Es época de sanar

✨UNO✨

Leila Johnson

1 de diciembre, el mes más esperado por una gran cumbre de gente alrededor del mundo. Los días más felices, donde la alegría se derrocha por los rincones, vestida de luces de colores, niños contando los días abril sus regalos, rojo y verde, son un desfile a la vista por donde tracista. Para otros es un mes más, no están efusivos en las festividades.

Del resto luego estoy yo. La navidad para mi Leila Johnson, significa dolor. Esta temporada, en lugar de traer alegría, cierne con más vigor el escozor de mis difíciles recuerdos, la conmemoración donde me arrebataron la vida.

Te extraño mucho mi pequeño Ángel, ¿por qué te negaron el privilegio de vivir?

Una mis silenciosas lágrimas cae en el grabado de hilos de la manta amarilla con la que cubriría a mi bebé. Cada mañana me aferro a ella, me hace demasiado mal, pero es lo único para apaciguar a los demonios del tormento de mi pérdida.

Rompo a sollozar mientras mi cuerpo se agita.

—No debí comer esas malditas galletas de jengibre —hipeo entre llanto. Paso unos cuantos minutos con mi rutina de lágrimas, hasta que ya me duele la cabeza y garganta. Doblo despacio la manta, la regreso a su lugar, la gaveta que trae mi cama. A paso de bebé me preparo para mi día laboral. Me abrigo lo mejor posible, me da igual enfermarme, pero alguien debe limpiar la tumba mensual de mi Ángel.

Cabizbaja salgo de mi departamento, me coloco los auriculares en volumen alto, quiero evitar el sonido de los villancicos, perfore mi canal auditivo. La música es mi refugio en estas fechas. Me sumerjo en canciones que bloquean las luces brillantes y los adornos que intentan invadir mi corazón ya herido

Louisville es demasiado intenso con el tema de las celebraciones de la dichosa época, no puedo escapar de las ostentosas decoraciones multicolores, los desfiles, espectáculos de luces. Para escapar un poco, durante todo el mes tomo otra ruta, lo bueno, mi trabajo no es lejos del edificio donde vivo.

Mientras me hundo en mis pensamientos, una brisa helada me pega, parte de mi cabello se enlaza a mi cara, lo retiro, eso me obliga a levantar la vista y entonces lo veo a él. Un rostro familiar emerge de entre la multitud. Evan. Un remanente de mi pasado, un amigo que, como yo, se perdió en la bruma del tiempo. A medida que se acerca, su sonrisa carismática se encuentra con mi mirada cansada. Antes de que pueda reaccionar, sus brazos se extienden para abrazarme, por la agitación del acercamiento repentino, mis audífonos cae de su lugar, pero mi cuerpo se queda inmóvil, congelado en un extraño sentimiento.

—Leila —dice con intensidad —. Después de tanto tiempo, la vida te puso otra vez en mi camino.




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