Al perder el único progenitor que le quedaba, Elena con tan solo dieciocho años de edad, intenta escapar de aquel pozo tan sombrío que le consume. Aunque le costara admitirlo, se daba por vencida, ya no podía continuar volviendo cada día de su vida un constante martirio a causa de los tortuosos recuerdos. No pudo seguir adelante, se quedó estancada con su mejor amiga y hermano, mientras estos estaban igual o peor que ella.
Toda la felicidad que abundaba en su vida se desvaneció. Aquella chica alocada, fiestera, que no podía pasar un fin de semana sin salir; disipó. Todavía recuerda cuando volvió de aquella fiesta y encontró al ser que más amaba muerto, sin esperarla con esas palabras sabias y aquellos sermones de los cuales, en ese momento, le atosigaban. Ahora se arrepiente, llora constantemente por la pérdida de su padre y entendiendo que no tiene una mamá de la cual apoyarse. Los dos estaban muertos y eso arrasaba su efusividad.
No obstante, con el tiempo pudo irlo superarlo, sobrellevarlo al entender que por más que se lamente, llore y solloce, aquel ser humano no volvería a la existencia. Aprendió a continuar con su vida y conseguir ese título de bioanálisis que tanto anhelaba. Para ello, tienen que dejar su país natal, su amada Canadá, para aterrizar en uno de los pueblos más despoblados y fríos de todos los estados unidos.
Ubicados ahí, extrañados por su nuevo entorno, por las miradas impertinentes de las personas y el rígido ambiente, intentan buscar respuestas del por qué de la mayoría de los contratiempos que se les presentan. Después de todo, las nuevas compañías que yacen a sus lados son más que suficientes para tolerar las adversidades.
Elena pensó que el dolor que sintió al encontrar a su papá muerto, era lo máximo, que no podía existir algo más fuerte como eso; desde luego se equivocó porque las sorpresas que descubre hacen que la muerte de un ser amado se quede corto. Al enterarse del montaje en el que vivía, intenta aguantar, intentando permanecer fuerte para no ser un peso para los demás. Ahora no está sola, ya no son solo sus problemas, son de otro más, alguien quien le cuesta fiarse de los demás y que la confianza en ella será puesta a prueba.
Nadie había visto la gran fuerza de voluntad y actitud que puede tener una chica de dieciocho años de edad, que a pesar de todo lo sucedido en su vida, no volvió a darse por vencida. Hasta el fin de sus días recordó las sabias palabras de su padre, frase que amaba y la llevaba consigo en su corazón:
—aunque no sea el mejor modelo de padre que pueda existir, el amor es lo que constantemente inculcaré en ti y verás, que con este, a pesar de las adversidades siempre podrás sonreír. Te amo, hija.