabio camina por la sala, inspeccionando cada rincón con expresión crítica.