Al día siguiente del arresto de Juan Carlos, Teresa y el hermano menor de Juan Carlos fueron a vivir un tiempo a la casa. Ante el hecho que Joselyn no era la madre de Eduardo y con las acusaciones en contra de Juan Carlos, él perdería la custodia de Eduardo en forma temporal, mientras se realizaba el juicio, así que el abogado recomendó que algún miembro cercano de la familia viviera en la casa para recibir la custodia.
Algunos días antes del juicio por secuestro, un policía tocó el timbre de la puerta de entrada de la casa. Entregó un sobre dirigido a Juan Carlos García, y al abrirlo leyeron una citación de un juicio civil sobre la custodia legal de Eduardo, interpuesta por Ana Abreu de Labrador. Ella pedía la custodia y el manejo financiero del dinero de Eduardo García Gómez.
—¡Eso es lo que quiere esa vieja! –dijo José, el hermano de Juan Carlos.
—Cálmate tío –dijo Eduardo.
—¡Para qué le dijiste de tu dinero! –dijo José, zarandeando a su gigantesco sobrino.
—No sé, ella me preguntó si ganaba algún dinero y se lo conté.
—Cálmate José, –intervino Teresa–, te guste o no esa señora es la madre biológica de Eduardo.
—¡Eso no puedes saberlo!
—Sí es mi madre tío –dijo con los ojos llenos de lágrimas–, yo mismo hice la prueba de ADN para saberlo.
La mirada furiosa de José le impidió seguir hablando, y antes de decir algo de lo que pudiera arrepentirse después, José salió de la casa azotando la puerta. Eduardo se acercó cabizbajo a Juan Carlos, y con lágrimas en los ojos dijo:
—Lo siento papá, yo no sabía que pasaría todo esto.
Juan Carlos abrió sus brazos y abrazó a su enorme hijo. Eduardo lloró un poco, se separó de su padre y volvió a decir:
—Lo siento papá.
—No has hecho nada malo, es tu derecho saber de dónde vienes, y no eres culpable de lo que tu madre haya hecho. Además, a mí no me importa de dónde vienes, sólo me importa quién eres hoy, eres mi hijo, y siempre estaré para ti en lo que sea que me necesites.
—¿Qué pasará con el tío José?
—No te preocupes por él, lo conoces bien y sabes que es un cretino. ¿Recuerdas cuando borracho te dijo que no eras mi hijo? Estuvo meses detrás de mí pidiéndome que lo perdonara, y cómo disfruté fastidiándolo todo ese tiempo, hasta que tu madre me obligó a sincerarme con él, sin saberlo tu tío me hizo un gran favor, sabes muy bien que él daría gustoso su vida por ti.
—Lo sé papá, pero no me gusta que se enfade de esa manera.
—Ya se le pasará, pero por si acaso, no dejes que se acerqué mucho a la señora Ana, no vaya a ser que tengamos que visitarlo a la cárcel.
—¡Eso no se dice ni en broma! –protestó Teresa.
—Ay Abuela, no te enfades por eso –dijo Eduardo, mientras la abrazaba.
Un tiempo después llegó el abogado para hablar del juicio por secuestro, debían repasar todos los hechos recabados por los detectives, y buscar los mejores argumentos. Eduardo no dejaba de sentirse culpable, y su padre siempre lo tranquilizaba, le decía que debía confiar en que la verdad lo salvaría de la cárcel.
El día del juicio todos estaban allí, Juan Carlos y su abogado de un lado, y el fiscal por el otro. Teresa, José y Eduardo sentados en las bancas, se sentían muy nerviosos, y siempre le daban ánimos a Juan Carlos cuando los miraba. El Juez inició la sesión y llamaron a declarar a Ana Abreu de Labrador. Luego del acto protocolar, el fiscal le pidió que relatara los hechos acontecidos el día del secuestro.
—Yo estaba en el baño duchándome tranquilamente, y cuando salí, no vi a Karl por ninguna parte y me di cuenta que la puerta de la entrada estaba abierta. En ese momento supe que se habían llevado a mi hijo. Grite como loca, salí a la calle a buscarlo, y no lo encontré.
Luego, el fiscal le hizo algunas preguntas relevantes, y cedió el turno al abogado de la defensa.
—¿Qué hizo exactamente cuando no encontró a Karl?
—Como le dije antes, grite como loca y salí a la calle a buscarlo.
—¿La ayudaron sus vecinos?
—Por supuesto, ellos salieron conmigo a buscarlo.
—Okey, hay algo que no comprendo. Usted dice que comenzó a gritar y salió con sus vecinos a la calle.
—Sí, eso fue lo que dije.
—Es extraño, porque no hay ningún reporte en la policía sobre ese incidente, ¿ninguno de los vecinos llamó a la policía?
—Claro que sí, pero usted sabe cómo son ellos, vieron a una pobre mujer y no hicieron nada.
—Comprendo, e ¿hizo la denuncia en la policía?
—Quise hacerlo al día siguiente, pero fue cuando explotó la bomba en el edificio Guamo, y nadie me hizo caso en la estación.
—¿Cuándo lo reportó?
—El martes, la policía no me atendió ni sábado, ni domingo, ni el lunes.