Es época de sanar

❄️OCHO❄️

Leila Johnson

Hoy es Nochebuena.

Sentada en el sofá, envuelta en la calidez de las luces navideñas, contemplo la habitación inundada por el espíritu festivo. La Navidad siempre fue mi época favorita, pero desde lo de Ángel, las festividades se convirtieron en un campo minado de recuerdos y ausencias.

Esta noche, sin embargo, se siente distinta.

No he podido evitar revivir momentos alegres junto al árbol con mis sobrinos o reír con mi mejor amigo mientras recordábamos anécdotas del pasado.

Con el paso de los días todo ha sido diferente. Desde la conversación con mi mamá he comenzado a integrarme poco a poco. Ayudé a hacer el pesebre con los niños, decoré galletas, incluso volví a tararear villancicos.

Con Evan también ha cambiado todo. Retomamos nuestra tradición de comer nueces afuera de la casa, como cuando éramos adolescentes. Hace unos días encendió una fogata y nos quedamos allí hasta tarde, hablando de todo y de nada.

Desde que llegó, algo en mí cambió. Su presencia dejó de ser solo comodidad. ahora es algo más profundo. Algo que se desliza en mi pecho cuando sonríe y sus ojos buscan los míos con intención. Sus gestos atentos, su manera de entender mi silencio sin que yo deba explicarlo, han revelado sentimientos que jamás pensé sentir hacia él. Cada mirada furtiva, cada roce accidental, despierta un anhelo nuevo y desconocido.

Y lo peor, o lo mejor, es que él también lo siente.

Pero tengo miedo. Todo está ocurriendo demasiado rápido.

Aun así, esta Navidad me ha sorprendido. Nadie mencionó el vacío que dejó mi bebé. Tal vez lo intuyen o simplemente prefieren resguardarme en el abrazo silencioso de la familia. Y aquí estoy, no eufórica, pero en paz. Algo que creí imposible.

Estoy perdida en esos pensamientos cuando Evan se acerca.

—Leila, ya es hora de bajar a cenar —susurra.

Antes de levantarme, escucho la voz de mi cuñado.

—Cuñada, antes de cenar, ¿por qué no cantas esa canción que escribiste hace años? Extrañamos escucharte. Tengo una guitarra.

Un nudo aparece en mi garganta. El tiempo erosionó mi seguridad para hacer cosas que antes amaba con pasión.

—Tía, queremos escucharte cantar —dice mi pequeño MK con sus ojos grandes y brillantes.

No puedo decirles que no.

—Está bien —respondo, y los aplausos estallan.

Evan se acerca despacio.

—Puedo acompañarte en el coro —dice con una sonrisa cálida.

Tomo su mano. Nos sentamos frente al árbol. Y cuando mi cuñado regresa con la guitarra, todo se queda en silencio.

Olsen toma la guitarra y empieza a soltar la melodía.

Las primeras notas llenan la sala. Respiro hondo.

Y canto.

En la noche más oscura,
brilla una estrella de amor.
A pesar del frío y la amargura,
trae esperanza alrededor.

Evan se une a mi voz en el coro, suave, perfectamente sincronizado.

Luz en la noche, guiando el andar,
en cada corazón un deseo de paz.
Campanas que suenan, risas al sonar,
renace la fe, la esperanza es capaz.

Sigo cantando. Verso tras verso y algo renace conmigo.

En medio de la canción, nuestros ojos se encuentran. El mundo desaparece. Solo existimos él y yo. Como si las notas fueran puentes, como si las almas se reconocieran.

Cuando terminamos, la sala estalla en aplausos.

Yo solo puedo respirar.

Evan toma mi mano. Y la besa. Mi rostro arde.

—No has perdido el toque —dice mi cuñado—. Ahora sí, ¡a cenar!

Todos se levantan entre risas, felicitaciones y abrazos. Evan ofrece su brazo. Lo acepto.

—Fue un honor cantar contigo —murmura—. Te extrañé, Leila. Agradezco aquella mañana fría en la que te encontré.

Sus palabras, sencillas pero profundas, se quedan latiendo dentro de mí.

La cena fluye en risas, anécdotas, juegos y la magia caótica que solo una familia puede crear. Mis sobrinos hacen una obra improvisada, una oveja festiva intenta contagiar de espíritu navideño a un burro gruñón. Todos reímos hasta llorar.

Luego llega el intercambio de regalos. Entonces mis sobrinos se acercan con una caja.

—Lo hicimos para ti, tía —dice mi rayito dorado.

Abro la caja y mi corazón se encoge. Mi nombre en 3D con recortes de fotos mías, un adorno navideño y la frase bordada.

"Para la mejor tía del universo."

Las lágrimas brotan. Los abrazo. Mamá toma fotos.

Más tarde, Evan me entrega un pequeño paquete envuelto con cuidado. Dentro hay un brazalete con mi nombre grabado.

—Evan es hermoso.

—Me alegra que te guste.

—También tengo algo para ti —le digo.



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En el texto hay: amor navidad, sanar perdon, romance reflexion

Editado: 31.12.2023

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