Ya habían pasado dos años desde la muerte de Joselyn, y Eduardo se había convertido en un chico moreno de 17 años grande y fuerte, con el pelo rebelde, y sus ojos color miel le habían hecho ganar muchas fangirls y belivers entre sus seguidores de YouTube. Había retomado sus estudios de música y seguía en la secundaria. Para el momento de su cumpleaños, ya tenía el equivalente a 50.000 dólares por sus vídeos.
Una de las tareas de Lengua y Literatura lo puso a pensar en su origen y en sus verdaderos padres. Habló con Juan Carlos y lo convenció de buscarlos. La única pista que tenían era la dirección del apartamento donde lo habían encontrado esa noche: Apartamento número 61 del edificio Dos Ramos. Tardaron un tiempo, y lograron conocer que para la fecha que lo encontró Joselyn, en ese apartamento vivía una mujer de nombre Ana Abreu.
Con esa información encontró algunas mujeres, pero sólo una vivió en ese apartamento, la madre biológica de Eduardo. Ahora vivía en el apartamento 35 del edificio Luna de la calle 43, su apartamento era modesto y trabajaba en una empresa de embalaje. Él se presentó un día ante ella y le explicó lo que había sucedido. Ana se mostró sorprendida e interesada en conocer más de su hijo biológico, y lo recibía con agrado. Pasó un mes para que Eduardo confiara en su madre, y le respondió todas sus preguntas.
El primer miércoles del mes de mayo, la policía se presentó en la oficina de Juan Carlos para hablar con él. Los detectives se sentaron delante de su escritorio para conversar un poco.
—Estamos aquí para hablar sobre su hijo Eduardo.
—¿Pasó algo? ¿Cometió algún delito grave?
—No señor Juan Carlos, él no ha hecho nada grave, queremos hablar con usted de su origen.
—No comprendo a que se refiere.
—Sabemos que él no es su hijo biológico.
—No, es el hijo de mi difunta esposa, y eso que tiene que ver, yo le di mis apellidos y lo adopté como mi hijo.
—Su madre biológica lo denunció por secuestro, dice que hace 15 años desapareció del apartamento donde vivía.
—Hace 15 años yo estaba separado de mi esposa, y ella ya tenía a su hijo, no sé a qué puede referirse esa señora.
—¿Usted se casó de nuevo con ella.?
—Sí, pero fue tres años después del divorcio, y yo conocí a mi hijo cuando tenía como dos años.
—¿Conoce al padre biológico de Eduardo?
—Mi esposa me contó cuando nos divorciamos que era un hombre británico, él había venido a Puerto Mérida por negocios, y tuvieron un romance del cual nació mi hijo. Por eso no separamos.
—y usted la perdonó después.
—Sí, nos dimos cuenta que nos amábamos y nos volvimos a casar.
—Usted dice que no conoció a su hijo hasta que se casaron.
—Lógicamente lo conocí un poco antes, creo que el niño ya había cumplido dos años, y lo recuerdo porque este año cumpliríamos 14 años de casados, y Eduardo ya tiene 17 este año.
—¿Está seguro que el hijo es de ella?
—Detective, me es imposible no saberlo, el juez me obligó a esperar que naciera para darme el divorcio, y le di mi apellido para que no fuera un bastardo. Claro, el juez me exoneró de la manutención y el régimen de visitas.
—Entiendo. ¿Usted conoce de las visitas de Eduardo a la señora Ana Abreu?
—Sí, mi hijo la está visitando, ¿por qué?
—¿Sabía que Eduardo le dijo que ella era su madre biológica?
—Sí, mi hijo me lo contó.
—Y aun así nos dice que su esposa era la madre de Eduardo.
—Detective –dijo recostándose del espaldar de su silla–, cuando mi esposa se estaba muriendo, le dijo a mi hijo que ella no era su madre, y le dio la dirección de donde se supone lo encontró.
—¿Usted no le creyó?
—Claro que no, fueron los medicamentos que estaba tomando que la hicieron alucinar, yo mismo vi su embarazo y estuve allí cuando lo parió, ¿cómo voy a creerle?
—Pero no lo conoció hasta que tenía año y medio.
—Dos años, tenía dos años. Es cierto, no lo volví a ver hasta ese día.
—Sabía usted que la persona que vivía en la dirección que le dio su esposa, denunció la desaparición de un niño el mismo día que su esposa dice que lo secuestró.
—Son meras coincidencias, posiblemente mi esposa escuchó del raptó de ese bebé, y alucinó pensando que había sido ella.
—¿Está seguro que Eduardo es el hijo nacido de su esposa?
—¡Ya le dije que sí! ¿Qué quiere que le diga? Que no lo es, eso nunca lo oirá de mis labios Detective.
—Le hizo una prueba de ADN a Eduardo cuando su esposa le confesó el secuestro.
La sangre en la cara de Juan Carlos desapareció haciendo que palideciera. El miedo comenzó a circular por sus venas, y tragó saliva.