Error

El encuentro

Con la carta recuperada en la mano, Soyeon sintió que una ola de emociones la invadía. Había evitado abrirla durante días, temerosa de lo que pudiera encontrar, pero ahora la curiosidad —y un anhelo profundo— la impulsó a desplegar el papel.

Querida Soyeon,

No puedo creer que estés pensando en despedirte. Me duele saber que piensas que esto es el final. La verdad es que he estado reflexionando sobre nosotros, y la idea de perder contacto contigo me asusta más de lo que imaginas.

Te escribo porque siento que hemos creado un vínculo único, algo que no quiero dejar escapar. Por favor, no pienses que no me importa. Me gustaría poder conocerte de verdad y explorar lo que tenemos.

Espero que puedas entender mis sentimientos. Por favor, no digas adiós.

Con todo mi afecto,

Kang Jiho.

Las palabras resonaron en su interior como un eco cálido. Había estado herida, confundida, pero aquellas líneas le recordaron cuánto significaba ella para él. El corazón se le aceleró al pensar en las posibilidades que aún quedaban.

Con determinación renovada, tomó bolígrafo y papel.

Querido Jiho,

Leí tu carta y no puedo negarlo: me conmovió hasta lo más profundo. Lamento haber reaccionado con tanta prisa y haberte hecho sufrir. La verdad es que yo también siento que lo nuestro es especial, y no quiero que termine aquí.

Me gustaría darnos otra oportunidad. ¿Qué te parece si nos encontramos de nuevo en el parque? Podríamos aclarar todo y, por fin, conocernos como merecemos.

Espero tu respuesta con el corazón en la mano.

Con cariño,

Soyeon.

Selló el sobre y lo envió esa misma tarde, cargado de esperanza.

Dos días después llegó la respuesta de Jiho, breve pero llena de entusiasmo:

Querida Soyeon,

No sabes cuánto me alegra leerte. Claro que sí, el parque suena perfecto. Nos vemos este sábado a las tres, bajo el gran roble donde lo planeamos la primera vez. No veo la hora.

Con afecto,

Kang Jiho.

El sábado amaneció claro y fresco. Soyeon se preparó con ilusión: eligió un vestido ligero y cómodo que le hacía sentir ella misma, segura y radiante. Con cada paso hacia el parque, los nervios bailaban en su estómago, pero también una emoción dulce que no podía contener.

Al llegar, el aire otoñal y el canto lejano de los pájaros la envolvieron. Buscó el gran roble y allí estaba él: Jiho, de pie junto al banco, con una sonrisa tímida que se iluminó al verla.

—¡Hola, Soyeon! —dijo, la voz teñida de nervios y alegría.

—Hola, Jiho. Qué alegría verte por fin —respondió ella, devolviéndole la sonrisa.

Se sentaron uno al lado del otro. Al principio las palabras salieron con cautela, pero pronto fluyeron como en sus cartas: risas, anécdotas, confidencias. Era como si el papel nunca hubiera estado entre ellos; la conexión era la misma, solo que ahora podían mirarse a los ojos.

En un momento de silencio cómplice, Jiho tomó aire y la miró directamente.

—Soyeon, tengo que ser honesto. Desde que empezamos a escribirnos, me he dado cuenta de algo importante: me gustas mucho más de lo que imaginé al principio.

Ella se sonrojó, pero no apartó la mirada.

—Yo también lo he sentido, Jiho. Hay algo en ti… algo especial que me atrae desde la primera carta.
El mundo a su alrededor pareció desvanecerse. Solo existían ellos dos, el banco y la brisa que jugaba con las hojas.

Jiho tomó su mano con suavidad.

—¿Te gustaría… ser mi novia?

El corazón de Soyeon latió desbocado. Sonrió, radiante.

—Sí. Me encantaría.

Se acercaron despacio, como si temieran romper el encanto. Sus labios se encontraron en un beso tímido al principio, luego profundo y lleno de todas las palabras que habían escrito. El parque, con sus colores vibrantes y su calma otoñal, fue testigo del comienzo de algo hermoso.

En ese instante supieron que, aunque todo había empezado con un error postal, estaban exactamente donde debían estar: juntos, no solo en cartas, sino en la vida real.




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