Elena
Despierto lentamente, con el suave brillo del sol entrando por la ventana, iluminando la habitación con una calidez que me hace sonreír. Me estiro y me doy cuenta de que estoy sola en la cama, pero la sensación de su abrazo sigue en mi piel. Me levanto un poco, sólo para encontrarme con la camisa de Alex, que me cubre hasta los muslos. El olor a él sigue en la tela, y el recuerdo de la noche anterior me inunda.
Me quedo unos momentos observando el espacio vacío a su lado, preguntándome si lo que viví no fue solo un sueño, pero pronto un ruido en la puerta me hace girar hacia ella.
—Buenos días, princesa. —Escucho su voz detrás de la puerta antes de que la abra. Alex entra en la habitación con una bandeja de desayuno en las manos, una sonrisa en su rostro y la mirada llena de ternura.
Su presencia llena el cuarto, y por un instante me siento como la mujer más afortunada del mundo.
—¿Qué tal tu descanso? —me pregunta mientras coloca la bandeja sobre la mesita junto a la cama.
—Perfecto… hasta que me desperté sola. —le respondo con una sonrisa traviesa, levantando una ceja.
Alex se agacha frente a mí, acariciando mi mejilla.
—No quería despertarte. Sabía que necesitarías descansar después de anoche. —dice con suavidad, su voz aún arrastrando una nota de ternura que me hace sentir mariposas en el estómago.
Me sonrojo un poco, sin saber cómo responderle, pero él ya me ha robado la calma con esa mirada profunda y cálida.
—Te traje tu desayuno favorito. Espero que te guste. —me dice, señalando la bandeja con jugo, croissants, frutas y café.
Me siento y lo miro con cariño.
—Gracias, Alex. Es perfecto.
Él se sienta junto a mí, viendo cómo empiezo a comer mientras su mirada no se aparta de mí.
Alex se acomoda a mi lado en la cama, apoyando un brazo sobre el cabecero mientras me observa con esa intensidad que siempre me desarma. Sus dedos se deslizan suavemente por mi mejilla, y su mirada se torna más atenta.
—¿Cómo te sientes? —pregunta en voz baja, como si temiera la respuesta.
Me llevo una fresa a la boca y sonrío.
—Bien.
Él arquea una ceja, sin convencerse del todo.
—¿Te duele algo? —insiste, su tono es una mezcla de preocupación y ternura.
Me muerdo el labio, intentando contener una sonrisa, pero no puedo evitar provocarlo un poco.
—¿Quieres saber si me duele porque anoche no fuiste precisamente delicado? —pregunto en tono juguetón, viendo cómo sus labios se curvan en una sonrisa satisfecha.
—Sólo quiero asegurarme de que estés bien, princesa. —su mano baja hasta mi muslo desnudo, acariciándolo con lentitud—. Si hay algo que necesites… lo que sea… sólo dímelo.
Mi corazón da un vuelco ante su dulzura.
—No me duele nada, Alex. Estoy perfectamente.
Me inclino hacia él y le dejo un suave beso en la mandíbula.
—Aunque… tal vez necesite que me abraces un rato más.
Sus ojos se oscurecen con un brillo travieso.
—Eso puedo hacerlo. —dice antes de envolverme entre sus brazos y atraerme contra su pecho.
Me dejo acunar por su calor, sintiéndome protegida y querida. No podría pedir un mejor comienzo de día.
Me acomodo mejor contra su pecho, disfrutando del calor de su cuerpo y del aroma a café que impregna el aire. Sus brazos siguen envolviéndome con firmeza, como si no quisiera soltarme nunca.
—¿Y el trabajo? —pregunto en un murmullo, apoyando mi mentón en su pecho para mirarlo.
Alex me observa con una media sonrisa, deslizando sus dedos por mi espalda de manera distraída.
—Llamé a Bruno hace un rato. Le dije que hoy llegaríamos por la tarde.
Lo miro sorprendida.
—¿Hoy?
—Sí, amor. No iba a dejar que te levantaras corriendo después de anoche.
Me ruborizo al instante y bajo la mirada, pero él atrapa mi barbilla con delicadeza y me obliga a verlo.
—No pongas esa carita, princesa. No tienes que avergonzarte de nada. Anoche fue... perfecto.
Sus palabras y la intensidad de su mirada hacen que mi corazón lata más rápido. Desvío la vista hacia el desayuno y tomo un croissant para distraerme, pero Alex se adelanta y me lo quita de las manos, llevándoselo a la boca con una sonrisa traviesa.
—¡Oye! —protesto con diversión.
—Tienes que compartir, Elena. Ahora que eres mi novia, me pertenecen tus besos… y también tu comida.
Ruedo los ojos, pero sonrío. Me siento en paz, como no me había sentido en mucho tiempo. Y lo mejor de todo es que esta vez, esa paz tiene nombre: Alex Mondragón.
Alex se inclina un poco y me besa en la frente antes de murmurar contra mi piel:
—También hay ropa limpia para que te vistas, amor.
Me detengo a mitad de un sorbo de café y lo miro con curiosidad.