Leila Johnson
Con paso dubitativo me acerco a ella. Blanca, nunca tuve inconvenientes con ella, asistía poco a la empresa de su hermana. Aun si no me siento cómoda, por supuesto, ella está libre de culpa de las acciones de su hermana, no obstante, tengo mis reservas. Mira que por no ser cuidadosa he vivido dos años de agonía. Bien debo dejar de victimizarse, pero solo yo sé cuanto queman mis recuerdos.
—Buen día, Blanca. ¿Qué quieres de mí? —Intento moderar mi tono, pero siento cómo mi voz suena más áspera de lo que pretendía. No quiero ser grosera, pero la sola presencia de Blanca me despierta una mezcla de emociones complicadas. A sabiendas de que es hermana de esa mujer. Ella se levanta, se planta a una distancia prudente.
—Hola, Leila, seré directa. Por favor, necesito hablar contigo, sé que no es fácil para ti hablar conmigo, pero... —cruzo mis brazos, nose qué mirada le estoy dando que me mira con tristeza.
—Lo siento, no tengo tiempo —me está costando, no ser dura.
—Solo escúchame un momento, tengo algo de Andrea que ella te env… —la interrumpo.
—No quiero nada de las manos de tu hermana, que solo causan daño.
—Andrea quiere discúlpame por todo lo ocurrido, ella te envió una carta —niego mientras río con sarcasmo.
—No quiero nada de ella. ¿Crees que una carta lo arreglará todo? —por un momento, siento que la ira me domina. Sin embargo, algo en sus palabras despierta mi curiosidad. Mi mente se debate entre rechazar de plano la carta o ceder y averiguar qué contiene —. Ella ya ha causado suficiente daño.
—Te lo ruego, es importante para ella —ella baja la cabeza, al subirla veo sus ojos cristalizados. Algo se pena se remueve dentro de mí —. Andrea está enferma. Tiene cáncer de útero. Ya no le queda mucho tiempo.
Quedo atónita.
—¿Qué? —atino a decir con asombro.
—Sí, es cierto. Ella se arrepiente profundamente de todo lo que sucedió. Por favor, acepta la carta, es su último deseo. Comprendo que no quieras saber nada de ella. Pero ambas necesitan esto —me extiende la carta, está arrugada y maltrata —, lo siento por el estado del papel, pero lo importante es el contenido. Quizás no arregle nada, pero recuerda, el papel soporta todo el peso de lo que sientes.
—Está bien —tomo con cautela esa carta, la guardo en el bolsillo de mi pantalón —. No puedo hablar mucho más tiempo. Estoy en mi trabajo.
—Entiendo. Solo quería que supieras la verdad. Gracias por escucharme. Lo siento mucho, Leila. Tú no merecías ese dolor. Feliz navidad, Leila —se aleja lentamente.
Observo a Blanca alejarse lentamente, llevándose consigo la revelación sobre la enfermedad de Andrea. Me quedo paralizada, sumida en un mar de emociones. Sus palabras de disculpa resuenan en mi mente, chocando con mi resistencia interna. Aunque mi corazón se siente abrumado por la confusión y el dolor del pasado, algo dentro de mí comienza a tambalearse ante la idea de aceptación y perdón. ¿Seré capaz de perdonar?
Las palabras "Feliz Navidad" se desvanecen en el aire, dejando tras de sí un sentimiento de vulnerabilidad.
***
Mi jornada laboral, por fin, termina, finalmente llega el momento de repartir las propinas entre nosotros. Sin expectativas de compañía, me sumerjo en la búsqueda de mi lista de reproducción. Al salir, me sorprende ver a Evan, lo cual me deja un tanto sorprendida y suspiro, pensando que no volvería a verlo.
—Leila, hola, ¿te gustaría dar un paseo? Hay un mercado navideño no muy lejos de aquí. Podría ser divertido —dijo con una expresión amable que despertó mi curiosidad.
—Sé que tenías tiempo sin vernos, pero igual no por eso pasaremos tiempo de calidad juntos —intentaba no sonar grosera. Nadie tenía que pagar mi humor pesado.
—Querida, te siento como si una nube gris estuviera estorbando en tu entorno. No busco nada en particular, solo estar contigo, te extraño —Una sensación extraña se apodera de mí al escuchar sus palabras. ¿Extrañarme? ¿Estar conmigo? ¿Por qué? Su amabilidad me desconcierta y, aunque intento mantener mi guardia alta, una pequeña chispa de curiosidad y anhelo se despierta dentro de mí. Aunque mi instinto me dice que mantenga mis barreras, sus palabras tienen un efecto inesperado en mi corazón, generando una tormenta de emociones y pensamientos contradictorios.
—Evan sea lo que buscaba acá en esta ciudad, no te detengas por mí, no tienes ningún compromiso.
Mi viejo amigo sujeta mis manos, trazando círculos en mi dorso con sus pulgares. Una corriente suave recorre mi piel, erizándola, y resulta inevitable relajarme con ese contacto tan agradable. Cada caricia resuena en mi interior, latiendo en armonía con mi corazón, aunque intento ignorar esa sensación de sincronía.
—Tu intención es asustarme, pero no lo lograrás con tu indiferencia. Vamos, Leila, solo un rato —dice, parpadeando con una dulzura que hace que mis barreras se desvanezcan.
No pude evitar la sensación de estar fuera de lugar, pero su persistencia amablemente disipó mi resistencia. Cediendo ante su insistencia, caminamos juntos hacia el mercado. Mientras recorríamos los puestos, Evan compartía anécdotas divertidas. Aunque me costaba seguir el ritmo, su entusiasmo era contagioso.
—¿No es asombroso cómo las luces navideñas pueden transformar incluso el día más oscuro? —comentó, observando los destellos multicolores que llenaban el mercado.
En cada rincón, las decoraciones brillaban con intensidad, pero mi corazón aún no hallaba consuelo. Sin embargo, conforme pasaban los minutos, algo en el aire comenzó a calmar mi alma inquieta. Evan y yo entablamos conversaciones simples, pero su presencia gentil me reconfortaba.
—¿Has probado los pasteles de aquella panadería? Son los mejores de la ciudad —señaló, señalando hacia un puesto. A pesar de mis dudas iniciales, accedí. Una niña adorable me regaló una flor de pascua. Dudé un momento antes de aceptar, pero mi corazón tierno no pudo resistirse a sus ojitos color miel y su sonrisa angelical, y terminé aceptando su regalo.
A medida que avanzábamos, el ambiente festivo empezó a filtrarse en mi corazón herido. Aun así, no era la alegría, sino la paz, la que empezaba a tomar forma. Con cada intercambio, cada risa compartida, mi corazón parecía un poco más ligero. Evan, con su calidez y comprensión, no presionaba, simplemente estaba ahí.
—Gracias por acompañarme — murmuro con gratitud, viendo la sinceridad en sus ojos.
Esa noche, mientras las luces parpadeantes iluminaban el mercado, algo dentro de mí comenzó a despertar. Aunque la alegría aún se resistía, la paz habían encontrado un lugar en mi corazón, gracias a la presencia de Evan. Aunque solo fue por un instante.
—Ven, vamos a sentarnos allí —señala un banco un poco alejado del bullicio. Saca unas nueces, la empieza a romper. Para luego ponerlas en una bolsa —. ¿Recuerdas cuando nos sentamos en el portón a comer nueces cada tarde de diciembre?
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Editado: 31.12.2023