Es época de sanar

❄️EPÍLOGO❄️

Leila Johnson

Ha sido un viaje largo y desafiante, uno que me ha llevado de regreso a la luz después de haber sido sumergida en la oscuridad tras la pérdida de mi hijo. Caminé despacio, asistiendo a terapia y reconstruyendo poco a poco mi vida. He dejado atrás ese bosque denso en el que me encontraba desde su partida, aunque aún vuelvo a él, dejando flores, compartiendo silencios frente a su tumba.

Después de muchos meses de terapia, lágrimas derramadas en cada sesión y un corazón expuesto sin reservas, puedo decir que el proceso fue como encontrar un sendero en medio de la noche. Mis terapeutas fueron mi guía: pacientes, constantes y humanos mientras aprendía a respirar en medio del dolor. Aprendí que el duelo no se supera; se transforma. Que no se trata de olvidar, sino de recordar desde otro lugar. Y también entendí que el perdón no es únicamente para otros, sino para mí misma.

Perdoné a quienes necesitaban ser perdonados y, con ello, solté un peso que llevaba demasiado tiempo cargando.

La terapia fue reconfortante. Sacó partes de mí que no sabía que existían. Algunas de las cosas que había comprado para mi bebé las doné. Solo conservé su mantita.

Dejé mi antiguo empleo y me mudé a Paducah. Ahora estudio una licenciatura en pedagogía. Estoy avanzando, reconstruyéndome.

Una tarde tranquila en casa, mientras descanso, el llanto de un bebé me saca de mis pensamientos. Me levanto y cargo a uno de mis gemelos, mientras el otro duerme profundo en su cuna. Evan entra al cuarto con expresión de alerta.

—¿Qué sucede, mi amor? —pregunta.

Con una sonrisa respondo.

—Nada grave, nuestro hijo solo estaba inquieto.

A pesar de la paz que he encontrado, la presencia de mis hijos, esta nueva luz, sigue siendo un recordatorio de la belleza que aún existe en el mundo. Me devuelve esperanza y plenitud, sensaciones que alguna vez creí perdidas para siempre.

—Ángela es tranquila, Angelo es el nervioso. Creo que en eso se parece a ti —digo riendo. Evan frunce una ceja fingiendo ofensa; yo lo miro con advertencia fingida y ambos terminamos riendo de verdad.

—Creo que tienes un poco de razón —concede—. ¿Está todo listo para irnos?

Es Navidad. Hora de ir con mi familia. Aunque vivimos en la misma ciudad, estamos a una distancia considerable, así que siempre estoy pendiente de mi mamá.

Evan toma a nuestra hija en brazos. Me acerco y beso su pequeña frente. En ese instante, Evan aprovecha para robarme un beso a mí. Apoyo mi frente contra la suya. Cerramos los ojos, respirando el mismo instante, el mismo amor.

—Te amo, Leila —susurra.

—También te amo. Gracias por aparecer aquella mañana —respondo con voz suave, llena de significado.

El timbre de la puerta rompe el momento. Le pido que vaya a abrir. Le entrego a nuestro hijo con cuidado. Me besa antes de salir.

Voy a nuestra habitación, está justo al lado de la de los bebés, y cierro la puerta tras de mí. Tomo una libreta de hojas blancas y una pluma y escribo.

Mi hermoso Ángel:

Cada día llevas tu luz en mis pensamientos, en cada latido de mi corazón. Aunque no estés aquí físicamente, tu amor y tu presencia siguen llenando cada rincón de mi ser.

Te extraño, mi cielo. Pero tu recuerdo es un faro que me guía, el motor que me impulsa a seguir adelante.

Te imagino sonriendo desde algún lugar entre las estrellas, iluminando el cielo con tu inocencia y tu amor. Siempre serás mi rayo de sol en los días más oscuros y mi paz en las noches más largas.

Cada latido late por ti, mi dulce Ángel.

Con amor eterno, Mamá.

Doblo la carta con cuidado y la guardo en el bote donde reposan las otras notas que le he escrito a través de los años. Cierro los ojos y dejo que las lágrimas fluyan. Después las seco con calma.

Salgo de la habitación. Contemplo el árbol navideño lleno de fotos de mis hijos, mi esposo y mi familia.

Y sonrío.

Después de todo sí se puede volver desde la oscuridad.

En la sala encuentro un grupo de niñas vestidas como ángeles, entonando un villancico con voces dulces y claras. Siento una oleada de emoción recorrerme el pecho. Evan se acerca, toma mi mano y yo cargo a uno de nuestros hijos mientras observamos. Sus voces llenan el aire con "Feliz Navidad", y es como si la paz descendiera sobre nosotros.

La Navidad siempre fue una mezcla de luz y sombra para mí. Pero con el tiempo entendí que también es un espacio para sanar, recordar, y volver a amar. Un recordatorio de que incluso cuando todo parece perdido, siempre queda una chispa.

Yo, Leila Johnson, encontré en Navidad mi camino hacia la sanación.

Perdoné.

Solté.

Y volví a nacer.

Porque incluso en los momentos más oscuros

la luz siempre encuentra el camino de regreso.

Feliz navidad.



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En el texto hay: amor navidad, sanar perdon, romance reflexion

Editado: 31.12.2023

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