Eros y el arte de perder.

Capitulo 3

Eros

El paddock huele a aceite caliente y goma quemada. Me paso la mano por el cabello, empujándolo hacia atrás, y dejo que mis ojos recorran todo el lugar: los boxes abiertos, los ingenieros corriendo con tabletas en mano, los mecánicos arrastrando neumáticos más grandes que sus propias vidas, y los pilotos... esos bastardos, enfocados en su siguiente vuelta como si el mundo dependiera de ello.

Tres días.
Tres malditos días para mi carrera.

Puedo sentir la vibración de los motores incluso antes de que los enciendan. Mi cuerpo está afinado a esa frecuencia, como si hubiera nacido para absorberla. Por fuera parezco tranquilo –siempre parezco tranquilo– pero mi cabeza no se calla. Frenadas, estrategias, temperatura de pista, compuestos de neumáticos, clima... y ellos. Los otros. Cada uno con sus defectos y fortalezas grabados en mi memoria.

Me apoyo contra la pared del box, brazos cruzados, y miro el asfalto. Está hirviendo. Brillando bajo el sol como si alguien hubiera vertido plata líquida sobre la pista. Algunos dirían que es hermoso. Yo digo que es brutal. Y por eso me encanta.

Entonces la veo.
Claro que la veo.

Ese casco morado con rayas neón verdes es imposible de ignorar. Corta el aire como un maldito aviso de tormenta. Camina hacia su monoplaza mientras su equipo ajusta la parte trasera. Ella revisa su tablet, anota algo, da órdenes. Profesional. Precisa. Fría.

Aprieto la lengua contra el paladar, conteniendo una sonrisa que no tiene nada de amable. No pienso en ella, no realmente, aun que jamás nadie a visto su rostro, siempre se a mantenido incógnita desde la primera vez que salió a las pistas. Pero verla ahí, con ese casco que grita que no piensa rendirse ante nadie, me enciende un veneno ligero en las venas. Me recuerda que aquí no hay nadie inocente. Nadie intocable. Y ella no es la excepción.

—Así que vas a probar intermedios... —murmuro para mí, al ver el compuesto que están montando en su coche. Inteligente. Pero no lo suficiente.

Un motor ruge cerca y la vibración me sacude el esternón. Cierro los ojos un segundo. Me inunda el olor a combustible fresco y goma quemada. Es el olor de la gloria, de la muerte, del todo y la nada al mismo tiempo.

Tres días.
Tres días para demostrarles que Eros no corre para terminar segundo.

Abro los ojos. El tablero de tiempos parpadea sobre mi cabeza, actualizando sectores y nombres. Siento electricidad en los dedos, subiéndome por los brazos. Este es mi lugar. Aquí. Entre el peligro y la historia.

Y no pienso dejar que nadie –ni siquiera un casco morado– me saque de aquí. La primera vez que pisé la pista, el motor rugía en mi pecho, y el aire frío cortaba como cuchillas. Recuerdo cómo el sol apenas se asomaba, pintando de dorado las curvas del circuito, mientras yo luchaba contra mis propios nervios y la incertidumbre. Fue un instante fugaz, pero suficiente para entender que aquí no solo corríamos contra el tiempo, sino contra fantasmas de nuestro pasado.

Tres días antes de mi carrera, me encontré en la zona de entrevistas, la presión aumentando con cada pregunta. Una reportera me lanzó una mirada inquisitiva:

—Eros, se dice que tendrás que enfrentar a una figura misteriosa, conocida solo como "El Gran Rayo Púrpura". ¿Qué se siente saber que competirás contra alguien envuelto en tanto misterio y talento?.

Me quedé en silencio por un segundo, recordando ese casco morado con neón verde que destellaba en cada curva, ese nombre que había empezado a circular en los paddocks. Respondí con una sonrisa segura, pero por dentro sentía la tensión crecer.

—Competir con "El Gran Rayo Púrpura" significa que la carrera será mucho más que una prueba de velocidad. Es una batalla de voluntad y estrategia. Estoy listo para enfrentarla, y para dejar en claro que siempre soy el mejor dentro y fuera de la pista.

—Todos aquí sabemos que jamás has perdido una carrera desde que iniciaste en todo esto...—continuo— ¿Qué pasaría si esta fuera la primera vez?.

—¿Tu nombre?.

—Yohanna.

—Querida Yohanna, tu lo haz dicho, jamás pierdo.

La entrevista terminó, pero la imagen de ese casco vibrante no se apartaba de mi mente. Sabía que la pista guardaba más secretos de los que cualquiera imaginaba. Después de la entrevista, caminé hacia los boxes, donde el ruido de los motores y el aroma a goma quemada me sacaban de mis pensamientos. Pero no podía dejar de pensar en esa persona: la gran incógnita, la Rayo Púrpura. Nadie sabía quién estaba detrás de ese casco, pero todos hablaban de su velocidad y su estilo agresivo.

Volví a ese primer día en la televisión. Aquel momento en que vi ese destello morado con neón verde zigzaguear entre los competidores como un rayo. Me impactó la precisión, la confianza en cada curva. No era solo una rival más; era alguien que desafiaba todo lo que creía saber sobre las carreras.

Sentí un impulso extraño, una mezcla de admiración y ganas de demostrar que yo también podía ser el mejor. Quizás, en el fondo, eso era lo que había estado esperando: un verdadero desafío.

La cuenta regresiva para la carrera comenzó, y con ella, la ansiedad se convirtió en combustible. Sabía que en tres días, la pista sería el escenario donde nuestros destinos se cruzarían, donde cada segundo contaría y cada movimiento podría definir quién saldría victorioso.




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