Eros.
Imola tiene ese aire especial que solo los que corren entienden. El frío me golpea mientras camino hacia el garaje, pero en lugar de sentir tensión, sonrío. Esto es lo mío.
Desde que puse un pie en la pista, enterré todo lo que no fuera velocidad y foco. Los sentimientos quedaron atrás, como una vieja historia que no merece más atención. Aquí, solo importa ganar.
Nunca he conocido la derrota. No por suerte, sino porque entreno cada músculo, cada pensamiento, para ser imparable.
—¿Listo para volar, Salvatore? —me dice Luca, el ingeniero jefe, con una sonrisa cómplice.
—Siempre —respondo con una sonrisa mientras me coloco el casco—. Hoy el récord sigue intacto.
Las bromas de mis compañeros llenan el paddock. Me encanta romper la tensión con una broma rápida o una risa. Me ayuda a mantener la calma y que los demás también la tengan.
Pero bajo esa relajación, estoy concentrado. Totalmente enfocado en la carrera, en cada curva, en cada segundo.
Cuando me quito el casco tras una prueba, veo rostros conocidos, cámaras buscando capturar cada movimiento. Una figura llama mi atención por un instante: cabello rojizo, mirada dura. Pero no la reconozco. No la busco.
No hay lugar para distracciones.
Solo la pista. Solo la meta. Solo la victoria.