Eres Tu Y Siempre Seras Tu

capitulo 23

Elena

Lo observaba desde el marco de la puerta mientras él ajustaba el nudo de su corbata frente al espejo.

Alex Mondragón.
Mi Alex.
De vuelta.

Había algo poderoso en esa imagen. No solo por lo impecable que se veía —aunque, siendo honesta, el traje oscuro, la camisa blanca ligeramente abierta al cuello y el reloj elegante en su muñeca hacían que se viera absolutamente irresistible—. Era más que eso.

Era la forma en que se movía, más seguro. La firmeza en su mirada. La pequeña sonrisa que se le escapaba cuando se notaba observado.

—¿Vas a seguir mirándome así o me vas a ayudar con esta corbata? —preguntó sin girarse, pero claramente consciente de que lo devoraba con los ojos.

Sonreí y me acerqué a él, tomando los extremos de la corbata entre mis dedos.

—Si me sigues provocando con ese traje, no vas a salir de aquí —le advertí en voz baja, comenzando a hacer el nudo con calma.

—No sería una mala manera de llegar tarde —replicó, inclinándose apenas para besarme la mejilla.

—Hoy vuelves a la oficina, Alex. Tienes una empresa que no ha respirado sin ti en semanas —le recordé, aunque en el fondo, me gustaba esa forma en la que me tentaba a quedarlo conmigo todo el día.

—Lo sé —suspiró—. Pero esta vez… todo será diferente.

Le terminé el nudo, ajustándolo con suavidad, y luego acaricié el cuello de su camisa con los dedos.

—¿Nervioso?

—No por el trabajo —dijo, mirándome a los ojos—. Estoy nervioso por ver a todos… después de lo que pasó. Por sentir que esperan algo de mí que aún no sé si puedo dar del todo.

Le tomé el rostro entre las manos, con ternura, con firmeza.

—Lo único que tienes que dar es lo que eres, Alex. Lo demás… lo demás lo has recuperado solo con tu fuerza. Y no estás solo.

Él me besó la frente, suave, agradecido.

—Gracias por recordármelo. Siempre.

—Siempre —le respondí.

Mientras él se giraba para ponerse el saco, yo regresé al dormitorio a buscar mi bolso. Ya estaba vestida para acompañarlo: pantalón de vestir, blusa de seda color marfil, cabello suelto, maquillaje suave. No iba a trabajar, pero quería estar con él en su regreso. Ser su sombra silenciosa, su ancla si la necesitaba.

Mía se había enroscado sobre su cama, mirándonos con esos ojos perezosos como si también aprobara nuestra nueva rutina.

Cuando regresé al salón, Alex ya estaba listo, las llaves del auto en la mano y una expresión decidida.

—Lista, señorita fotógrafa?

—Siempre —le respondí, mientras él abría la puerta para mí.

Salimos juntos, como si la vida nos estuviera dando una segunda oportunidad, no solo de amar, sino de comenzar.

Y mientras caminábamos por el pasillo, sentí que hoy no solo regresaba Alex Mondragón a la oficina.

Hoy… regresábamos nosotros al mundo.

Juntos.

Lo observaba desde el marco de la puerta mientras él ajustaba el nudo de su corbata frente al espejo.

Alex Mondragón.

Mi Alex.

De vuelta.

Había algo poderoso en esa imagen. No solo por lo impecable que se veía —aunque, siendo honesta, el traje oscuro, la camisa blanca ligeramente abierta al cuello y el reloj elegante en su muñeca hacían que se viera absolutamente irresistible—. Era más que eso.

Era la forma en que se movía, más seguro. La firmeza en su mirada. La pequeña sonrisa que se le escapaba cuando se notaba observado.

—¿Vas a seguir mirándome así o me vas a ayudar con esta corbata? —preguntó sin girarse, pero claramente consciente de que lo devoraba con los ojos.

Sonreí y me acerqué a él, tomando los extremos de la corbata entre mis dedos.

—Si me sigues provocando con ese traje, no vas a salir de aquí —le advertí en voz baja, comenzando a hacer el nudo con calma.

—No sería una mala manera de llegar tarde —replicó, inclinándose apenas para besarme la mejilla.

—Hoy vuelves a la oficina, Alex. Tienes una empresa que no ha respirado sin ti en semanas —le recordé, aunque en el fondo, me gustaba esa forma en la que me tentaba a quedarlo conmigo todo el día.

—Lo sé —suspiró—. Pero esta vez… todo será diferente.

Le terminé el nudo, ajustándolo con suavidad, y luego acaricié el cuello de su camisa con los dedos.

—¿Nervioso?

—No por el trabajo —dijo, mirándome a los ojos—. Estoy nervioso por ver a todos… después de lo que pasó. Por sentir que esperan algo de mí que aún no sé si puedo dar del todo.

Le tomé el rostro entre las manos, con ternura, con firmeza.

—Lo único que tienes que dar es lo que eres, Alex. Lo demás… lo demás lo has recuperado solo con tu fuerza. Y no estás solo.

Él me besó la frente, suave, agradecido.




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