Leila Johnson
La víspera de Navidad fue el día en que la vida me arrebató lo más preciado. Estaba radiante con la dulce promesa de la maternidad cuando la envidia ajena se cernió sobre mi felicidad. En aquel hospital, los cánticos de villancicos se desvanecían en mi dolor. La envidia de alguien cruel, disfrazada de sonrisas forzadas, susurraba veneno en los oídos de quienes deberían haber celebrado conmigo.
Después de luchar durante horas, cuando finalmente tuve en mis brazos al regalo más esperado, la ferocidad de la maldad gano, se convirtió en un huracán. Fue rápida, astuta, llevándose consigo la luz de mi vida. En un instante, mi bebé desapareció, dejando un hueco oscuro y frío en mi pecho.
Para empeorar las cosas, la traición se unió al cruel baile de la desgracia. Mi prometido, aquel a quien confié mi mundo, se desvaneció entre sombras, dejándome sola frente al vacío de la noche, en la fría entrada del hospital, apenas dada de alta. Sus últimas palabras resonaban en mi mente como un eco siniestro: 'No puedo, no estamos listos para esto'.
El aire gélido de esa noche cortaba como cuchillas mientras la Navidad, una vez llena de esperanza, se volvía un recordatorio atroz de lo que había perdido.
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Editado: 31.12.2023