Alex
Observo a Elena mientras su respiración se vuelve más tranquila y pausada. Su cuerpo se ha relajado contra el mío, y su cabeza descansa suavemente sobre mi pecho. Paso una mano por su cabello, deslizándola con cuidado para no despertarla. Se ve tan pacífica cuando duerme, tan distinta a la mujer que se enfrenta al mundo con determinación y fuerza.
No puedo evitar sonreír levemente. Tenerla así, tan cerca, tan confiada en mi presencia, es un privilegio que no pienso tomar a la ligera. La ajusto un poco entre mis brazos y me recuesto mejor en la cama, permitiéndome disfrutar del silencio de la habitación, con el leve sonido de la respiración de Elena y los suaves maullidos de la gatita, que duerme cerca de nuestros pies.
No estoy seguro de cuánto tiempo pasa, pero en algún momento, mi teléfono vibra en el bolsillo de mi pantalón. Miro la pantalla y veo que es Bruno. Maldición.
Con cuidado, deslizo mi brazo por debajo de Elena y me levanto con el menor movimiento posible. Ella se remueve un poco, pero no despierta. Camino hacia el balcón y respondo.
—¿Qué pasa? —pregunto en voz baja.
—Señor Mondragón, han salido más artículos sobre usted y la señorita Miller. Ahora no solo hablan de la relación, sino que están cuestionando su profesionalismo al comprar la empresa.
Aprieto la mandíbula. Sabía que esto pasaría, pero sigue siendo molesto.
—Déjalos hablar. No tengo nada que esconder —respondo con frialdad.
—También han aparecido rumores de que hay interesados en sacar a la señorita Miller del equipo de liderazgo. Dicen que está ahí solo por su relación con usted.
Eso sí me molesta.
—Que nadie se atreva a tomar decisiones sin mi aprobación. Si alguien intenta ir en contra de Elena, tendrá que enfrentarse a mí.
Bruno asiente al otro lado de la línea.
—Lo entiendo, señor. Solo quería informarle.
—Bien. Manténme al tanto.
Cuelgo y respiro hondo. Miro hacia el interior de la habitación y veo a Elena aún dormida. Me acerco a la cama y me siento en el borde, observándola por un momento.
No voy a permitir que nadie la toque. Que nadie la haga dudar de su capacidad.
Acaricio su mejilla suavemente y sus pestañas tiemblan antes de que sus ojos se abran lentamente.
—¿Qué pasa? —pregunta con voz adormilada.
Le doy una leve sonrisa.
—Nada, solo que me gusta verte dormir.
Ella rueda los ojos y se estira un poco antes de girarse para mirarme mejor.
—Mientes. Algo pasó.
Me inclino y beso su frente.
—Nada que no pueda manejar. Ahora duerme un poco más, aún es temprano.
Elena suspira, pero asiente. La abrazo de nuevo, y esta vez soy yo quien cierra los ojos.
Sea lo que sea lo que venga, lo enfrentaremos juntos.
La calidez del cuerpo de Elena contra el mío es una sensación que podría acostumbrarme a sentir todos los días. Su respiración vuelve a acompasarse mientras se acurruca un poco más, como si buscara inconscientemente mi calor.
Acaricio su espalda con movimientos lentos, disfrutando del silencio y de la sensación de tenerla entre mis brazos. Pero mi mente sigue activa. Las noticias, los comentarios, la gente que quiere hacerla dudar de su propio mérito… Nada de eso lo permitiré.
Después de un rato, Elena se mueve y suelta un suspiro antes de abrir los ojos. Me mira con una mezcla de sueño y curiosidad.
—¿Cuánto tiempo he dormido?
—Un par de horas —respondo con una sonrisa—. Te hacía falta descansar.
Ella se estira y luego me mira con atención.
—¿Y tú? ¿Descansaste algo?
—No mucho —admito—, pero verte dormir me relaja.
Elena entrecierra los ojos con una expresión de sospecha.
—Sigues ocultándome algo.
Suelto una risa suave.
—Eres demasiado perceptiva.
—Siempre lo soy —dice con una sonrisa perezosa—. Ahora dime la verdad.
Suspiro, sabiendo que no voy a poder engañarla.
—Salieron más noticias. Algunas personas están empezando a cuestionar tu posición en la empresa. Dicen que estás ahí solo por tu relación conmigo.
Elena se incorpora lentamente y se cruza de brazos.
—¿Eso dicen? —pregunta con una ceja arqueada.
—Sí —confirmo—. Pero ya me encargué de dejar claro que nadie se atreverá a tocarte.
Ella me mira con una mezcla de incredulidad y orgullo.
—Alex, yo no necesito que me protejas.
—Lo sé, Elena —le digo, tomándole la mano—. Sé que puedes defenderte sola, pero eso no significa que voy a quedarme de brazos cruzados mientras intentan menospreciar tu trabajo.
Elena baja un poco la mirada, pensativa. Luego sonríe con un destello de desafío en los ojos.