Eres Tu Y Siempre Seras Tu

Capitulo 20

Alex

Estas últimas dos semanas han sido un desastre.

He intentado armar las piezas sueltas de mi memoria, como si mi vida fuera un rompecabezas y alguien hubiera escondido justo las más importantes. Recuerdo a Fabio con claridad: su sarcasmo, sus bromas pesadas, su manera de preocuparse sin decirlo directamente. Sé que es mi mejor amigo. Eso es innegable.

Pero a ella… a Elena… no puedo recordarla.

Y esa es la maldita espina que no me deja dormir.

Sé, por lo que me ha contado Fabio, que ella estuvo a mi lado cada día desde el accidente. Que me sostuvo la mano cuando no sabía si volvería a despertar. Que me cuidó, me soportó, me habló, incluso cuando yo no podía responderle. Me contó que lloró en silencio cuando creía que nadie la veía.

Y yo… ¿cómo carajos pude olvidarla?

Sé que soy un dolor de cabeza para ella. Cada vez que le hablo con distancia, llamándola solo Elena, noto cómo su rostro cambia. Como si cada letra fuera una puñalada. Fabio dice que ella ha decidido alejarse unos días, que está en un pequeño pueblo capturando fotografías. Dice que le gusta la tranquilidad, que ahí puede “respirar”.

Y tal vez eso es lo que más me duele. Saber que necesita respirar lejos de mí.

No la culpo.

Pero lo más jodido de todo es que cuando la tengo cerca… siento algo inexplicable. Una paz que no suelo experimentar con nadie. Una calma que me desarma. Como si, por un instante, el mundo se detuviera y todo tuviera sentido.

He tenido destellos. Recuerdos borrosos. Uno en la montaña… donde creo haberla visto por primera vez. Su silueta con una cámara, sus ojos color miel reflejando la luz del sol. Fue solo un segundo, una imagen fugaz, pero juro que me estremecí.

Anhelo recordarla. Cada palabra. Cada caricia. Cada maldito momento.

Porque siento que, sin saberlo, ella fue mi todo.

No he vuelto a la oficina. Aún no me siento listo, pero no por el trabajo… sino porque lo único que quiero ahora mismo es tenerla cerca.

Solo ella.

Elena.

Me levanté del sofá después de horas de solo mirar por la ventana. El cielo estaba gris, como si se burlara de mi ánimo. Tenía la camisa arrugada, el cabello alborotado y los ojos rojos de tanto pensar. Pero por primera vez en semanas, sentí claridad.

No puedo seguir esperándola.

Necesito verla.

Tal vez no recuerde cada momento que compartimos, pero sí recuerdo lo que me hace sentir. Y eso es más que suficiente para cruzar cualquier distancia.

Me dirigí al armario, tomé una chaqueta, mis llaves, y marqué el número de Fabio. Me contestó al segundo timbre, como si supiera que lo llamaría.

—¿Vas a preguntarme por Elena? —fue lo primero que dijo.

—¿Dónde está?

—Pensé que querías espacio, que era mejor así.

—Eso pensé… hasta que me di cuenta de que no puedo seguir respirando sin tenerla cerca. No me importa si no la recuerdo del todo, Fabio. No me importa si ella ya no quiere verme. Solo necesito saber que está bien. Solo necesito verla.

Silencio del otro lado.

—Está en un pueblo costero a dos horas de aquí. Se llama Stonehill. Hay una posada pequeña donde se hospeda siempre que quiere despejarse. Te enviaré la dirección.

—Gracias.

—Alex…

—¿Sí?

—Cuando la veas, no le pidas que te recuerde todo. Haz que lo vuelvas a vivir.

Colgué sin decir nada más. Sentía un nudo en la garganta. Fabio tenía razón.

Bajé al garaje, me subí al auto y encendí el motor. La lluvia empezaba a caer con fuerza, pero no me importó. Tenía un solo objetivo en mente.

Encontrarla.

El camino hacia Stonehill se sintió eterno. La lluvia golpeaba el parabrisas como si quisiera detenerme, pero no había tormenta capaz de frenarme esta vez. Todo el trayecto pensé en ella. En sus ojos miel. En cómo su voz sonaba cuando decía mi nombre… Alex, como si lo hiciera más suave, más humano.

A mitad del camino, recordé otro fragmento.

Su risa.

Estábamos en la playa, mojados, cubiertos de arena. Yo estaba molesto porque no soporto ensuciarme, y ella… ella reía como si el mundo no tuviera preocupaciones. Y en ese instante, yo también reí.

Sonreí al recordar eso. Aunque fuera solo un instante, ahí estaba. Y si eso era real, entonces había más esperando por salir.

Cuando llegué a Stonehill, el aire olía a sal y tierra mojada. Estacioné el auto frente a la pequeña posada y me bajé sin pensar.

Al entrar, el sonido de una campanita marcó mi llegada. Una mujer mayor me recibió con una sonrisa.

—¿Puedo ayudarlo?

—Sí… estoy buscando a Elena Miller. Sé que se hospeda aquí.

La sonrisa de la mujer se ensanchó como si acabara de ver el final de una historia romántica.




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