Leila Johnson
Me hallaba sentada, preparándome para el día siguiente, cuando Jason entró. Su presencia era distante, casi ajena, como si ya no perteneciera a ese espacio. Apenas cruzamos miradas. Me dijo que todo estaba listo para mañana, pero su voz era baja, apagada… casi un susurro perdido en el aire.
Aun con todas las emociones desgarrándome por dentro, sentí un mínimo alivio de tenerlo cerca. Me aferré a esa ilusión y le aseguré que juntos enfrentaríamos la pérdida que nos había destrozado.
Salimos tomados de la mano. Él sudaba, nervioso. Caminamos hacia el hospital, pero al llegar frente a la puerta, la noche se sentía demasiado silenciosa. Oscura. Vacía. Una réplica exacta de mi interior.
Entonces nuestras miradas se encontraron. Su expresión cambió. Me soltó la mano, como si quemara.
—Lo siento… no estoy listo para esto.
Su voz tembló, pero sus piernas no dudaron. Dio media vuelta y se marchó. Se alejó como una estrella fugaz, rápido, imposible de detener, imposible de alcanzar.
Quedé inmóvil.
Sola.
Rota.
Esa noche recibí su último mensaje. Frío. Duro.
Decía que alguien recogería sus cosas.
Que esperaba que tuviera una buena vida.
Y así, el hombre que creí mi futuro, solo me dejó la sombra cruel de un adiós definitivo.
☃️☃️☃️
Las calles estaban llenas de luces navideñas. Los árboles, los escaparates, los niños riendo. Era como si el mundo celebrara mientras yo intentaba recoger los restos de mi vida. Observé todo en silencio, casi desconectada, como si fuera un espectadora de un mundo que ya no me pertenecía.
Pero cuando vi a Santa recolectando donaciones para niños en hospitales, algo dentro de mí se movió. Una chispa. Un recuerdo.
Coloqué parte de mis propinas en su balde. No sonreí, pero sentí algo parecido a un respiro.
Llegué a la casa de Evan con el corazón agitado. Dudé antes de tocar, pero cuando lo hice, él abrió al instante.
Su sonrisa cálida me sorprendió. No lo pensé, lo abracé.
Él rodeó mi cuerpo con cuidado. Su aroma fresco me envolvió. Por un segundo, dejé de temblar.
Nos separamos apenas unos centímetros. Era como si el aire vibrara entre nosotros.
—Dijiste que te buscara si te necesitaba —murmuré—. Te necesito. ¿Me escucharías esta noche?
Su respuesta fue un nuevo abrazo y un beso suave sobre mi cabello.
—Siempre estoy aquí —susurró.
Me guió al sofá y tomó mis manos, invitándome a hablar.
Respiré hondo.
Y entonces abrí mi herida.
—Estaba esperando un bebé, no lo planeé, pero fue la sorpresa más hermosa de mi vida. Mi ex prometido estaba feliz o eso creí. Empezamos a comprar cosas, a imaginar habitaciones, nombres, vidas. Yo trabajaba en una empresa pequeña y mis compañeros celebraron conmigo. Pero mi jefa, ella no lo soportó. Su infertilidad era un dolor silencioso. Yo no lo entendí hasta que fue tarde.
»El día que me dio las galletas navideñas, pensé que era un gesto amable. No lo era. Estaban envenenadas. Adelantaron el parto. Estuve horas rogando por mi hijo. Rogando que lo salvaran a él, no a mí. Pero, mi bebé no resistió.
Las lágrimas escaparon antes de que pudiera detenerlas. Mis manos temblaban. Mi voz quebró.
—Y cuando creí que ya no podía doler más, él se fue. Ambos. El padre. Y la mujer que me arrebató a mi hijo desapareció. Yo dejé de existir. Navidad dejó de tener sentido. Todo lo bonito murió el 16 de diciembre.
Las palabras salieron como un torrente jamás liberado. Y con ellas, un dolor acumulado por años.
Evan no intentó interrumpirme. No comentó. No juzgó.
Solo me abrazó. Me sostuvo mientras mi alma gritaba.
—Llora —susurró—. Llora hasta que no quede nada dentro.
Me aferré a él con desesperación.
—Me dejaron sin nada.
—No —dijo con firmeza—. Todavía tienes un corazón que late. Pregúntale qué habría querido tu hijo para ti.
—¿Cómo sano algo así? —sollozé—. Ni siquiera escuché su primer llanto.
Evan se levantó lentamente y tomó mi mano.
Me guió hasta una pared iluminada con tonos azules y blancos. Mis colores.
Un árbol de Navidad hecho de fotografías: mi familia, él, momentos que casi había olvidado.
Mis dedos recorrieron la imagen con suavidad.
Él sonrió.
—Esto —susurró— es lo que aún te pertenece. Tu historia no terminó, Leila, apenas está empezando.
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Editado: 31.12.2023