Padmé.
Hay algo en las fiestas del paddock que siempre me ha parecido… innecesario.
Luces estroboscópicas, risas vacías, brindis que suenan a mentira y gente demasiado ebria como para recordar que, unas horas atrás, todos éramos enemigos sobre el asfalto.
Pero esta noche vine por una razón.
No por la prensa.
No por el trofeo.
Vine porque él estaría aquí.
Y aunque no lo admita, hay una parte de mí que aún quiere mirarlo a los ojos sin el casco de por medio. Ver si todavía se esconde el mismo tipo detrás de toda esa arrogancia.
Camino entre la gente con un vestido negro que me queda como una segunda piel. No por seducción, sino porque quiero que me vean. Que él me vea. Esta noche no soy el Rayo Púrpura. Soy Padmé Solari, y he vuelto con todo lo que soy.
—¡Ahí está la reina de la noche! —grita alguien, alzando una copa.
Sonrío por cortesía.
Aplausos. Brindis. Flash de cámaras.
Nada de eso me importa.
Donde están mis ojos, es en la esquina del salón.
Él.
Con traje ajustado, copa en mano, sonrisa falsa. Hablando con otros pilotos que lo idolatran aunque obtuviera la derrota. O precisamente por eso.
Se hace el indiferente.
Tan Eros.
—¿No vas a acercarte? —pregunta Malena, mi jefa de prensa, desde un lado—. Sería un buen momento para una foto juntos. Vendería millones.
—No vine por marketing —respondo, bebiendo un sorbo de mi copa—. Vine a ver si el lobo herido aún puede aullar.
Ella ríe, pero no entiende.
Toda la fiesta me mantuve en la terraza del lugar, escondiéndome de todos aquellos que querían una foto junto a mi. Para ser sincera conmigo misma jamás me han llamado la atención esta parte de ser corredora. Las fiestas, o cámaras ni mucho las entrevistas. Siempre había sentido que querían indagar en mi pasado, aun que no hubiera nada qué indagar. Jamás fui problemática, llamativa o interesante, mi vida se basaba en libros, estudios y ver a mi padre correr de vez en cuando. En la universidad eso no mejoro mucho, fui muy callada y tranquila, no hubieron novios, ni peleas, ni llantos, pero ahora quería ser alguien diferente. Ahora quería ser un torbellino. Un rayo.
Tome una bocanada de aire y me fui directo al centro de la fiesta donde comencé a girar para ver si una vista periférica me ayudaría a encontrarlo.
No estaba muy segura de que buscaba de él, y el porque su presencia se volvió importante para mi de la noche a la mañana.
Pero lo encuentro solo unos minutos después, junto al balcón exterior, justamente donde estuve escondiéndome antes.
El aire fresco lo despeina apenas. Me observa acercarme. No dice nada.
Yo tampoco.
Nos quedamos ahí, en silencio, con todo ese ruido detrás.
Las luces de la ciudad titilan a lo lejos, como si el universo también estuviera conteniendo la respiración.
—¿Así que ahora vas a las fiestas? —rompe el silencio él, con esa voz que antes usaba para arrastrarme a cualquier parte.
—Solo cuando hay algo que celebrar. Tú no pareces tener mucho motivo.
Eros sonríe, pero es una mueca torcida. No está acostumbrado a perder. Mucho menos delante de mí.
—Impresionante maniobra en la curva 12. Ni siquiera vi por dónde pasaste.
—Exactamente. —Lo miro de lado—. No era el plan que me vieras. Era que entendieras que ya no estoy detrás de ti.
Él me observa. Con más intensidad de la que esperaba.
—Y sin embargo estás aquí. Frente a mí.
Le sostengo la mirada. Intentando no quitarla por nada.
—Porque quiero que lo sepas cara a cara. No vine por revancha, Eros. Vine por lo que es mío.
Su mandíbula se tensa.
—Vas a querer la próxima carrera, ¿no? —pregunta él, suavemente.
—No, Eros. Voy a ganarla.
Y antes de que pueda responder, me alejo.
No porque quiera huir.
Sino porque quiero que sienta lo que yo sentí cuando me quedé sola aquella vez:
que quien se va primero, no siempre vuelve para quedarse.
Al llegar a mi dormitorio mi cabeza solo daba vueltas en ideas y pensamientos fugases. ¿Cómo era posible que le pasara esto a alguien tan centrada?. Estaba enloqueciendo.
Cuando el sol apareció por mi ventana atreves de mis cortinas solo pude cerrar mis ojos con fuerza y maldecir a todo mi linaje.
— Espero que anoche no bebieras, debemos estar con la prensa en 5 minutos.
Desde afuera la voz de Noa hacia ecos por todas las paredes. Solo me destine a quejarme y despegar mi trasero de la cama.
Estando ya bañada y vestida con mi traje, al abrir la puerta después de lo que fueron más de 5 minutos, lo primero que vi fue el rostro angelical de Noa. Allí estaba el aun esperando, sin importarle si llegaba tarde por culpa de su amiga y compañera de equipo. Ambos caminamos a lo que era el salón de prensa en silencio. Al tenerlo a pasos de nosotros ambos nos miramos y asentimos, nuestros pasos fueron fuertes y podía sentir el zumbar de mis zapatos contra el suelo en mis oídos. El salón de prensa poseía un particular olor a sudor, café recalentado y nervios mal disimulados impregno mi nariz.