El bullicio de Seúl siempre había sido el acompañante constante de Kang Jiho. Vivir en una ciudad tan vibrante significaba que rara vez encontraba un momento de verdadero silencio. Sin embargo, esa mañana, al salir de su apartamento para recoger el correo, el aire parecía más tranquilo de lo habitual. El sol apenas comenzaba a calentar las calles y una brisa fresca de finales de otoño soplaba entre los árboles.
Jiho tenía una rutina simple: se levantaba temprano, recogía el correo, tomaba un café en la pequeña cafetería de la esquina y luego caminaba hacia su trabajo en una librería del centro. Era una vida cómoda, sin sobresaltos, algo que a sus 28 años apreciaba profundamente. Después de todo, su juventud había sido lo suficientemente agitada, y ahora valoraba los días tranquilos.
Al abrir el buzón, empezó a revisar los sobres como cada día. Facturas, un par de folletos publicitarios, una notificación del banco… Nada fuera de lo normal. Sin embargo, un sobre en particular capturó su atención. Era diferente: escrito a mano, algo poco común en esos tiempos. La tinta parecía aplicada con cuidado, y la caligrafía era elegante, como si cada trazo hubiera sido pensado con esmero.
Sin darle demasiada importancia al principio, giró el sobre para ver al destinatario. Al leer el nombre, frunció el ceño. Estaba dirigido a "Kang Jiho". Pensó que era para él, pero al revisar la dirección, notó que no coincidía del todo con la suya. Era un par de calles más allá, aunque el nombre y apellido eran exactamente los mismos.
En Corea, compartir nombre completo no era tan raro, pero recibir una carta destinada a otro Kang Jiho justo en su buzón era una coincidencia peculiar. Curiosa, incluso divertida, pensó. Por unos segundos, contempló dejarla donde estaba, sin involucrarse en algo que claramente no le correspondía. Pero la curiosidad empezó a picarle. ¿Quién era ese otro Kang Jiho? ¿Qué diría la carta?
Tras un momento de vacilación, decidió abrirla. Sabía que no debía, pero la intriga lo venció. Si no encontraba nada relevante, se dijo, podría devolverla y nadie sabría que la había leído.
Con cuidado, deslizó el dedo por el borde del sobre y sacó una hoja de papel fino y delicado. Al desplegarla, un leve aroma a perfume llegó a su nariz: una fragancia suave, floral, que le recordaba los jardines que había visitado en sus tiempos de estudiante. Algo dentro de él se tensó, pero continuó leyendo las primeras líneas.
“Querido Jiho,
No puedo dejar de pensar en ti desde que nos vimos por última vez. Sé que esto te tomará por sorpresa, pero no podía seguir ocultando lo que siento…
Aquel día en el parque fue inesperado, pero me hizo darme cuenta de algo. No he podido olvidarte, y aunque sé que solo me ves como una amiga, sentí una conexión que no puedo ignorar.
Tal vez pienses que es una locura, y lo entiendo. No tienes que responder si no sientes lo mismo. Pero si de alguna manera compartes estos sentimientos, estaré aquí, esperando tu respuesta.
Con cariño, Soyeon.”
Jiho dejó la carta sobre la mesa de su pequeña cocina, con la mente llena de preguntas. ¿Quién era esta Soyeon? Estaba claro que había conocido al otro Kang Jiho y desarrollado sentimientos por él. Pero lo que más lo perturbaba era que, al leerla, se había sentido de alguna manera involucrado, como si aquellas palabras hubieran sido para él, aunque sabía que no era así.
El café que había preparado minutos antes ahora estaba frío sobre la encimera. Lo miró distraído, mientras intentaba ordenar sus pensamientos. Sabía lo que debía hacer: devolver la carta al buzón correcto o, mejor aún, entregarla en mano si encontraba al verdadero destinatario. Pero la idea lo inquietaba.
Mientras se sentaba en la pequeña mesa, con la carta frente a él, su mente comenzó a divagar. ¿Y si respondía? Era una idea absurda, irracional, pero la curiosidad lo consumía. Nunca había sido de los que se dejaban llevar por impulsos, pero algo en la forma en que Soyeon había escrito le había tocado una fibra sensible.
“Esto es una locura”, murmuró para sí mismo, tomando un bolígrafo que tenía a mano. Se quedó mirando el papel inmóvil, pero finalmente decidió escribir. No estaba seguro de por qué, pero las palabras comenzaron a fluir.
“Querida Soyeon,
No te imaginas lo sorprendido que estoy por recibir tu carta. Las palabras que has escrito son hermosas y sinceras, y aunque sé que no soy la persona a la que iban dirigidas, no pude evitar sentirme conmovido por ellas.
Sé que no soy el Jiho que esperas, pero si te parece bien, me gustaría responderte. Quizás podamos conocernos, aunque sea de forma anónima al principio. No quiero romper la magia de tu carta, pero algo me ha impulsado a escribirte de vuelta.
Con afecto, Jiho.”
Cuando terminó, se quedó observando el papel. Sabía que lo que acababa de hacer era una locura. Pero, por alguna razón, no podía arrepentirse. Sin pensarlo más, metió la respuesta en un nuevo sobre, escribió la dirección de regreso de Soyeon y la dejó en el buzón. La suerte estaba echada.
Se preguntó qué pasaría después: si ella respondería, o si el otro Jiho —el verdadero— alguna vez descubriría lo que había hecho. Pero en ese momento, mientras subía las escaleras hacia su apartamento, una sonrisa se dibujó en su rostro. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que algo interesante estaba a punto de suceder en su vida.