Dejar la ventana abierta la noche anterior permite que la fría ventisca de la mañana entre a través de ella y se deslice por cada parte de mi piel, calando mis huesos y estremeciéndome. No me inmuto por ello y continuo con mi somnolencia, cada parte de mi cuerpo pesa, se siente exhausto y agotado. El viaje de ayer, el arreglo de mi habitación y hogar me consumieron. Por ende, disfruto de aquella sensación de protección y estabilidad que obtengo en este lugar y me dedico a dormir unos "dos minutos más".
— ¡Elena! —exclama Adam, tocando constantemente la puerta con sus nudillos — ¡despierta! ¡Vamos tarde! —Doy un respingo en mi lugar y me siento en forma de indio con el corazón desbocado, esto suele suceder cuando me despiertan de golpe.
Odio despabilarme de esa manera.
—Déjame dormir unos minutos más —comento con pesadez.
—tu mejor que nadie sabe que esos minutos se terminan convirtiendo en horas, niña. ¡Muévelo! —brama para luego retirarse.
—Que intenso es —mascullo.
Suspiro un par de veces antes de buscar mis pantuflas y colocármelas, lo que menos quiero sentir son mis pies helados. Me apresuro a bañarme y cepillarme con agua helada ya que aún no tenemos calentador, gracias a esa temperatura logro despejar el sueño y mantener la mente despejada.
Al salir de la ducha me arrepiento de haber utilizado el agua a bajas temperaturas y no una templada cuando el frío que hace a estas horas no es nada normal. A medida que me visto con un short talle alto, un suéter de algodón y mis vans, voy sintiéndome animada por esta nueva etapa que estoy iniciando. La efusividad va llenando mi alma y esfuma la flojera que cargaba. Revoleteo los ojos al saber que esta alegría no durará mucho, siempre me animo los primeros días para que posteriormente esto se vuelva en una tortuosa rutina.
Cuando culmino la tarea de arreglarme y secar mi cabello con la toalla, salgo de la habitación con mi estómago protestando. Lo único que cené ayer fue ese chocolate caliente, luego se me olvidó que la comida existía y me acosté a dormir. Ahora estoy pagando las consecuencias de ser tan despistada.
—Buenos días, gente —saludo, llegando a la cocina y encontrando a mi familia desayunar.
—Hola. —Anabell me saluda con la boca abierta, dejando a ver el alimento que hay en su cavidad bucal. Realizo un mohín con mis labios, asqueada.
—no me sorprende que tú siempre seas asquerosa.
Abro el refrigerador y tomo el cartón de leche, después busco en los cajones la caja de cereales. Prefiero engullir esto a cocinar. Literalmente soy un asco en la cocina, como ama de casa muero de hambre, es por ello que la cocinera en este hogar es Anabell. Suena poco creíble pero es sensacional en ello.
—el primer día y ya vamos tarde —sisea Adam —que raro —rezonga con sarcasmo, terminando de beber su taza de café.
Tras unos minutos cada quien busca su mochila y un abrigo para cubrirnos y mantenernos calientes. No sé qué pasaba por mi mente cuando decidí colocarme esta prenda inferior.
(...)
Un tenso y tétrico ambiente se va haciendo presente a medida que avanzamos en el autobús. Mis nervios se sienten entumecidos y mis manos dejan la evidencia, están sudorosas y heladas al igual que todo mi cuerpo. La incomodidad y la intranquilidad se penetran en mi sistema, dificultando el acceso del oxígeno.
El transporte aparca en el estacionamiento de la universidad y esperamos un poco a que algunos estudiantes salgan primero para luego bajarnos con prisa. Observamos maravillados el plantel, notando lo gigante y hermoso que es. Posee diversas flores y arbustos en la entrada junto a unos árboles a los costados, desde mi posición visualizo el majestuoso bosque el cual se ubica detrás de la universidad. Mi deleite se acaba cuando ese impulso de encontrar algo se acentúa con firmeza y me hace temblequear.
— ¿están listas? —cuestiona Adam, pasando su brazo por mi hombro y repitiendo la acción con Anabell. Estar de este modo es reconfortante y tranquilizador, por lo menos logra que mi brío se restablezca.
—ohm... si —musita mi amiga, aferrada a él.
Asiento en respuesta y emprendemos nuestro camino para adentrarnos a las instalaciones. Al irnos acercando, las ganas de estudiar se esfuman y las intenciones de huir me doblegan. Las personas actúan de un modo extraño, la mayoría alza su rostro y comienzan a olfatear hasta dar con nosotros y bajar la cabeza en sumisión.
El silencio sepulcral que se forma solo me otorga pavor e inseguridad, aún más cuando la mirada de ellos se llena de miedo al observarnos, incluso, nos atisban con respeto y sorpresa. ¿Qué les pasa?
— ¿saben qué? —pregunto retóricamente, atrayendo la atención de los chicos. Me acerco más a mi allegado y me siento diminuta por la intensa mirada de los demás —olviden eso de que quiero comenzar los estudios, regresemos a casa. —Intento detener mi caminar pero Adam me impulsa a continuar.
—No seas boba, Elena —opina Ana con vacilación, viéndome y sonriéndome con desasosiego —son solo los primeros días, luego nos acostumbraremos.