Eres Tu Y Siempre Seras Tu

Epílogo

Elena

Cinco años después

Han pasado cinco años desde aquella noche.
Cinco años desde que Liam llegó al mundo para enseñarnos lo que es el amor multiplicado.
Cinco años desde que lo vimos dormir por primera vez entre nosotros, y supimos que jamás volveríamos a ser los mismos.

Ahora lo escucho correr por el jardín.
Su risa clara, libre, llena de vida, es el sonido más feliz que conozco.

—¡Mamááá! ¡Papá dice que sí puedo tener otro pastelito!

Desde la cocina, me asomo a través de la ventana y lo veo. Cabello revuelto, mejillas sonrojadas, camiseta manchada de tierra y ojos idénticos a los de Alex… brillando con esa chispa que lo hace único.

—¡Uno más! —le grito entre risas—. ¡Pero solo si le das un beso al chef!

—¡Hechoooo! —responde mientras sale corriendo hacia su papá.

Alex está sentado bajo el árbol de limonero que plantamos el año en que Liam cumplió uno. Tiene harina en el brazo y una sonrisa traviesa mientras abre los brazos para recibir el beso prometido. Cuando Liam lo abraza, algo en mi pecho se aprieta y se expande al mismo tiempo.

Esta es nuestra vida.

Después de todo lo que fuimos, todo lo que sanamos, lo que construimos…
Hoy vivimos en una casa de campo con paredes claras, cortinas que bailan con el viento, y habitaciones llenas de dibujos torcidos, juguetes y sueños cumplidos.

Alex sigue siendo el hombre que me enamora con cada mirada.
Mi esposo.
El padre que Liam admira como a un héroe.

Y yo…
Encontré en la maternidad y el amor compartido, mi plenitud.

Decidí no volver a la oficina, al menos no por ahora. En cambio, abrí un pequeño taller en casa, donde diseño a mi ritmo, mientras Liam juega a mis pies y Alex se asoma cada tanto para robarme un beso.

Por las noches, cuando el silencio llega y Liam duerme, Alex y yo nos recostamos juntos, hablando de los días que pasaron y los que vendrán. A veces en voz baja, a veces sin hablar. Solo sabiendo.

Sabiendo que esto es el amor real.
El amor que se construye, se cuida, se elige.

El amor que empieza con un “te quiero” en la orilla de una montaña…
Y que hoy florece en los ojos de nuestro hijo.

—¿En qué piensas, hechicera? —me dice Alex, abrazándome por la espalda.

—En que todo valió la pena —respondo, apoyando mi cabeza en su pecho.

—¿Volverías a hacerlo todo igual? —pregunta él, besándome el cabello.

Lo miro, lo beso, y le sonrío.

—Una y mil veces más… si el final siempre es este.

Y entonces lo escuchamos reír otra vez.
Liam.
Nuestro principio.
Nuestro por siempre.

El abrazo de Alex me envuelve con esa calidez que solo él tiene. Estoy por cerrar los ojos, simplemente para quedarme así unos segundos más, cuando escuchamos los pasitos apresurados sobre el césped.

—¡MAMÁ! ¡PAPÁ! ¡AHÍ VOY!

Liam.

Gritando con toda la fuerza de sus pulmones, corriendo como un torbellino de alegría pura hacia nosotros.

—¡Cuidado con la cuesta! —le grita Alex entre risas mientras se incorpora un poco.

Pero Liam no se detiene. Viene directo a nosotros con los brazos abiertos y una sonrisa enorme que se le escapa del rostro.

Llega corriendo, se lanza a nuestros brazos y ambos lo recibimos al mismo tiempo, cayendo hacia atrás sobre la manta del picnic en una maraña de risas, cosquillas y amor.

—¡Los atrapé! —grita triunfante, acomodándose entre nosotros.

—Eres un rayo —le digo, besándole la mejilla—. ¿Sabías que mamá soñó con este momento desde que estabas en su barriga?

Liam me mira, curioso.

—¿De verdad?

—De verdad —responde Alex, acariciándole el cabello—. Tú fuiste el sueño más hermoso que se volvió realidad.

Liam nos abraza fuerte, con sus bracitos pequeños.
Cierra los ojos.
Suspira.

—Quiero que estemos así siempre.

Nos miramos por encima de su cabeza y sonreímos.
Porque sí…
Eso mismo queremos nosotros.

Y mientras el viento acaricia las hojas, y el sol se oculta lento detrás del limonero, lo único que escuchamos es el latido de un hogar que late con fuerza…

…en los brazos de un niño,
en el alma de dos amantes,
y en la eternidad de lo que construimos juntos.

Seguíamos los tres recostados sobre la manta, con Liam entre nosotros, su carita feliz apoyada sobre mi pecho y su manita enredada en la de Alex. El viento soplaba suave, y el cielo comenzaba a pintarse de naranja.

—Mamá… papá… —dijo de pronto Liam, rompiendo el silencio con su vocecita clara.

—¿Sí, mi amor? —pregunté acariciándole el cabello.

Se incorporó y nos miró a ambos con una expresión seria, casi pensativa.




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