Elena
Un mes después
Un mes.
Solo ha pasado un mes desde esa noche en que decidimos casarnos. Treinta días de planes sencillos, decisiones hechas desde el corazón, y una calma que nunca creí posible. En ese tiempo organizamos todo: la ceremonia, el almuerzo con los nuestros, y hasta encontramos una casa. Una de verdad. Con jardín, con espacio para columpios, con una habitación llena de luz que ya imagino decorada para nuestro bebé.
Porque sí… ya se nota.
Tres meses de embarazo. Mi cuerpo ha empezado a cambiar, mi vientre se ha redondeado un poco, y aunque los síntomas son muchos, Alex los ha convertido en momentos hermosos. Su forma de cuidarme, de hablarle a nuestro hijo cada noche, de besar mi panza como si fuera un altar… ha hecho que cada malestar se transforme en ternura.
Y hoy, por fin… me caso.
El vestido es sencillo. Blanco, suelto, de tela ligera que deja que el viento marino lo acaricie. No hay tul, ni pedrería, ni coronas. Solo una pequeña trenza en mi cabello y un ramo de flores silvestres en la mano.
A mi alrededor está lo esencial: papá, con lágrimas contenidas y mirada orgullosa. Fabio, nervioso como si fuera él quien se casara. Evans, serio pero emocionado. Bruno, fiel y sonriente. Mis abuelos, tomados de la mano, y los abuelos de Alex, que no han dejado de decir que somos “la pareja más hermosa que han visto”.
Y al fondo… él.
Alex me espera junto al altar improvisado, hecho de madera clara y cortinas blancas que se mueven con la brisa del mar. Está de pie, con una camisa beige y los pies descalzos sobre la arena. Me mira como si fuera la primera vez que me ve. Como si no existiera nadie más en el mundo.
Y cuando nuestros ojos se encuentran… sé que esta historia, la nuestra, apenas comienza.
Hoy me convierto en su esposa.
Hoy me caso con el amor de mi vida.
Y con nuestro hijo latiendo dentro de mí… hoy me siento más completa que nunca.
El sonido suave de las olas acompañaba cada paso que daba sobre la arena. Papá caminaba a mi lado, con mi brazo enlazado al suyo. No decía nada, pero sentía cómo su pecho se inflaba con cada respiración. Su mirada se mantenía al frente, fija en Alex, que esperaba con una expresión que me hizo contener las lágrimas.
Cuando por fin llegamos frente a él, papá me miró. Sus ojos brillaban con fuerza, como si todos los recuerdos de mi infancia estuvieran contenidos en ese instante.
—Ella es mi vida, Alex —dijo, su voz firme y emocionada—. Mi niña. Mi orgullo. No la estoy entregando porque quiera perderla, sino porque sé que contigo… la seguirá cuidando alguien que la ama tanto como yo. No la hagas llorar, salvo que sea de felicidad. Y nunca dejes que olvide lo valiosa que es.
Alex asintió con respeto, con los ojos humedecidos.
—Se lo prometo, señor Miller. Con toda mi alma.
Papá besó mi frente con ternura y me colocó suavemente las manos entre las de Alex. Luego dio un paso atrás, cediéndonos el lugar… y el futuro.
La persona que oficiaría la ceremonia —un juez amigo de la familia, de voz serena— sonrió y nos miró a ambos.
—Elena. Alex. Estamos aquí para celebrar el amor que los ha traído hasta este momento. Hoy se eligen de nuevo. No por promesas vacías, sino por la certeza de que se acompañarán en cada paso, en cada caída, en cada victoria.
Nos miramos, tomados de las manos, con los pies descalzos en la arena y el corazón completamente desnudo.
—Es momento de sus votos —anunció el juez—. Alex, puedes comenzar.
Alex respiró hondo. Me miró como si yo fuera el centro de su universo y, con voz temblorosa, empezó a hablar.
—Elena… no hay palabras que expliquen lo que eres para mí. Desde el momento en que te vi, supe que eras diferente. Eres todo lo que siempre quise, incluso cuando ni siquiera sabía que lo necesitaba. Eres mi calma, mi fuerza, mi hogar. Prometo cuidarte, amarte, sostenerte cuando no puedas más y reír contigo cuando todo esté bien. Prometo ser tu compañero, tu refugio y el padre más entregado para nuestro hijo. Hoy me entrego a ti sin condiciones. Hoy… y todos los días que vengan.
Las lágrimas corrían por mis mejillas, pero mi voz no tembló cuando le hablé, mirándolo a los ojos:
—Alex… tú llegaste a mi vida como un huracán y al mismo tiempo como un refugio. Me enseñaste que no hay amor perfecto, pero sí uno que vale cada intento. Prometo ser tu apoyo, tu consuelo, tu risa cuando el mundo se ponga pesado. Prometo creer en ti incluso cuando tú dudes, y recordarte cada día lo increíble que eres. Te elijo hoy, te elegí desde el primer día… y lo haré en cada uno que me quede por vivir. Tú eres mi paz… y mi siempre.
Los presentes contenían la respiración. Hasta el mar parecía guardar silencio.
El juez nos miró con una sonrisa cálida.
—Entonces, por el amor que han declarado ante todos nosotros… los declaro marido y mujer.
—¡Puedes besar a la novia!
Y cuando sus labios tocaron los míos, supe que no era el final de una historia… sino el comienzo del resto de nuestras vidas.