Eres Tu Y Siempre Seras Tu

Capitulo 26

Alex

Una semana después

Hace días que no pienso en otra cosa. Cada mirada de Elena, cada sonrisa suya, cada caricia… solo confirmaban lo que ya sabía desde el momento en que la conocí: quiero que sea mi esposa. No solo la madre de mi hijo, no solo la mujer con la que duermo y despierto… quiero que sea mi compañera de vida para siempre.

Hace dos días hablé con su padre. Fue una conversación seria, de esas que uno no olvida fácilmente. Le pedí su bendición, y la obtuve. Luego, hablé con Fabio y Evans. No sabía cuánto significaba para mí su aprobación hasta que los vi emocionarse. Fabio casi llora —aunque nunca lo admitiría— y Evans simplemente me abrazó con fuerza. Fue el empujón que necesitaba para saber que estoy listo.

Y hoy… hoy es el día.

Preparé todo con cuidado. La pequeña casa en la playa está iluminada con faroles suaves y velas que guiarán el camino. A la orilla del mar, justo donde las olas apenas alcanzan la arena, hay un círculo de pétalos blancos y luces tenues. Y en mi bolsillo, el anillo que guardo desde hace semanas.

Elena piensa que solo iremos a pasar una noche tranquila frente al mar, para descansar y relajarnos. No sospecha nada. Y eso lo hace aún más especial.

Mientras conducimos, la miro de reojo. Tiene las manos sobre su vientre, acariciándolo de forma inconsciente, y sonríe viendo el paisaje. Se ve tan hermosa… tan mía.

—¿Estás bien? —me pregunta de repente, girando su rostro hacia mí.

—Estoy nervioso —le confieso con una sonrisa—. Pero de los nervios buenos.

Ella ríe suavemente sin imaginar lo que está por venir.

Llegamos justo cuando el sol comienza a esconderse. El cielo se pinta de tonos naranjas y violetas, y la brisa del mar lo envuelve todo con esa paz que solo el océano puede dar. Elena baja del auto y abre los ojos sorprendida al ver las luces, la casita acogedora, y el camino de pétalos.

—Alex… —susurra, girándose hacia mí.

—Ven conmigo —le digo, ofreciéndole mi mano.

Y así, con su mano en la mía, la llevo al lugar donde todo cambiará.

La llevé de la mano por el caminito de pétalos, iluminado por pequeñas luces cálidas que parecían susurrar suavemente entre la brisa marina. Cada paso que daba a su lado sentía cómo el corazón me latía más fuerte. Elena miraba todo con asombro, y sus ojos brillaban como el mismo cielo que comenzaba a oscurecerse sobre nosotros.

—Alex… esto es… —murmuró, sin poder completar la frase.

—Shhh… —le sonreí, deteniéndome justo donde la arena estaba más firme, frente al mar—. Solo quédate aquí… conmigo.

Ella se quedó quieta, mirándome confundida y con la respiración contenida.

Di un paso atrás, respiré hondo… y me arrodillé.

Sus labios se abrieron levemente, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, y su mano fue directamente a cubrir su boca. Yo tomé la cajita del anillo del bolsillo y la abrí, temblando un poco… pero seguro de cada palabra que salía de mi boca.

—Elena…

Tragué saliva. Sonreí, porque así lo sentía, desde lo más profundo.

—Te amo desde el primer momento. Desde ese primer día, en las montañas… cuando te vi con la cámara en la mano, el viento jugando con tu cabello, y tus ojos llenos de vida. No lo entendía entonces, pero ahora lo sé con certeza: ese día mi vida cambió.

Ella soltó un sollozo suave, y yo seguí.

—Eres todo lo que en otros me irrita… pero en ti me fascina. Amo tu dulzura, incluso cuando es empalagosa. Amo tu terquedad cuando no quieres soltar algo, y cómo siempre peleas por lo que crees. Amo cómo me amas, cómo me sostuviste cuando yo estaba roto. Cómo me perdonaste, cómo nunca te rendiste conmigo. Amo tu risa, tus enojos, cómo me hablas dormida, y cómo acaricias tu vientre cuando no sabes que te estoy mirando.

Ella temblaba frente a mí, sus lágrimas cayendo sin que pudiera detenerlas.

—Quiero todo contigo, Elena. Quiero los días buenos y los malos. Quiero las noches con desvelo por nuestro hijo. Quiero verte con el cabello revuelto y las ojeras… y seguir pensándote hermosa. Quiero envejecer contigo. Ver cómo cambias, cómo creces, cómo amas. Quiero que este niño o niña vea todos los días cómo su papá mira a su mamá como si fuera lo más sagrado del mundo… porque lo es.

Tomé su mano y la miré a los ojos, con el corazón en las palabras:

—Elena Miller… ¿te casarías conmigo? ¿Me harías el honor de ser mi esposa… y mi siempre?

Elena se quedó en silencio.

Sus labios temblaban, sus ojos brillaban con lágrimas, y su pecho subía y bajaba con fuerza mientras me miraba como si el mundo entero se hubiera detenido a su alrededor.

Y yo… yo seguía de rodillas, esperando.

Durante esos segundos, todo en mí se tensó. No por miedo a su respuesta, sino por la magnitud del momento. Por lo que significaba. Por lo que ella era para mí. El mar murmuraba detrás de nosotros, las luces seguían parpadeando suavemente, y el anillo temblaba entre mis dedos.

Ella dio un paso hacia mí.




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