El aroma a leche caliente lo despierta, sintiendo sutiles los rayos de sol acariciando sus párpados, aún cerrados. No quiere levantarse, está demasiado cómodo. Nada le dice que lo haga, él puede dormir todo el día de ser necesario.
—¡A desayunar, Eric! —Escucha la voz de su madre, gritando desde la cocina.
Eric no tiene alternativa, abre los ojos y el embriagante sol lo saluda. Bosteza, estirando su cuerpo en totalidad, hasta levantarse de un salto. Saber que tiene el desayuno listo le dio una especie de entusiasmo.
—¡Ya voy, mamá!
Eric se pone sus pantuflas y sigue bostezando. La puerta de su cuarto ya estaba abierta; por eso pudo sentir el aroma delicioso proveniente de la cocina. Eric se apresura en salir y bajar las escaleras.
—Sin correr, Eric —dice la madre desde abajo. Ha de tener un oído bien entrenado.
—¡Ups!
Eric ralentiza sus pasos y persigue nuevamente la voz de su madre. Allí estaba el desayuno; esperándolo en la mesa. Ah, y su madre también.
—¿Cómo dormiste, mi amor? —pregunta ella, dedicándole una sonrisa tan cálida como las galletas de chocolate que lo aguardan.
—¡Muy bien!, ¡a que no sabes lo que soñé!...
Eric desayuna y no para de decirle cosas a su madre, que ha de tener una gran paciencia resistiendo palabra por palabra al niño, cuando la mañana acaba de comenzar. Una vez vacía su taza y el plato, levanta los brazos:
—¡Provecho! —dice, buscando la sonrisa de su madre, que, por un momento, notó despistada.
—Bien hecho, Eric.
—Mamá, ¿tuviste pesadillas?, ¿es porque papá todavía no regresa?, tranquila, mamá. El trabajo de papá es muy difícil.
Ella solo se limita a sonreírle de nuevo. Levanta el plato y la taza de la mesita.
—¡Gracias, mami!, ¡yo te ayudo!
—No, no —murmura ella—. ¿Por qué no vas afuera a jugar un rato?, estaré limpiando mucho hoy.
Eric tan solo se emociona por salir a jugar, en el jardín que su padre le hizo con tanta dedicación y detalle: con su propio tobogán, hamaca, una pelota, ¡y unas escaleras de tubo! Acepta sin dudar, y antes de ponerse a correr, recuerda las palabras de su madre. Ralentiza los pasos y sale afuera, todavía en pantuflas. Ahora es Eric quien saluda al sol: llenando su pecho de aire. Es hora de divertirse un rato, todos los juegos que tiene en casa son súper increíbles. Es una pena que no pueda compartirlo con amigos, pues viven demasiado alejados de la zona, ¡pero no importa! Se divierte mucho con mamá, o incluso él solito.
Eric patea la pelota que constantemente choca contra las cercas del jardín. Es bastante estrecho para jugar con ella, así que prefirió usar la hamaca mientras cantaba sus canciones favoritas. Los únicos sonidos presentes, fueron el chirrido de la hamaca, la voz de Eric cantando, y con ello, tal vez asustó a los animales que acechaban el bosque. Cuando casi se queda mudo, decide deslizarse unas veces por el tobogán. Ésta vez más callado, pues su garganta comenzaba a doler. Luego de haberse tirado unos minutos, los músculos de sus piernas estaban doliendo. Debió ponerse zapatillas antes de salir a jugar. Ahora sus pantuflas están arruinadas, y el color dejó de notarse. Eric siente los pies pesados. El sol comienza a ser molesto, picoso, y su pijama lo está haciendo sudar. Respira un poco nervioso, quizás se estuvo moviendo mucho cuando apenas desayunó. Decide subirse en las escaleras de tubo, y apoyarse un rato allí. Solo un rato, donde justo un árbol le brindaba sombra. Eric trata de respirar con lentitud. Bosteza.
Se quita las pantuflas y toma comodidad. No importa si duerme un rato, mamá lo llevará a la cama. Cierra sus ojos, el frío de los tubos alivia su calor. Relaja sus músculos, puede descansar. Puede descansar porque se ha portado bien y tiene permitido dormir. Duerme, soñando cosas que luego querrá decirle a mamá en el próximo desayuno. ¿O merienda?
Sueña con papá: que regresa del trabajo y mamá está feliz. Que ambos lo abrazan, y siente esa calidez. Esa calidez peluda. No… ¿peluda?
Eric despierta, y de la precipitación, se golpea la frente con un tubo metálico.
—Auch…
Ésta vez no siente ganas de bostezar. Solo mira su alrededor. Se da cuenta que ya no hay sol, que anocheció, siendo el viento y los grillos del bosque, los únicos sonidos presentes.
—Qué frío… volveré adentro.
Eric se levanta con cuidado para no cometer el mismo error que provocó su dolor de cabeza. Baja los escalones y siente comezón en los pies. ¿Dónde dejó sus pantuflas? Hay mucho silencio.
—Mamá…
Trató de llamarla, pero el dolor en su garganta no le permitió gritar. Solo caminará hasta la puerta de la casa. Camina con sus pies descalzos, y toca la puerta.
—Mamá, ya me cansé de jugar.
Espera por unos momentos, pero no hay respuesta. No, mamá siempre deja la puerta abierta. ¿Acaso se olvidó?
—Mamá, me dormí por accidente. Tuve un sueño lindo…
Eric empieza a sentir escalofríos. No sabe si es el viento o el resultado de caminar descalzo en el césped del jardín. No sabe si es por los ruidos del viento, o por esa criatura olfateando. Eric no quiere darse la vuelta, porque Eric no tiene mascotas. ¿Qué es eso detrás de él que se mueve y olfatea…? ¿Qué es esa criatura? Quiere volver adentro, con mamá, pero tiene miedo de gritar. Eric se desliza hacia abajo. Abraza sus piernas, escondido frente a la puerta. No quiere mirar atrás. No quiere, porque escucha que la criatura camina por el césped. Olfatea los lugares donde antes estuvo jugando. Lo sabe porque escucha la pelota ser golpeada unas veces. Escucha que fue pinchada con sus garras. La escucha chocar contra los palos de la hamaca, y escucha el chirrido. El chirrido que estuvo haciendo mientras perdía su voz.