Corrí por los pasillos del hospital con el corazón latiéndome en los oídos, como un tambor desesperado. El eco de mis pasos resonaba en las paredes blancas mientras buscaba alguna señal, alguna indicación de dónde encontrar a Alex. Sentía un nudo en la garganta y las lágrimas amenazaban con desbordarse, pero me obligaba a mantenerme firme. No, no podía quebrarme. No ahora.
Al girar en una de las esquinas del pasillo principal, lo vi.
Bruno estaba allí, con el ceño fruncido, caminando de un lado a otro frente a la sala de urgencias. Su rostro, siempre tan firme, reflejaba una mezcla de preocupación y tensión que solo me hizo sentir peor. Corrí hacia él, sin decir una sola palabra, y en ese momento también vi a Fabio llegar corriendo por el otro extremo del pasillo, con el rostro pálido y el cabello despeinado, como si hubiera salido a toda prisa.
—Bruno… —jadeé, deteniéndome frente a él—. ¿Dónde está? ¿Dónde está Alex?
Bruno me miró, y sus ojos lo dijeron todo antes de que sus labios se movieran. Se pasó una mano por la nuca y suspiró profundamente.
—Está en cirugía, Elena.
Mi corazón se detuvo un segundo.
—¿Cirugía? ¿Por qué? ¿Qué le pasó? —sentí que la desesperación se apoderaba de mí mientras mi voz se quebraba.
—Llegó muy mal —respondió, con un tono que jamás había oído en él, uno bajo, casi derrotado—. Según el doctor, perdió el conocimiento en el lugar del accidente y no lograban estabilizarlo. Ingresó directamente a cirugía. El impacto fue fuerte… y hay complicaciones internas.
Fabio llegó justo en ese instante, escuchando las últimas palabras de Bruno. Me miró, luego a él, y su rostro se transformó por completo.
—¿Complicaciones? ¿Qué tipo de complicaciones? —preguntó, más agresivo, como si necesitara golpear algo para calmar el dolor.
—Todavía no lo saben con certeza. El doctor solo dijo que el golpe afectó órganos internos y hay sangrado. Están haciendo todo lo posible, pero…
No terminé de escucharlo. Sentí que todo el mundo se apagaba a mi alrededor. Me apoyé en la pared para no caer. El aire me faltaba, como si alguien me hubiera arrancado el alma del pecho. Mi Alex… mi Alex estaba luchando por su vida en una sala de cirugía mientras yo no podía hacer nada más que esperar.
Esperar.
Odiaba esa palabra.
Sentí las piernas ceder y me deslicé lentamente por la pared, hasta quedar en cuclillas frente a la sala de cirugía. La vista se me nubló por completo y las lágrimas, que tanto había intentado contener, comenzaron a caer sin freno. Me cubrí el rostro con las manos, sollozando en silencio, sin poder controlarlo. Sentía que el corazón se me rompía en mil pedazos.
De pronto, unos brazos cálidos y fuertes me envolvieron. El aroma familiar, la calidez, la seguridad que siempre me había dado… Fabio. Mi hermano.
—Hermanita… —susurró, agachándose a mi altura mientras me estrechaba contra él con fuerza—. Shh… todo estará bien. Alex es fuerte. Muy fuerte. Va a salir de esta.
Me aferré a él como si fuera lo único que me sostenía en este mundo.
—No quiero perderlo… —dije entre sollozos, con la voz quebrada, apenas audible—. No puedo, Fabio… no puedo perderlo. Él… él se ha vuelto todo para mí.
Sentí cómo su abrazo se hizo aún más fuerte, como si quisiera protegerme del dolor, de la angustia, de todo.
—Y no lo vas a perder. Él va a salir de esa sala con esa sonrisa de idiota que pone cuando te ve, ya lo verás. Solo tienes que tener fe, ¿sí? Yo estoy aquí contigo.
Me aferré más a su camisa, empapándola con mis lágrimas, deseando que sus palabras fueran una promesa escrita en piedra. Que Alex saliera de esa cirugía… y volviera a mí. Porque no sabría cómo seguir sin él.
El sonido de la puerta doble abriéndose rompió el silencio angustiante del pasillo. Me puse de pie de inmediato, con las piernas aún temblorosas. Fabio me sostuvo del brazo por si necesitaba apoyo. El doctor salió con expresión grave, la bata aún manchada con pequeñas gotas de sangre, y una carpeta en mano.
—¿Familiares de Alex Mondragón? —preguntó con tono firme.
—Yo… yo soy su pareja —dije con voz temblorosa, dando un paso al frente. Fabio y Bruno se colocaron a mi lado, en señal de respaldo.
El médico asintió con un leve movimiento de cabeza, pero su expresión no cambió. Seguía siendo seria. Demasiado seria.
—Su estado es delicado —comenzó—. Llegó con un trauma craneoencefálico severo y múltiples fracturas en las costillas, algunas de ellas comprometieron uno de sus pulmones. Tuvimos que intervenir de inmediato para detener una hemorragia interna y estabilizarlo, pero…
—¿Pero qué? —interrumpí, sintiendo que el corazón se me detenía.
El doctor bajó la mirada un segundo antes de responder.
—Está en coma inducido. Su cuerpo necesita descansar para poder sanar, y el golpe en la cabeza fue considerable. Por ahora, no podemos asegurar nada. Las próximas 48 horas serán críticas.
Sentí cómo el mundo se me venía encima. Fabio me sujetó fuerte por la cintura, mientras Bruno cerraba los ojos con impotencia. Mi pecho se llenó de una angustia insoportable.