Eres Tu Y Siempre Seras Tu

Capitulo 29

Alex

Seis meses después

La casa está en silencio… ese tipo de silencio que se siente antes de que la vida vuelva a rugir. Afuera, el cielo está cubierto por nubes suaves, y adentro, todo huele a lavanda, madera nueva y esperanza.

Han pasado seis meses desde nuestra luna de miel. Seis meses de risas, de ajustes, de noches compartidas entre susurros y planes, de aprender cómo vivir juntos en lo cotidiano sin dejar de amarnos como en los días dorados de Grecia.

Y ahora… faltan horas. Tal vez días. Pero lo siento. Lo presento en el aire, en su forma de respirar dormida, en cómo aprieta mi mano por instinto incluso mientras sueña.

Nuestro hijo está por llegar.

Su nombre: Liam.

Liam Mondragón Miller.

Lo decidimos una tarde en la terraza, con sus pies sobre mis piernas mientras se quejaba de la hinchazón y yo le masajeaba los tobillos. Cuando lo dijo, sonó natural. Como si siempre hubiera llevado ese nombre esperándonos.

El cuarto de Liam ya está listo. Pintado en tonos suaves, con estrellas plateadas en el techo y una mecedora blanca junto a la ventana. Hay una cuna de madera clara, una estantería con cuentos infantiles, y sobre la pared principal, el nombre “Liam” escrito en letras de madera, decoradas por ella misma. Porque aunque tuvo que dejar el trabajo hace tres meses por orden médica, nunca dejó de crear con las manos… ni de amar con todo.

La doctora fue clara: reposo casi absoluto. Solo caminatas cortas de una hora y movimientos suaves para aliviar la presión. Los pies de Elena se hinchaban fácilmente, y aunque a veces se frustraba, nunca dejó de sonreírme como si yo fuera su motivo para seguir tranquila.

Y yo… bueno, me convertí en su sombra. Su enfermero, su cocinero, su lector nocturno y su sirviente de antojos. Pero también… su esposo. Su compañero. Su guardián.

La observo ahora mientras duerme en la cama, abrazando una almohada enorme, con su panza descubierta por la manta baja. Su respiración es lenta, pausada. Su piel brilla. Su vientre se mueve levemente… como si Liam nos dijera aquí estoy.

Me acerco y apoyo la mano con cuidado sobre él. Liam responde con una pequeña patadita.

—Ya casi, hijo —le susurro—. Te estamos esperando con todo el amor del mundo.

Me inclino para besar el vientre, y luego a ella, en la frente.

—Descansa, amor. Todo está listo. Y yo estoy aquí… como siempre.

Me recuesto a su lado, rodeándola con cuidado, mientras el mundo se detiene un poco más, justo antes del milagro.

No sé cuánto tiempo había pasado desde que me recosté a su lado. Solo recuerdo que la brisa nocturna se colaba por la ventana entreabierta, y el sonido suave de su respiración era lo único que existía para mí. La casa dormía. Incluso el tiempo parecía en pausa.

Hasta que la escuché.

Un suspiro diferente. Bajo, contenido… y luego, un leve gemido.

Abrí los ojos de inmediato y la miré. Elena tenía el rostro tenso, sus cejas ligeramente fruncidas, y apretaba los labios con fuerza. Se giró lentamente, respirando profundo… y volvió a quejarse.

Me incorporé al instante, con el corazón acelerado.

—¿Amor? —susurré, tocándole suavemente el brazo—. ¿Estás bien?

Abrió los ojos despacio, y su mirada me lo confirmó antes de que siquiera pudiera hablar.

—Creo que… están empezando —murmuró, llevándose una mano al vientre.

Me arrodillé junto a la cama, tomándole la mano con cuidado.

—¿Sientes dolor?

—Es más como presión… pero fuerte. Empezó hace unos minutos y se repite cada cierto tiempo. No quiero asustarte, pero… creo que sí, Alex. Son contracciones.

Mi cuerpo se activó como si me hubieran encendido con un interruptor. Me puse de pie, fui por el reloj, el teléfono, y el bolso que ya estaba listo cerca de la puerta. Regresé a su lado y la ayudé a sentarse con cuidado.

—Respira conmigo, amor, ¿sí? Lo has hecho perfecto todo este tiempo… y yo estoy contigo.

—¿Estás… nervioso? —preguntó entre risas suaves mientras exhalaba.

—Más que nunca… —admití—. Pero más preparado que nunca también.

Empecé a cronometrar. Las contracciones venían cada siete minutos. Regulares. Claras.

—Vamos a llamar a la doctora —dije, marcando enseguida.

Elena me apretó la mano durante otra contracción. La miré, y a pesar del dolor, tenía esa luz en los ojos. Esa fuerza tranquila. Ese amor en carne viva.

—Ya viene —susurró, entre jadeos—. Nuestro hijo ya viene, Alex.

Y en ese momento, el miedo desapareció. La ansiedad se desvaneció. Porque sí… nuestro hijo estaba por llegar. Y nosotros estábamos listos para recibirlo.

La doctora nos indicó que fuéramos al hospital. “Están comenzando bien —dijo con voz firme—. No corran, pero no se demoren.” Sus palabras se clavaron en mi mente como una orden silenciosa.




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