Eres Tu Y Siempre Seras Tu

Capitulo 30

Elena

Un año después

Hoy se cumple un año desde que lo vi por primera vez.

Un año desde que escuché su llanto tembloroso llenar la sala de partos. Desde que lo sentí tibio sobre mi pecho y supe —en ese mismo instante— que jamás volvería a ser la misma.

Liam.

Mi hijo.
Nuestro hijo.

Me desperté antes que Alex esta mañana, como suelo hacer últimamente. No por costumbre, sino por amor. Fui directo a su cuna, como lo hago todos los días, pero hoy… me detuve unos segundos más. Lo vi dormir con sus mejillas redondas, su cabello despeinado y esos labios suaves que aún chupan aire como si soñara.

Y pensé: lo logré.

Tal como se lo prometí a Alex aquella noche en la que juré no perderme ni un instante, he estado presente para todo. Vi su primera sonrisa. Escuché su primera carcajada. Aplaudí como una niña cuando logró sentarse sin ayuda. Lloré cuando se aferró a mis dedos y dio su primer paso inseguro. Y grité de emoción la primera vez que dijo “mamá”.

He estado ahí.
Para todo.

Y aunque hubo días agotadores, noches sin dormir, momentos de miedo… también hubo una paz inmensa en saber que no me perdí ni un segundo de su magia.

Hoy, Liam cumple un año.

Y mi corazón no cabe en mi pecho.

Salí de la habitación con cuidado para no despertarlo y fui a la cocina. Alex ya estaba allí, preparando el desayuno con su cabello desordenado y su camiseta de papá favorito que Fabio le regaló. Me miró y sonrió de inmediato.

—¿Lista para celebrar al pequeño jefe de la casa?

Asentí, acercándome a él y rodeándolo con mis brazos por la cintura.

—No puedo creer que ya pasó un año.

—Y míralo —dijo, besándome la frente—. Cada día más hermoso… más nuestro.

La casa estaba decorada con globos azules y blancos, una guirnalda con su nombre colgaba sobre la chimenea, y en el centro de la mesa reposaba una pequeña torta decorada con estrellas, su obsesión actual.

Liam despertó con su vocecita entre balbuceos, y ambos corrimos a su habitación como si fuera la primera vez que lo oíamos.

—¡Feliz cumpleaños, mi amor! —le canté mientras lo sacaba de la cuna.

Él se rió, extendiendo sus manitos hacia mí.

—¡Mamamamá!

—Sí, mi vida. Mamá está aquí. Siempre lo estará.

Y al girarme para mirarlo, con Alex junto a mí y la sonrisa de nuestro hijo llenando la habitación, supe que esa promesa de un año atrás… la había cumplido.

Y la seguiría cumpliendo, cada día de mi vida.

Liam estaba vestido con un pequeño conjunto blanco con estrellitas doradas. Se veía tan grande y tan pequeño a la vez. Mientras lo tenía en brazos, se agarraba de mi cuello como siempre, dejando su cabecita apoyada en mi hombro, medio soñoliento aún.

Alex apareció por la puerta con una pequeña corona de papel en la mano —una tontería adorable que él mismo hizo anoche— y la colocó con cuidado sobre la cabeza de Liam.

—Mi rey cumpleañero —le dijo, besándole la mejilla.

Yo estaba por pasárselo para que lo cargara un rato cuando ocurrió.

—Papá —dijo Liam con voz clara, balbuceada pero entendible, y estiró sus manitas hacia Alex—. Papá… upa.

El mundo se detuvo.

Literalmente.

Yo me quedé congelada. Alex también. Por un segundo nadie respiró. Hasta Liam repitió con impaciencia:

—¡Papá! Upa… ¡upa!

La cara de Alex… no tengo palabras. Sus ojos se humedecieron de inmediato, y la sonrisa que le nació fue la más auténtica que le he visto en mi vida.

—¿Qué dijiste? —susurró él, como si no quisiera romper el momento.

—Papá —repitió Liam con seguridad, insistente, riendo como si ya supiera que acababa de cambiar el mundo de su padre para siempre.

Alex lo cargó enseguida, lo levantó hasta el cielo con fuerza y ternura a la vez, y lo abrazó contra su pecho.

—Mi hijo… dijiste papá —le murmuró con la voz rota—. No sabes lo que acabas de hacerme sentir, campeón. Te amo. Te amo más de lo que vas a entender por muchos, muchos años.

Yo me limpiaba las lágrimas mientras los observaba. Era una escena que no quería interrumpir. Era su momento. Uno de esos que se graban en la piel.

Liam apoyó la cabecita en el hombro de Alex, tranquilo, feliz.

Y allí estaban: padre e hijo… en una comunión silenciosa, sagrada, eterna.

Y yo…
yo los miraba sabiendo que el amor de mi vida acababa de recibir el título más importante del mundo: papá.

Apenas habíamos terminado de secarnos las lágrimas de emoción cuando el timbre sonó.

Alex y yo nos miramos con una sonrisa cómplice. Ambos sabíamos que ahora sí… comenzaba oficialmente la fiesta.




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