Las sirenas de las ambulancias y los bomberos inundaron la tranquila mañana de un viernes en la ciudad de Puerto Mérida, se podía ver a las personas caminar desesperadas por las calles, mientras los autos permanecían inmóviles. Desde una de las ventana de las oficinas de la empresa Diseños Arquitectónicos HR, un joven arquitecto de 30 años trataba de averiguar que había sido ese fuerte ruido, uno tan fuerte que hizo temblar la mesa de dibujo donde estaba trabajando, y apenas logró divisar una gran columna de humo negro que se encontraba a unas cinco calles.
Los gritos de desesperación en las oficinas vecinas comenzaron a sentirse, y el joven de complexión normal y pelo castaño salió de su oficina a ayudar a las mujeres que gritaban. Al acercase al cúmulo de personas desde donde se escuchaban los gritos, una chica de ojos grandes y almendrados, y de pelo color chocolate lo detuvo.
—Señor Juan Carlos, esto es horrible, una bomba explotó en la planta baja del edificio Guamo, justo al lado de la guardería donde Carla tiene a su hijo, y ¡todos los niños murieron!
Juan Carlos García quedó petrificado mientras Karina lo abrazaba desconsolada, su mente no daba crédito a las palabras que acababa de escuchar. No podía imaginar qué clase de personas serían capaces de poner una bomba, y sobre todo al lado de una guardería de niños, eso era el mayor acto criminal que hubiese escuchado.
A las dos horas, el caos había disminuido en las calles y Karina acompañó a Carla a su casa. La actividad en las oficinas comenzó a normalizarse, tanto como era posible. Juan Carlos volvió a sentarse en la silla frente a la mesa de dibujo, y trató de concentrarse en el diseño que estaba frente a él, pero el pensamiento de todos esos bebés muertos en la guardería, no lo abandonaba.
Las calles ya estaban tranquilas a eso de las 5:00 pm, y el teléfono de la oficina de Juan Carlos sonó. Él estaba colocándose el saco para irse a su apartamento cuando lo escuchó. Levantó el auricular y oyó en él la voz de Karina diciendo que tenía una llamada importante de la policía. Juan Carlos arqueó una ceja por la sorpresa, confundido por esa llamada, pues toda su familia vive lejos de Puerto Mérida. Un poco angustiado le pidió a la recepcionista que le pasara la llamada.
—Aló, dígame.
—Buenas tardes, ¿es usted el señor Juan Carlos García?
—Sí, soy yo.
—Soy el oficial de policía José Fonseca, y lo estoy llamando para informarle que la señora Joselyn Gómez se encuentra hospitalizada en el policlínico La Piedad, junto a un niño de aproximadamente año y medio que estaba con ella.
—Es su hijo, ¿Qué fue lo que pasó?
—Estaba cerca del edificio Guamo cuando explotó la bomba. Señor García necesitamos que vaya al policlínico de inmediato.
—Ya voy para allá.
Colocó el auricular en su lugar, y salió rápidamente de su oficina en dirección del policlínico La Piedad. Al llegar, preguntó por Joselyn y el niño. La enfermera solicitó al médico a cargo, y le pidió a Juan Carlos que se sentara en la sala de espera. Pasaron al menos quince minutos para que un joven de pelo negro y largo, con su uniforme azul oscuro y su bata blanca se acercara a Juan Carlos.
—¿Usted es el familiar de la señora Joselyn Gómez?
—Soy su exesposo, ella no tiene familia en Puerto Mérida, ¿cómo se encuentra?
—Ambos están bien, la señora Joselyn tiene algunos golpes y raspones, nada grave, y el niño ya está bien, se lastimó un poco la cara y está sólo un poco asustado.
—¿Me los puedo llevar ya?
—Sólo al niño, la señora Joselyn va a ser internada en un centro de salud mental, está en medio de una crisis psicótica. Necesito que firme algunos papeles.
—Pero no estamos casados.
—No importa, usted es la persona que tiene anotada como contacto de emergencia, así que lo único que necesitamos es que firme la autorización para que la recluyan y se haga cargo del niño.
—Pero yo…
—No se preocupe, llévese al niño que nosotros nos haremos cargo del resto.
Él quería decirle que no era el padre del niño, y que no podía ser legalmente responsable de él, sin embargo no sabía el tiempo que ella estaría recluida, y entregarlo en custodia al gobierno mientras localizaban a la familia, no era una opción. Simplemente asintió con la cabeza y el médico le ordenó a la enfermera que iniciara los trámites.