Error 404: Amor Encontrado

CAPITULO 2

Asunto: La nueva secretaria de Cassian Zalewski

El sonido de la alarma me arrancó de una pesadilla digna de una película de terror... laboral. Soñé que mi nuevo jefe era un tirano con cuernos invisibles que me obligaba a escribir reportes hasta que mis dedos sangraran, mientras él bebía café con una risa malvada de fondo. Nada sutil. Nada reconfortante.

— Genial — murmuré mientras me frotaba los ojos— Ya empecé con las pesadillas.

Me levanté más rápido de lo habitual, intentando no despertar a Tom, que dormía como si el mundo se hubiera detenido. Roncaba suavecito, abrazado a la almohada como si le debiera la vida. Por un segundo, consideré volver a la cama, pero no. Hoy no era un día cualquiera.

Hoy iba a conocer al jefe. El jefe que, técnicamente, me paga el sueldo. Ese CEO envuelto en misterio del que todos hablaban, pero que nadie parecía haber visto jamás con claridad. Casi como una leyenda corporativa con un sueldo de siete cifras, irónico si me lo preguntan… pero no, es simplemente capitalismo en su máxima expresión.

Me estiré y di un vistazo a mi cuarto… desastre. Había ropa sobre la silla, sobre la cama, incluso sobre el respaldo de la puerta. Tomé impulso, recogí dos blusas del suelo, metí calcetines en el cajón sin doblar y estiré la sábana con una sola mano, como si con eso bastara para llamar al orden.

—Lista no estoy, pero al menos no vivo en un episodio de drama total —murmuré mientras cerraba el clóset con el pie.

Me puse una blusa blanca impecable y un pantalón negro de corte recto. Ni demasiado seria, ni como para ir a una salida de amigas. Lo suficientemente neutra como para no fallar en la primera impresión. Recogí mi cabello en una coleta pulida, retocando los baby hairs rebeldes con el cepillo de dientes de emergencias (ese que no uso para los dientes, claro).

Antes de salir, me miré en el espejo. No me veía mal. Profesional, sobria, algo nerviosa, sí… pero eso no se notaba en la ropa. Al menos, eso esperaba.

—Vamos, Emily. Es solo tu nuevo jefe millonario desconocido con posible fama de exigente. ¿Qué podría salir mal?

Respiré hondo, agarré mis cosas y salí decidida. Aunque, si somos honestos, por dentro iba temblando un poquito.

—No hagas nada raro. No hables de más. No lo mires como si fuera un extraterrestre —me aconsejé.

Al llegar al edificio, todo parecía en calma. Demasiado en calma para la tormenta de nervios que tenía en el estómago. Apenas crucé el hall principal, cuando un hombre trajeado, de rostro neutro y voz entrenada, se acercó a mí.

—¿Emily Ríos?
—Sí, soy yo —respondí, tratando de parecer menos ansiosa de lo que realmente estaba.
—El señor Zalewski la espera en su oficina. Piso sesenta. Puede subir por el ascensor del fondo. Toque la puerta al llegar. Él detesta que lo hagan esperar.

Así que ese era su apellido: Zalewski.
Tenía el tipo de sonido que uno esperaría ver grabado en letras doradas sobre mármol negro. Inalcanzable, elegante... ligeramente intimidante.

Mientras el ascensor comenzaba a subir —1, 2, 3…— me observé en el reflejo opaco de las puertas metálicas. Alisé mi blusa por enésima vez y apreté los labios, como si eso pudiera disimular los nervios. Este era el comienzo de una nueva etapa. Y no había margen para errores.

Ding. Piso 60.

El viaje había sido más corto de lo que esperaba. Pero mis nervios, claro, no se habían tomado el día libre.

Al salir, me encontré con un espacio elegante y moderno, donde el gris y el blanco dominaban la estética. Paredes de vidrio esmerilado, un ambiente silencioso y profesional. Hacia la derecha, había un escritorio con dos monitores, una silla ergonómica, todo perfectamente alineado. ¿Ese sería mi sitio? Parecía salido de una revista de diseño moderno.

Me detuve frente a la gran puerta negra al fondo del pasillo. Respiré hondo. Toqué con los nudillos, con la suavidad de quien espera no ser devorado.

—Adelante —dijo una voz profunda, masculina, con una autoridad natural que traspasaba la madera.

Empujé la puerta.

La oficina era amplia, luminosa, sobria pero elegante. El aire olía a perfume varonil con notas amaderadas, ni dulce ni invasivo, simplemente... presente.
Y en medio de todo, sentado tras un escritorio de madera oscura, estaba él.

Traje perfectamente entallado. Cabello castaño oscuro, algo despeinado como si no le importara demasiado —pero de alguna manera le quedaba bien— Cejas definidas, mandíbula firme, y una expresión de absoluto dominio.

Era joven. Sorprendentemente joven. Y tan apuesto que mi cerebro hizo un reinicio automático.

—¿Tiene todo el tiempo del mundo para quedarse ahí parada o piensa entrar de una vez? —dijo con tono cortante, sin levantar del todo la vista del portátil.

Me forcé a reaccionar.

—Buenos días —logré decir mientras me acercaba— Soy Emily Ríos.

Él alzó la vista por completo. Y sus ojos... bueno, sus ojos merecían un capítulo aparte. Eran de un azul claro, casi irreal, con motas más oscuras que parecían moverse como tinta en el agua. Pero lo más inquietante no era el color, sino la intensidad con la que me miraban. No había crueldad, pero tampoco calidez. Era como si me estuviera escaneando internamente.



#5928 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 26.06.2025

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